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Los tres hombres asintieron. Don Corleone añadió:

– Clemenza, ordena a unos cuantos de tus hombres que me esperen con varios coches. En unos minutos estaré listo. Te has portado bien, Tom, no tienes nada que reprocharte. Por la mañana, quiero que Constanzia esté al lado de su madre. Arréglalo todo para que ella y su marido se vengan a vivir a la finca. Llama a las amigas de Sandra, quiero que le hagan compañía. Mi esposa también irá después de que yo haya hablado con ella. Ella la consolará, y las amigas se ocuparán de disponer que se celebren misas y se recen oraciones por el alma de Santino Corleone.

El Don se levantó de su butaca de cuero. También lo hicieron Clemenza, Tessio y Hagen. Los dos primeros volvieron a abrazar a su Don y amigo. Hagen mantuvo la puerta abierta para dejar pasar a su padre adoptivo, que se detuvo delante de él. Le dio un golpecito cariños en la mejilla y un breve pero intenso abrazo mientras le decía, en italiano:

– Has sido un buen hijo. Eres para mí un gran consuelo.

De ese modo le reiteraba que no tenía responsabilidad en lo ocurrido. El Don subió a su habitación para hablar con su esposa. Fue entonces cuando Hagen telefoneó a Amerigo Bonasera reclamándole el pago del favor que debía a los Corleone.

QUINTA PARTE

20

La muerte de Santino Corleone fue como el estallido de una bomba en el mundo del hampa. Y cuando se supo que Don Corleone se había levantado de su lecho para ponerse al frente de los asuntos de la Familia y, según el testimonio de los espías que habían asistido al funeral, parecía estar plenamente recuperado, los jefes de las Cinco Familias se dispusieron a hacer frente a las represalias que sin duda seguirían. Nadie cometió el error de pensar que Don Corleone se sentiría acobardado por los últimos reveses. Era un hombre que había cometido muy pocos errores en su vida, y todos ellos le habían servido de experiencia.

Sólo Hagen adivinó las verdaderas intenciones del Don, y por ello no se sorprendió cuando vio que enviaba emisarios a las Cinco Familias, para proponerles la paz. Propuso también una reunión de todas las Familias de la ciudad, a la que deberían ser invitadas las principales Familias de Estados Unidos. Dado que las de Nueva York eran las más poderosas del país, su prosperidad afectaba a la prosperidad de todas.

Al principio, las propuestas del Don fueron recibidas con desconfianza. ¿Acaso estaba Don Corleone preparando una trampa? ¿Intentaba lograr que sus enemigos bajaran la guardia? ¿Preparaba una carnicería para vengar la muerte de su hijo? Don Corleone, sin embargo, no tardó en convencerlos de su sinceridad. No sólo involucró a todas las Familias del país en la reunión, sino que no movió ni un dedo para poner a sus hombres en pie de guerra o buscar aliados. Y luego dio el paso que convenció a todos, a la vez que garantizaba la seguridad de los asistentes al gran consejo: solicitó los servicios de la familia Bocchicchio.

La familia Bocchicchio, que en Sicilia había sido una de las más feroces de la Mafia, en América se había convertido en un instrumento de paz. Los mismos hombres que un día se habían ganado la vida con el crimen, el robo y la extorsión, lo hacían ahora de una forma que podría calificarse de santa. Una de sus características era la estrecha vinculación que existía entre sus miembros, todos ellos unidos por lazos de sangre, y la absoluta lealtad a los jefes, que destacaba incluso en un ambiente donde la lealtad a la Familia se anteponía incluso a la debida a la propia esposa.

La familia Bocchicchio, que se extendía hasta a los primos en tercer grado, había estado compuesta por cerca de doscientas personas en la época en que había regido una pequeña comarca del sur de Sicilia. Los ingresos de la Familia se basaban entonces en cuatro o cinco molinos de harina que, sin pertenecer a la comunidad, aseguraban el trabajo, el pan y una mínima seguridad para todos sus integrantes. Esto, junto con los matrimonios entre parientes, les bastaba para presentar un frente común contra sus enemigos.

En su comarca no permitían el establecimiento de ningún otro molino, ni tampoco que se realizara mejora alguna en los de los competidores ya establecidos o que alguien hiciera algo que pudiera perjudicarlos. En cierta ocasión un rico terrateniente intentó montar un molino exclusivamente para su uso personal, y el molino fue incendiado. Denunció el hecho a los «carabinieri» y a otras autoridades, que arrestaron a tres de los miembros de la familia Bocchicchio. Antes de que se celebrase el juicio, la mansión del terrateniente fue pasto de las llamas y las acusaciones retiradas. Unos meses después de este incidente llegó a Sicilia uno de los más importantes funcionarios del Gobierno italiano, dispuesto a resolver el eterno problema de la escasez de agua de la isla. Propuso la construcción de un enorme pantano. De Roma llegó un ejército de ingenieros para estudiar el proyecto sobre el terreno. Su trabajo era observado por ceñudos nativos, miembros del clan Bocchicchio, mientras la policía, alojada en barracones especialmente dispuestos, vigilaba la zona. Parecía que nada ni nadie podría impedir que la presa fuera construida, hasta que un buen día llegó al puerto de Palermo una gran cantidad de material y maquinaria. Entonces los Bocchicchio se pusieron en contacto con algunos jefes de la Mafia, a quienes solicitaron ayuda, y el material pesado fue destruido, mientras el ligero era robado. Entretanto, en el parlamento italiano los diputados a sueldo de la Mafia lanzaban furibundos ataques contra el proyecto.

Años después, Mussolini subió al poder y todo cambió radicalmente. El dictador decretó que la presa debía ser construida. Y aunque no lo fue -Mussolini sabía que la Mafia sería una amenaza para su régimen, pues constituía una autoridad separada de la suya-el dictador dio plenos poderes a un alto oficial de la policía, que pronto resolvió el problema. Encarceló a todo el mundo y deportó a colonias penitenciarias a cualquier sospechoso de pertenecer a la Mafia, con lo que consiguió en pocos años acabar con el poder de ésta. Con tales medidas causó la desgracia de muchas familias inocentes, aunque eso, al parecer, carecía de importancia.

Los Bocchicchio fueron lo bastante insensatos para oponerse a ese poder ilimitado. Como resultado de ello, la mitad de sus miembros murieron en enfrentamientos, en tanto que la otra mitad fue a dar con sus huesos a las colonias penitenciarias. Para cuando los Bocchicchio decidieron emigrar clandestinamente a Estados Unidos en un buque que recalaba en Canadá, la Familia estaba compuesta por apenas veinte miembros. Se establecieron en una pequeña ciudad cercana a Nueva York, en el valle del Hudson, donde, partiendo de cero, llegaron a convertirse en propietarios de una empresa dedicada a la recogida de basuras, con una flota de varios camiones. Como no tenían competencia, el negocio iba viento en popa. Y no tenían competencia porque los competidores se encontraron una mañana con que habían prendido fuego a sus camiones. Un sujeto muy testarudo, que no sólo insistía en seguir en el negocio, sino que trabajaba a precios más bajos que los Bocchicchio, fue encontrado muerto encima de la basura que había recogido durante el día.

Pero a medida que los hombres se casaban, con muchachas sicilianas, por supuesto, llegaban los niños, y el negocio de recogida de basuras no bastaba, a pesar de que marchaba bien, para proporcionar a todos las variadas y costosas cosas que América ofrecía. Así fue como, a modo de complemento económico, la familia Bocchicchio se convirtió en mediadora entre aquellas Familias de la Mafia que por un motivo u otro estaban en guerra entre sí.

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