– No tienes por qué darte ánimos a base de combinados -dijo Jules, bromeando-. En nuestra _suite_ tengo unas botellas de champán.
– ¿Estás seguro de que no será demasiado pronto? -preguntó Lucy.
– El médico soy yo. Esta noche será la gran noche. ¿Te das cuenta de que seré el primer médico del mundo en probar los resultados de su operación? Podré comparar el Antes con el Después. Y escribiré sobre la experiencia en las revistas especializadas. Veamos, «mientras el Antes era claramente placentero por razones fisiológicas y la sofisticación del cirujano-instructor, en la fase posterior a la operación el coito se ve altamente recompensado por motivos estrictamente neurológicos…»
Tuvo que dejar de hablar, porque Lucy le tiró de los cabellos con tanta fuerza que no pudo reprimir un grito de dolor, y, con una sonrisa, le dijo:
– Si esta noche no quedas satisfecho, la culpa será tuya.
– Tengo plena confianza en mi trabajo. Kellner se limitó a seguir mis instrucciones. Ahora debemos descansar, pues nos espera una noche de intensas investigaciones.
Cuando subieron a sus habitaciones -ahora vivían juntos-Lucy se encontró con una agradable sorpresa; una cena completísima y, junto a su copa de champán, un estuche en el que había un anillo de compromiso, con un enorme diamante engarzado.
– Eso te demostrará lo mucho que confío en mi trabajo. Ahora, veamos lo que hemos ganado.
Se mostró muy tierno y gentil con ella. Al principio, Lucy estaba un poco asustada y hasta parecía rehuir sus caricias; pero después, una intensa pasión, nueva para ella, se apoderó de todo su cuerpo. Cuando hubieron hecho el amor por vez primera aquella noche, Jules murmuró, plácidamente:
– ¡Qué bien he podido trabajar!
Lucy, a su vez, ronroneó:
– Oh, sí, ya lo creo, y muy bien.
Y entre risas empezaron a hacer nuevamente el amor.
23
Después de cinco meses de exilio en Sicilia, Michael Corleone comprendió finalmente el carácter de su padre y su propio destino. Comprendió a hombres como Luca Brasi y el cruel _caporegime_ Clemenza, y también la resignación y el papel pasivo de su madre. En Sicilia vio lo que habrían sido si hubiesen escogido no luchar contra su sino. Entendió por qué el Don siempre decía: «Cada hombre tiene un solo destino», así como el desprecio hacia la autoridad y el gobierno legales, el odio hacia quienes se atrevían a quebrantar la «omertà», la ley del silencio.
Vestido con ropas sencillas y gorra, Michael había sido trasladado desde el barco anclado en Palermo hasta el interior de la isla, concretamente a una provincia controlada por la Mafia, donde el «capomafia» local debía un gran favor a su padre. En la provincia estaba la localidad de Corleone, cuyo nombre había tomado el Don al emigrar a América. Pero ya no vivía ninguno de los parientes del Don; las mujeres habían muerto a edades muy avanzadas, mientras que los hombres, o habían sido víctimas de vendette o habían emigrado a Estados Unidos, Brasil o a alguna provincia del norte de Italia. Más tarde, Michael sabría que el porcentaje de crímenes de la pequeña localidad era más alto que el de cualquier otro lugar del mundo.
Michael fue instalado, en calidad de invitado, en casa de un tío soltero del «capomafia». El hombre, que tenía más de setenta años, era el médico del distrito. El capo contaba cerca de sesenta años y se llamaba Don Tommasino. Actuaba como «gabellotto» de las extensas propiedades de una de las más nobles familias sicilianas. (El «gabellotto» era una especie de controlador de las propiedades de los ricos, que se cuidaba también de que los pobres no reclamaran las tierras que no eran cultivadas ni presentaran problemas a los dueños de los latifundios. En resumen, un mafioso que por dinero protegía a los ricos de los pobres, sin importar de parte de quién estuviera la razón. Cuando algún pobre campesino trataba de hacer valer la ley que le permitía comprar tierras no cultivadas, era él quien lo amenazaba con hacerle pegar una paliza o con la muerte. Así de sencillo.)
