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En la biblioteca, los tres hombres se relajaron como sólo pueden hacerlo quienes llevan años viviendo juntos en la misma casa, en el seno de la misma familia. Michael sirvió una copa de anís al Don y un poco de whisky a Tom Hagen. También se preparó algo de beber para sí, pese a que no tenía por costumbre tomar licores.

Tom Hagen fue el primero en hablar:

– ¿Por qué me dejas al margen de todo, Mike?

Michael se mostró sorprendido.

– Serás mi brazo derecho en Las Vegas. Nos pondremos dentro de la ley, y tú serás mi consejero legal. ¿Es que hay algún empleo más importante que ése?

Hagen sonrió con tristeza y dijo:

– No hablo de eso, sino de Rocco Lampone, que está organizando un regime secreto sin que me informaras de ello. Hablo de Neri, que está a tus órdenes directas, en lugar de estarlo a las mías o a las de un _caporegime_. A menos, claro está, que no sepas lo que Lampone está haciendo.

– Oye, Tom ¿cómo te enteraste de lo del regime de Lampone?

Hagen se encogió de hombros y respondió:

– No te preocupes, la noticia sigue siendo secreta. Pero desde mi posición puedo ver lo que está sucediendo. Diste a Lampone una enorme libertad de acción, porque necesita hombres que le ayuden a llevar su pequeño imperio. Pero se me debe informar de todos y cada uno de los hombres que reclute. Y observo que todos los de su nómina son un poco demasiado buenos para el trabajo a que se les destina, así como que cobran unos salarios más elevados de lo normal. Acertaste al contratar a Lampona, Michael. Está actuando a la perfección.

– No tan perfecto, si te fijaras bien -señaló Michael, sonriendo-. De todos modos, fue el Don quien fichó a Lampone.

– De acuerdo -convino Tom-. Y ahora dime ¿por qué se me deja al margen?

Michael miró fijamente a Tom, y, sin el menor titubeo, contestó:

– No eres el _consigliere_ adecuado para tiempos de guerra, Tom. Las cosas tal vez se pongan difíciles, y hasta es muy probable que tengamos que luchar. Y no quiero que estés en la línea de fuego. Por si acaso ¿sabes?

Hagen se sonrojó. Si el Don le hubiese dicho lo mismo, lo hubiera aceptado humildemente, pero ¿quién diablos era Michael para emitir un juicio tan tajante?

– Bien -dijo Tom-, pero da la casualidad de que opino igual que Tessio. También pienso que sigues un camino equivocado. El traslado a Las Vegas se hará por debilidad, no por otra cosa. Y eso no puede dar buenos resultados. Barzini es como un lobo, y si lanza dentellada tras dentellada, las otras Familias no correrán a ayudar a los Corleone.

Finalmente, el Don se decidió a hablar.

– Todo esto no es cosa de Michael, Tom -dijo-. Él se limita a seguir mis consejos. Es posible que haya que hacer cosas de las que no quiero responsabilizarme. Ése es mi deseo, no el de Michael. Yo nunca he pensado que fueras un mal _consigliere_. En cambio, sí pensaba que Santino, que Dios tenga en su gloria, sería un mal Don. Tenía buen corazón, pero en ocasión de mi accidente demostró que no era el hombre adecuado para dirigir los asuntos de la Familia. ¿Y quién iba a pensar que Fredo se convertiría en un lacayo de las mujeres? Así, pues, te ruego que no estés resentido. Michael cuenta con toda mi confianza, lo mismo que tú. Por razones que no debes saber, no tomarás parte en lo que pueda suceder. Pero, mira, en lo referente al regime de Lampone, le dije a Michael que te darías cuenta. Eso demuestra que tengo fe en ti.

Michael se echó a reír.

– Francamente, Tom, no pensé que te dieras cuenta.

Hagen sabía que le estaban dando coba.

– Tal vez pueda ayudar -balbució.

Michael negó con la cabeza y, con voz áspera, dijo:

– Te repito que quedas al margen, Tom.

Tom Hagen terminó su whisky y, antes de abandonar la estancia, dirigió un leve reproche a Michael.

– Eres casi tan bueno como tu padre -le dije pero te falta una cosa por aprender.

– ¿Cuál? -preguntó Michael.

– Cómo decir «no» -respondió Hagen.

Gravemente, Michael asintió.

– Tienes razón. Lo recordaré. Cuando Hagen se hubo marchado, Michael dijo en tono de broma a su padre:

– Del mismo modo que me has enseñado las demás cosas, enséñame a decir que no a la gente.

El Don fue a sentarse detrás de la enorme mesa y se tomó unos segundos antes de contestar:

– No puedes decir «no» a las personas que aprecias, al menos con frecuencia. Ése es el secreto. Cuando tengas que hacerlo, haz que parezca que dices «sí». Aunque lo mejor es conseguir que sean ellos mismos quienes digan «no». Pero eso es algo que se aprende con el tiempo. De todos modos, yo soy un hombre chapado a la antigua, mientras que tú perteneces a la nueva generación. No me hagas demasiado caso.

Michael se echó a reír y exclamó:

– ¡De acuerdo! Sin embargo, te parece bien que Tom quede al margen ¿no?

– Efectivamente. No debe mezclarse en esto.

– Creo que ha llegado el momento de que te diga que lo que voy a hacer no es sólo en venganza por lo de Apollonia y Sonny -explicó Michael-. Es lo único que cabe hacer. Tessio y Tom tienen razón acerca de los Barzini.

Don Corleone asintió con la cabeza y dijo:

– La venganza es un plato que sabe mejor cuando se sirve frío. Si concerté la paz fue porque sabía que era el único modo de que siguieras con vida. Me sorprende, sin embargo, que Barzini hiciera un nuevo intento contra ti. Quizá la cosa se decidió antes de que se «firmara» la paz y él no pudo evitarlo. ¿Estás seguro de que el objetivo no era Don Tommasino?

– Eso es lo que querían aparentar. Y la cosa les hubiera salido redonda, hasta el punto de que ni siquiera tú hubieses sospechado. Pero resulta que salí con vida. Vi huir a Fabrizzio. Y, naturalmente, desde mi regreso he hecho averiguaciones.

– ¿Has encontrado al pastor? -preguntó el Don.

– Sí, lo encontré. Hace un año. Tiene una pizzería de Buffalo, con un nuevo nombre, y un pasaporte y un carné de identidad falsos. A Fabrizzio, el pastor, las cosas parecen irle muy bien.

– Bien. Siendo así, no tiene objeto seguir esperando. ¿Cuándo empezarás?

– Quiero aguardar a que Kay haya dado a luz. Por si algo saliera mal ¿sabes? Además, para cuando empiece el jaleo Tom tiene que estar en Las Vegas. Así, quedará al margen de todo. Dejaremos pasar un año, más o menos.

– ¿Estás preparado para todo? -preguntó el Don, evitando mirar a su hijo.

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