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– A Sonny no le gustó mi oferta ¿verdad? Sin embargo, usted sabe que la razón está de mi parte. Los narcóticos es el asunto del futuro. En un par de años podremos conseguir más dinero del que queramos. El Don era un hombre anticuado; su época ya había pasado, pero él no supo darse cuenta de ello. Ahora ha muerto, y nada puede resucitarlo. Estoy dispuesto a hacer una nueva oferta, y quiero que convenza a Sonny para que la acepte.

– No existe la menor posibilidad de que acepte -dijo Hagen-. Sonny le perseguirá implacablemente.

– Esa será su primera reacción -replicó Sollozzo con impaciencia-. Precisamente, la misión de usted consiste en evitar que tome decisiones de las que luego podría arrepentirse. La familia Tattaglia y toda su gente me respalda. Las otras Familias de Nueva York aceptarán cualquier cosa que ponga fin a una guerra abierta entre nosotros. Saben que nuestro enfrentamiento sería perjudicial para ellos y sus negocios. Si Sonny acepta el trato, las otras Familias, incluso los mejores amigos del Don, considerarán el asunto como algo que no les concierne.

Hagen se miró las manos sin responder.

– El Don iba perdiendo su vigor -prosiguió Sollozzo en tono persuasivo-. Anos atrás me hubiera sido imposible cazarle, pero hoy… Las otras Familias vieron con muy malos ojos que le convirtiera a usted en su _consigliere_, a usted, que no solamente no es siciliano, sino que ni siquiera es italiano. Si se rompen las hostilidades, la familia Corleone será aplastada y todos perderemos, incluso yo. Necesito más los contactos políticos de la Familia que el dinero. Así pues, hable con Sonny, hable con los _caporegimi_; en sus manos está el evitar que se vierta mucha sangre.

Hagen pidió un poco más de licor.

– Haré lo que pueda -dijo-, pero Sonny es muy testarudo. Además, ni el mismo Sonny será capaz de controlar a Luca. No se olvide de Luca, como no voy a olvidarlo yo, si he de actuar de intermediario.

– Yo me encargaré de Luca -replicó Sollozzo sin alterarse-. Usted ocúpese únicamente de Sonny y de sus hermanos. Mire, puede decirles que Freddie hubiera podido ser eliminado al mismo tiempo que su padre, pero que mis hombres tenían órdenes estrictas de no disparar contra él. No quiero tener más remordimientos que los absolutamente necesarios. Dígales que Freddie está vivo gracias a mí.

Finalmente, el cerebro de Hagen se había puesto a trabajar. Acababa de darse cuenta de que Sollozzo no quería matarlo ni tenerlo prisionero. No pudo evitar avergonzarse por el alivio que experimentaba. Sollozzo le contemplaba con tranquila y amistosa sonrisa. Hagen empezó a considerar fríamente la situación. Si no se avenía a discutir el asunto con Sonny, quizá lo matarían. Luego comprendió que Sollozzo sólo quería que él presentara adecuadamente la oferta, como correspondía a un buen _consigliere_. Y ahora, al meditarlo, se dio cuenta de que Sollozzo tenía razón. La guerra abierta entre los Tattaglia y los Corleone debía ser evitada a toda costa. Los Corleone debían inclinar la cabeza y olvidar. Tenían que llegar a un acuerdo. Y después, en el momento preciso, podrían descargar toda su fuerza contra Sollozzo.

Al volver a mirar a Sollozzo, que sonreía abiertamente, se dio cuenta de que éste había adivinado sus pensamientos. Entonces, unas interrogantes comenzaron a martillear el cerebro de Hagen: ¿Qué había ocurrido con Luca Brasi para que Sollozzo se mostrara tan tranquilo? ¿Se había pasado a su bando? Recordó que la noche en que Don Corleone había rehusado la oferta de Sollozzo, Luca había sido citado a la oficina del Don para tener una entrevista privada con éste… Pero ése no era el momento de preocuparse por tales detalles. Lo más urgente era regresar cuanto antes a la seguridad de la fortaleza de la familia Corleone, en Long Beach.

– Haré lo que pueda -dijo a Sollozzo-. Creo que tiene usted razón. Es más, estoy seguro de que es lo que el Don hubiese querido que hiciéramos.

– Bien -dijo Sollozzo con expresión grave-. No me gusta el derramamiento de sangre. Soy un hombre de negocios, y la sangre cuesta mucho dinero.

En aquel momento sonó el teléfono. Uno de los hombres que permanecían sentados detrás de Hagen se levantó para contestar. Escuchó durante breves instantes y luego dijo:

– Muy bien, se lo diré.

Colgó el auricular, se acercó a Sollozzo y dijo algo en voz muy baja, con los labios pegados al oído del turco.

Hagen vio que Sollozzo palidecía, a la vez que sus ojos mostraban una expresión de rabia infinita. Sintió miedo; Sollozzo le observaba especulativamente. De pronto, comprendió que no iban a dejarlo en libertad. Adivinó que había sucedido algo que podía significar su propia muerte.

– El viejo sigue con vida -dijo Sollozzo-. Cinco balas en su cuerpo de siciliano y signe con vida

Seguidamente, tras una pausa, en tono fatalista y dirigiéndose a Tom, añadió:

– Mala suerte. Mala suerte para mí, mala suerte para usted…

4

Cuando Michael Corleone llegó a la casa de su padre en Long Beach, se encontró con que la angosta entrada a la alameda estaba interceptada por una cadena. Los potentes reflectores instalados en lo alto de las ocho casas iluminaban la explanada, y por lo menos había diez automóviles aparcados allí en medio.

Observó que dos hombres a los que no conocía estaban apoyados en la cadena.

– ¿Quién es usted? -le preguntó uno de ellos, con acento de Brooklyn.

Se identificó. De la casa más próxima salió otro hombre.

– Es el hijo del Don -dijo éste-. Lo acompañaré dentro.

Mike siguió al desconocido hasta el interior de la casa de su padre, donde otros dos hombres montaban guardia.

La casa parecía llena de desconocidos. Cuando llegó al salón vio a la esposa de Tom Hagen, Theresa, sentada en un sofá y fumando un cigarrillo. En una mesita frente a ella había un vaso de whisky. Junto a ella estaba el corpulento _caporegime_ Clemenza, cuyo rostro permanecía impasible. Sin embargo, sudaba profusamente, y el cigarrillo que sostenía entre los dedos se veía casi deformado.

Clemenza se levantó para estrechar la mano de Michael.

– Tu madre está en el hospital con tu padre -murmuró tristemente-. Todo irá bien, no te preocupes.

Paulie Gatto se levantó también para darle la mano. Michael le miró con curiosidad. Sabía que era guardaespaldas de su padre, pero ignoraba que aquel día se había quedado en casa, enfermo. En la delgada cara del hombre se adivinaba cierta tensión. Gatto era un hombre muy rápido y consciente de sus obligaciones, aunque ese día no había sabido cumplir con su deber. En la estancia estaban otros hombres, que Michael no reconoció. Desde luego, no eran hombres de Clemenza. No había que esforzarse mucho para comprender que Clemenza y Gatto eran sospechosos. Convencido de que Paulie había estado en el escenario del atentado, Mike preguntó al joven con cara de hurón:

– ¿Cómo está Freddie?

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