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Al recordar la amabilidad del Don, Neri deseó que el gran hombre estuviera todavía vivo, para que pudiera ser testigo del servicio que él, Albert Neri, iba a prestar a la Familia aquel día.

Tardó menos de tres días en tomar una decisión. Se dio cuenta de que a los Corleone les interesaba tenerlo a su servicio; pero también de algo más, de que la Familia estaba en favor de lo que la sociedad había condenado y castigado. La familia Corleone le tenía en buen concepto, la sociedad, en cambio, no. Comprendió que sería más feliz en el mundo de los Corleone, que en el mundo exterior. Y comprendió asimismo que la familia Corleone era, dentro de sus límites, más poderosa que la sociedad.

Visitó nuevamente a Michael y puso sus cartas sobre la mesa. No quería trabajar para la Familia en Las Vegas, pero estaba dispuesto a hacerlo en Nueva York. Cuando juró lealtad a la Familia, se dio cuenta de que Michael se emocionaba. No fue difícil llegar a un acuerdo. Pero Michael insistió en que Neri se tomara primero unas vacaciones en Miami, en el hotel que poseía la Familia, la cual correría con todos los gastos. Además, a fin de que tuviera dinero suficiente para divertirse, se le adelantaría el salario de un mes.

Durante su estancia en Miami Neri entró en contacto, por primera vez en su vida, con un mundo de lujo y abundancia. Los empleados del hotel lo trataban a cuerpo de rey.

– ¡Ah! Usted es amigo de Michael Corleone ¿no? -le decían.

Allí no le dieron una pequeña y mal ventilada habitación, que era a lo que Neri estaba acostumbrado, sino una de las mejores _suites_, y el encargado del night-club del hotel le concertó citas con algunas bellas muchachas, a lo que tampoco estaba acostumbrado. Cuando Neri regresó a Nueva York, su concepto de la vida en general había sufrido un cambio importante.

Lo destinaron al regime de Clemenza, y Pete lo sometió, disimuladamente, a una serie de pruebas. Siempre era conveniente tomar ciertas precauciones.

Después de todo, Neri había sido policía. Pero su ferocidad natural consiguió superar cualquier posible escrúpulo que pudiera haber sentido por el hecho de encontrarse al otro lado. No había transcurrido un año cuando ya Neri había vertido sangre por cuenta de los Corleone. Nunca podría volverse atrás.

Clemenza no hacía más que alabarlo. Aseguraba que era el nuevo Luca Brasi. Incluso llegó a afirmar que sería mejor que Luca. Se sentía orgulloso, y no se le podía reprochar. Al fin y a la postre era él quien lo había descubierto.

Físicamente, Neri era una maravilla. Sus reflejos y la coordinación de sus movimientos eran tales, que podía haber sido un nuevo Joe DiMaggio. Clemenza se dio cuenta de que no se trataba de un hombre a quien él pudiera controlar, de modo que fue puesto a las órdenes directas de Michael Corleone, con Tom Hagen como indispensable intermediario. Era un «especial», y como tal cobraba un salario muy alto; pero no tenía medios propios de vida.

Saltaba a la vista que sentía un enorme respeto hacia Michael Corleone. Un día, Tom Hagen le dijo a Michael, bromeando:

– Bien, ya tienes a tu Luca.

Michael asintió. Albert Neri le sería fiel hasta la muerte. Y lo sabía sin sombra de duda, porque había aprendido de su padre. En cierta ocasión, mientras aprendía y se instruía en los secretos del negocio al lado del Don, le preguntó a éste:

– ¿Por qué motivo te decidiste por un tipo como Luca Brasi? Era un verdadero animal.

– En este mundo hay hombres que están pidiendo a gritos que los maten -respondió el Don-. Supongo que te habrás dado cuenta de ello. Les gusta jugar, se pelean con cualquiera si les abollan el parachoques del automóvil, ofenden y humillan a personas cuya fuerza desconocen. He visto a un hombre, un loco, provocar a un grupo de tipos peligrosos, sin la menor posibilidad de vencer. Son gente que anda por el mundo gritando: «¡Matadme!». Y siempre encuentran a alguien dispuesto a complacerlos. Todos los días leemos acerca de ello en los periódicos. Esas personas, naturalmente, se dañan a sí mismas, pero perjudican también a los demás, Luca Brasi era un hombre de éstos, pero tan extraordinario, que durante mucho tiempo nadie consiguió matarlo. La mayoría de estos tipos deben tenernos sin cuidado, pero un Brasi es un arma poderosa que conviene utilizar. Especialmente si tenemos en cuenta que no teme a la muerte, a pesar de que la busca. Todo consiste en procurar convertirse en la única persona del mundo a la que no estaría dispuesto a matar. Conseguido esto, el Luca Brasi de turno es tuyo.

El Don le había dado una lección magistral. Con el tiempo, Michael la aprovecharía para hacer de Neri su Luca Brasi.

Y ahora, finalmente, Albert Neri, solo en su apartamento del Bronx, estaba a punto de volver a ponerse su uniforme de policía. Lo cepilló con esmero. Luego abrillantaría la placa. También tendría que limpiar la visera de la gorra, y los pesados zapatos negros. Neri se sentía a gusto.

31

Aquel mismo día, dos lujosos automóviles aparcaron en el sendero de entrada de la finca. Uno de los dos coches llevaría a Connie Corleone, a su madre, a su marido y a sus dos hijos al aeropuerto. La familia Rizzi iba de vacaciones a Las Vegas, antes de trasladarse definitivamente a dicha ciudad. Michael así se lo había ordenado a Carlo, haciendo caso omiso de las protestas de Connie. Michael no se había molestado en explicar que quería que todos se marcharan de la finca antes del encuentro entre los Corleone y los Barzini. En realidad, la reunión era del máximo secreto; los únicos que estaban enterados de ella eran los capas de la Familia.

El otro automóvil era para Kay y sus hijos, que iban a New Hampshire, a visitar a los Adams. Michael tendría que quedarse en la finca; sus asuntos no le permitían salir de viaje.

La noche anterior, Michael había ordenado que le transmitiesen a Carlo Rizzi que lo necesitaría durante unos días en la finca, y que después podría reunirse con su esposa y sus hijos. Connie se había puesto furiosa. Trató de hablar por teléfono con su hermano, pero le dijeron que había ido a la ciudad.

Ahora intentaba verlo, pero Michael estaba reunido con Tom Hagen y había dado orden de que no se le molestara bajo ningún pretexto. Antes de que el automóvil se pusiera en marcha, Connie besó a su marido y le dijo: carte.

– Iré, no te preocupes -repuso él con una sonrisa.

– ¿Sabes para qué te necesita Michael? -preguntó Connie, asomada a la ventanilla del coche.

Su cara de preocupación le quitaba atractivo y la hacía parecer de más edad.

– Me ha prometido algo importante. Tal vez quiera hablarme de eso.

Carlo no estaba enterado del encuentro entre los Corleone y los Barzini previsto para esa noche.

– ¿Tú crees, Carlo? -dijo Connie. Carlo hizo un gesto de asentimiento. Luego, el automóvil se puso en marcha y, al cabo de un instante, abandonó la finca.

Sólo cuando el coche hubo desaparecido, Michael salió a despedirse de Kay y de sus dos hijos. Carlo también se acercó para desear a su cuñada buen viaje y felices vacaciones. Finalmente, cuando el automóvil arrancó hacia la salida, Michael le dijo a Carlo:

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