Don Tommasino controlaba también las aguas de riego de la zona, y se encargaba de torpedear todos los proyectos de construcción de presas. Éstas hubieran arruinado el lucrativo negocio de vender el agua de los pozos artesianos que controlaba, pues al abaratarse su precio, aquel negocio que ya llevaba cientos de años se habría ido a pique. No obstante, Don Tommasino era un mafioso anticuado, que nunca se hubiera dedicado al tráfico de drogas o a la prostitución. En esto, Don Tommasino chocaba con la nueva generación de jefes de la Mafia de ciudades como Palermo, los cuales, bajo la influencia de los gángsteres norteamericanos deportados a Italia, no tenían tales escrúpulos.
El jefe de la Mafia era un hombre corpulento y majestuoso al que todos temían. Bajo su protección, Michael nada tenía que temer, pero se prefirió mantener en secreto su identidad. Por eso, Michael tuvo que permanecer dentro de los límites de la finca del doctor Taza, el tío de Don Corleone.
El doctor Taza medía un metro ochenta, por lo que era alto para tratarse de un siciliano, y tenía las mejillas coloradas y el cabello blanco. A pesar de su edad, iba a Palermo una vez a la semana para presentar sus respetos a las más jóvenes prostitutas de la ciudad. El otro vicio del doctor Taza era la lectura. Leía cuanto papel caía en sus manos, y luego hablaba de lo que había leído a sus conciudadanos, todos ellos campesinos y pastores analfabetos. Tal vez por eso, la gente decía que el doctor estaba loco. ¿Qué tenían que ver los libros con ellos?
Por las noches, el doctor Taza, Don Tommasino y Michael solían sentarse en el vasto jardín poblado de aquellas estatuas de mármol que en Sicilia parecían crecer tan mágicamente como los racimos de uvas. El doctor Taza gustaba de contar viejas historias de la Mafia, y Michael lo escuchaba con gran atención. A veces, cuando el fuerte vino y el agradable ambiente del jardín hacían efecto en él, Don Tommasino refería alguna de sus experiencias. El doctor era la leyenda; el Don, la realidad.
En el antiguo jardín Michael Corleone aprendió a conocer las raíces que habían alimentado los primeros años de su padre. Supo que la palabra «Mafia» había significado, en su origen, «lugar de refugio», y que luego que se convirtió en el nombre de una organización secreta creada para luchar contra los poderosos que durante siglos habían manejado a su antojo el país y a sus gentes. Sicilia era una tierra que había sido más maltratada que cualquier otra del mundo. La Inquisición había torturado a ricos y a pobres. Los ricos terratenientes y la numerosa secuela de sus servidores habían ejercido un poder absoluto sobre granjeros y pastores, y la policía no era sino un instrumento de aquéllos (hasta el punto de que la misma palabra «policía» aún constituía el peor insulto que un siciliano podía dirigir a otro).
Los pobres habían aprendido a no demostrar su cólera y su odio, por miedo a ser aplastados por aquella autoridad salvaje y omnipotente. Habían aprendido a no proferir amenazas, pues de hacerlo las represalias hubiesen sido inmediatas y terribles. Habían aprendido que la sociedad era su enemiga, y por ello, cuando querían justicia a causa de alguna ofensa o agravio, acudían a la organización secreta, la Mafia. Y la Mafia había cimentado su poder estableciendo la ley del silencio, la «omertà». En el interior de Sicilia, si un extraño preguntaba el camino para ir a una localidad próxima, ni siquiera recibía respuesta. Y el peor crimen que un miembro de la Mafia podía cometer era el de decir a la policía el nombre de la persona que había disparado contra él o el de quien le había causado cualquier perjuicio. La «omertà» se convirtió en la religión de la gente. Una mujer cuyo marido había sido asesinado no diría a la policía el nombre del asesino de su esposo, ni el del que había matado a su hijo, ni tampoco el del raptor de su hija.