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– Tú no intervendrás -dijo Michael-. No tendrás responsabilidad alguna. La responsabilidad será únicamente mía. Ni siquiera te permitiré ejercer el derecho de veto. Si tratas de hacerlo, abandonaré la Familia y seguiré mi propio camino.

El Don permaneció silencioso durante unos minutos, sumido en sus pensamientos. Luego, sacudiendo la cabeza, dijo:

– De acuerdo. Tal vez es por eso por lo que me he retirado. Ya he cumplido mi misión en la vida. Mis fuerzas, tanto físicas como mentales, ya no son como antes. Y hay algunos trabajos que la mayoría de los hombres no pueden llevar a cabo. De modo que haz lo que estimes conveniente.

En el transcurso de aquel año, Kay Adams Corleone dio a luz al segundo de sus hijos, otro niño. El parto no ofreció dificultades, y cuando Kay regresó a la finca, fue recibida como una auténtica princesa. Connie Corleone regaló al bebé unas prendas de seda, muy bonitas y costosas, confeccionadas en Italia. Dirigiéndose a Kay, le dijo:

– Las encontró Carlo. Recorrió las mejores tiendas de Nueva York, pues nada de lo que yo encontré le gustaba.

Mientras le dedicaba una sonrisa de agradecimiento, Kay pensó que Connie también le contaría la historia a Michael. Evidentemente, Kay empezaba a convertirse en una siciliana.

También durante aquel año, una hemorragia cerebral acabó con la vida de Nino. Su muerte acaparó la primera página de los periódicos sensacionalistas, porque la película que había protagonizado para la productora de Johnny Fontane había sido estrenada unas semanas antes, y estaba siendo un éxito de taquilla. Los periódicos mencionaban el hecho de que Johnny se ocupara de todo lo concerniente a los funerales, que se efectuarían en privado, con la sola asistencia de los familiares y amigos más íntimos. Uno de los periódicos decía que Johnny Fontane se culpaba a sí mismo de la muerte de su amigo, por no haberlo obligado a someterse a tratamiento médico; pero el periodista lo presentaba como un hombre sensible e inocente ante una tragedia que no había podido evitar. Johnny Fontane había convertido a su amigo de la infancia, Nino Valenti, en una estrella del cine ¿qué más podía esperarse que hiciese?

Ningún miembro de la familia Corleone fue al funeral, celebrado en California, a excepción de Freddie. Asistieron también Jules Segal y Lucy. El Don hubiera querido ir, pero sufrió una leve indisposición cardíaca que le tuvo en cama durante un mes. En cambio, envió una enorme corona de flores. Como representante oficial de la Familia fue Albert Neri.

Dos días después del funeral de Nino, Moe Greene fue muerto a tiros en el apartamento hollywoodiense de una actriz, que era su amante. Albert Neri no volvió a aparecer por Nueva York hasta casi un mes más tarde; se había ido de vacaciones al Caribe, y cuando se reincorporó a su trabajo estaba muy bronceado. Michael Corleone le dio la bienvenida con una sonrisa y unas palabras de agradecimiento. Le dijo también que, a partir de entonces, se le concedían, aparte de lo que ya tenía, los ingresos procedentes de una de las más boyantes oficinas de apuestas ilegales, situada en el East Side. Neri se sentía contento y satisfecho de vivir en un mundo en el que el hombre activo y cumplidor era debidamente recompensado.

29

Michael Corleone había tomado precauciones contra todas las eventualidades imaginables. Sus planes eran perfectos, y sabía ser paciente y meticuloso; esperaba disponer de todo un año para preparar las cosas. Pero el destino intervino, y no de forma favorable. El tiempo se acortó debido a un fallo. Y el que falló fue el Padrino, el gran Don Corleone.

En una soleada mañana de domingo, mientras las mujeres estaban en la iglesia, Don Vito Corleone se puso sus ropas de faena -unos pantalones holgados de color gris, una camisa azul y un viejo sombrero marrón-y se dirigió al huerto. Últimamente, el Don había engordado mucho. Trabajaba en el huerto, decía, para conservar la salud. Pero no conseguía engañar a nadie. Porque la verdad era que le gustaba cultivar sus hortalizas. Se sentía trasladado a la infancia, en Sicilia, sesenta años antes; a una infancia sin temores ni la tristeza que había supuesto para él la muerte de su padre.

Ahora los guisantes presentaban unas hermosas florecillas blancas; y los fuertes y verdes tallos de los cebollinos rodeaban la parcela por completo. En un rincón, había un barril lleno del mejor fertilizante: estiércol de vaca, y cerca de éste se levantaban las espalderas de madera que él mismo había hecho con sus propias manos, y por las cuales subían las tomateras.

El Don se dispuso a regar el huerto. Debía hacerlo antes de que el sol calentara más, pues entonces el agua quemaría las delicadas hojas de las lechugas. El sol era más importante que el agua, por esencial que ésta fuese, y si se los combinaba de forma imprudente podían provocar una verdadera catástrofe.

El Don decidió comprobar si había hormigas en el huerto. Si las había, significaba que las hortalizas tenían piojos, pues las hormigas perseguían a éstos para comérselos. En tal caso, debería espolvorear las plantas con insecticida.

Había regado en el momento preciso. El sol empezaba a calentar, y el Don pensó que había que ser prudente y previsor. Pero entonces se dio cuenta de que había algunas enredaderas que necesitaban varas para dirigirlas. Se inclinó para realizar el trabajo. Cuando terminara con esa hilera, regresaría a la casa.

De pronto pareció como si el sol hubiera bajado a pocos centímetros de su cabeza. El aire estaba lleno de motilas doradas. El Don vio al hijo mayor de Michael cruzar el huerto a la carrera en dirección a él que estaba arrodillado, y le pareció que lo rodeaba una cegadora luz amarilla. Pero el Don no se dejaba engañar; era demasiado viejo para ello. Sabía que detrás de aquella luz cegadora estaba la muerte. Con un ademán, intentó evitar que su nieto se acercara. De pronto, sintió como un fuerte martillazo dentro de su pecho, y le faltó el aire. Cayó de bruces al suelo.

El niño corrió a Ikmar a su padre. Michael Corleone y algunos hombres que estaban en la entrada de la finca corrieron hacia el huerto y encontraron al Don con las manos y las rodillas en tierra, haciendo un supremo esfuerzo por incorporarse. Lo levantaron y lo condujeron a la sombra. Michael se acuclilló junto a su padre, mientras los otros se ocupaban de llamar a un médico y de pedir una ambulancia.

El Don abrió los párpados, deseoso de ver una vez más a su hijo. Debido al fuerte ataque al corazón, su piel, por lo general rojiza, se había vuelto azulada. Su estado era desesperado. Percibió los olores del huerto, la luz del sol hirió sus ojos, y murmuró:

– ¡Es tan hermosa la vida!

Se ahorró la visión de las lágrimas de las mujeres, pues murió antes de que regresaran de la iglesia, incluso antes de la llegada de la ambulancia y el médico. Murió rodeado de hombres, y con las manos del hijo que más había amado entre las suyas.

El funeral fue realmente regio. Las Cinco Familias estuvieron representadas por sus jefes y sus _caporegimi_. También asistieron las Familias de Tessio y Clemenza. Johnny Fontane ocupó la cabecera de determinados periódicos por el hecho de asistir al funeral, a pesar de que Michael le había aconsejado que no lo hiciera. Fontane, en una rueda de prensa, declaró que Vito Corleone era su padrino y la mejor persona que había conocido, y añadió que para él suponía un gran honor que se le permitiera presentar sus últimos respetos a un hombre a quien tanto había admirado.

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