– El médico le ha administrado un calmante -respondió Clemenza-. Ahora está durmiendo.
Michael se acercó a la esposa de Hagen y se indinó para darle un beso en la mejilla. Siempre habían simpatizado.
– No te preocupes -la tranquilizó-. Seguro que Tom está perfectamente. ¿Has hablado ya con Sonny?
Theresa lo asió por un brazo y movió la cabeza. Era una mujer frágil y muy hermosa, más americana que italiana, y estaba muy asustada. Él la tomó de la mano y la ayudó a levantarse del sofá. Luego la condujo al despacho de su padre, en donde se hallaba Sonny.
Sonny estaba retrepado en la silla de su escritorio, con una libreta amarilla en una mano y un lápiz en la otra. Con él estaba únicamente el _caporegime_ Tessio, a quien Michael reconoció. Dedujo de inmediato que debían de ser sus hombres los que hacían guardia en la casa. También Tessio tenía papel y lápiz en las manos.
Cuando Sonny los vio entrar, se acercó a ellos y abrazó a la esposa de Hagen.
– No te preocupes, Theresa -dijo-. Tom está bien. Sólo quieren que actúe como intermediario. En realidad, es nuestro abogado. Nadie puede querer hacerle daño alguno.
Luego también abrazó y besó a su hermano menor, que se sorprendió ante esta muestra de afecto. Michael apartó a Sonny y dijo, sonriendo burlonamente:
– ¿Después de haberme acostumbrado a tus golpes, ahora debo soportar esto?
Años atrás, los dos hermanos se habían peleado muchas veces.
– Escucha, muchacho -dijo Sonny, encogiéndose de hombros-. Tienes que saber que me preocupé mucho al no conseguir localizarte en aquella rustica población. No es que me importara gran cosa lo que pudiera haberte ocurrido, pero no me gustaba la idea de dar la noticia a nuestra madre. Bastante tuve con tener que contarle lo de papá.
– ¿Cómo reaccionó? -preguntó Michael.
– Bien. No es la primera vez que pasa por este trance. Ni yo tampoco. Entonces tú eras muy joven, y luego, cuando te fuiste haciendo mayor, la situación iba sobre ruedas.
Después de una corta pausa, Sonny añadió:
– Ahora está en el hospital, con papá. Nuestro padre está fuera de peligro, según creo.
– ¿Cuándo iremos a verlo? -preguntó Michael.
– No puedo dejar esta casa hasta que todo haya pasado -respondió Sonny con sequedad.
Sonó el teléfono. Sonny descolgó y escuchó atentamente. Mientras, Michael echó un vistazo a la mesa y leyó lo que su hermano había escrito en la libreta amarilla.
Era una lista compuesta de siete nombres. Los tres primeros eran Sollozzo, Phillip Tattaglia y John Tattaglia. Michael comprendió que había interrumpido a Sonny y a Tessio mientras confeccionaban una lista de hombres que debían morir asesinados. Sonny colgó.
– ¿Podéis esperar fuera? -les pidió a Theresa Hagen y a Michael-. Tengo que terminar un trabajo con Tessio.
– ¿Estaba relacionada con Tom esta llamada? -interrogó Theresa.
Había pronunciado estas palabras con aparente tranquilidad, pero lo cierto es que casi tenía lágrimas en los ojos. Sonny la tomó del brazo y la acompañó a la puerta.
– Te prometo que todo acabará bien -aseguró-. Espera en el salón. No tardaré en salir.
Cerró la puerta tras ella. Michael se había sentado en uno de los grandes butacones de cuero. Sonny le dirigió una rápida mirada y luego se sentó detrás de la mesa.
– Sería mejor que salieras, Mike -dijo-. Vas a oír cosas que no te van a gustar.
Michael encendió un cigarrillo.
– Puedo ayudar -replicó.
– No, no puedes. Si permitiera que te vieras mezclado en esto, nuestro padre se pondría hecho una furia. Michael se levantó, hecho una furia.
– Oye, imbécil -dijo-, se trata de mi padre. ¿Es que no debo hacer nada por él? Puedo ayudar. No tengo por qué salir a la calle y liarme a matar gente, pero puedo ayudar. Deja ya de tratarme como a un niño. He estado en la guerra. Fui herido ¿lo recuerdas? Y maté a algunos japoneses. ¿Qué crees que voy a hacer cuando mates a alguien? ¿Desmayarme?
Sonny le miró con una sonrisa burlona.
– Bien, bien, de acuerdo. Ocúpate del teléfono.
Se volvió a Tessio.
– Esa última llamada me ha dado los datos que necesitaba -dijo.
Seguidamente, dirigiéndose a Michael, comentó:
– Alguien nos ha traicionado: puede haber sido Clemenza, o tal vez Paulie Gatto, que ha padecido una enfermedad muy conveniente. Ahora ya sé la respuesta. Vamos a ver lo listo que eres, Michael, tú que eres el intelectual de la familia. ¿Quién se ha pasado al bando de Sollozzo?
Michael volvió a sentarse en el cómodo butacón de cuero. Meditó la situación con mucho cuidado. Clemenza era uno de los _caporegimi_ de la familia Corleone. Gracias al Don se había hecho millonario, y ambos eran íntimos amigos desde hacía más de veinte años. Disfrutaba de uno de los puestos más importantes de la organización. ¿Qué podía ganar Clemenza traicionando al Don? ¿Más dinero? Era ya muy rico, pero los hombres suelen ser ambiciosos. ¿Más poder? ¿Venganza por algún insulto o desdén? ¿Le había sentado mal que Hagen fuera nombrado _consigliere_? ¿O quizá se había convencido de que Sollozzo sería el vencedor? No, era imposible que el traidor fuera Clemenza, aunque Michael pensó tristemente que era sólo imposible porque él no quería que Clemenza muriera. Cuando él era niño, el gordo Clemenza siempre le llevaba pequeños regalos e incluso lo llevaba a pasear, cuando el Don estaba ocupado. No podía creer que Clemenza fuera culpable de traición. Por otra parte, Clemenza sería con toda seguridad el hombre al que Sollozzo preferiría tener en su bando, de entre todos los de la familia Corleone.
Michael pensó también en Paulie Gatto. Paulie aún no era un hombre rico. Estaba bien valorado, había ido escalando posiciones, pero llevaba todavía pocos años en la organización. Seguro que soñaba en convertirse en un hombre muy poderoso. Tenía que ser Paulie. De pronto Michael recordó que él y Paulie habían sido compañeros de clase en el sexto grado, y tampoco quería que el culpable fuera Paulie.
– Ninguno de los dos -dijo-. Pero lo dijo sólo porque Sonny había asegurado que ya tenía la respuesta. Si tuviera que haber votado por alguno de ellos como culpable, lo hubiera hecho por Paulie.
Sonny lo miró, sonriente.
– No pienses más -dijo-. Es Paulie. Michael descubrió una expresión de alivio en el rostro de Tessio. Sus simpatías, teniendo en cuenta que ambos eran _caporegime_, se inclinaban hacia Clemenza. Además, aparte del atentado sufrido por el Don, la situación no era demasiado grave.
– Supongo que mañana podré enviar a mis hombres a casa ¿no? -dijo Tessio, cautelosamente.