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– Dentro de pocos minutos dos de mis hombres se presentaran en tu casa para llevarte con ellos. Diles que primero quiero que me telefoneen Pero no les digas ninguna otra cosa. Les daré instrucciones de que os lleven a ti y a Connie a la finca. ¿De acuerdo?

– Sí, sí, he comprendido -dijo Garlo.

Estaba excitado. Por el tono con que Hagen le había hablado, se daba cuenta de que la noticia sena realmente importante.

A continuación Hagen fue derecho al grano:

– Han matado a Sonny. Ha sido esta noche. No digas ni una palabra. Connie lo llamó mientras dormías, y él iba camino de tu casa. No quiero que Connie lo sepa. Aunque lo sospeche, no quiero que lo sepa con certeza. Pensaría que ha sido culpa suya. Tampoco quiero que te Levas de su lado; compórtate como un mando enamorado, al menos hasta que haya tenido el hijo que espera. Mañana por la mañana alguien, tal vez tú, o el Don, o su madre, le dirá a Connie que Sonny ha sido asesinado. Y quiero que estés a su lado, que le sirvas de apoyo. Si me haces este favor, te prometo que me ocuparé de ti en el futuro. ¿Comprendido?

– Sí Tom de acuerdo -repuso Carlo en tono vacilante-. Tú y yo siempre nos hemos llevado bien. Te estoy muy agradecido. ¿Me entiendes?

– Sí perfectamente. Nadie te acusara de que tu pelea con Connie haya sido la causa de la desgracia. Yo me encargaré de eso -hizo una breve pausa y añadió-: Y ahora cuida de Connie.

Sin esperar respuesta, Hagen colgó el auricular.

El Don le había enseñado a no amenazar jamás. Pero Carlo había comprendido: era hombre muerto.

Hagen llamó a Tessio y le ordeno que acudiera de inmediato a Long Beach. No explicó el motivo, m Tessio se lo preguntó. Hagen soltó un profundo suspiro. Lo más difícil todavía estaba por llegar.

Tendría que despertar al Don, la persona a quien más quería en el mundo, y decirle que le había fallado, que no había sabido proteger a su hijo mayor. Tendría que decirle que todo estaba perdido, a menos que el propio Don, enfermo y todo, resolviera presentar batalla. Hagen no se hacía ilusiones al respecto. Sólo el gran Don podría, a pesar de la tremenda derrota que acababa de sufrir, conseguir la victoria final. Hagen ni siquiera se molestó en hablar con los médicos. Tenía que decírselo todo a su padre adoptivo, aunque con ello pusiera en peligro su vida, y luego seguirlo. Y no cabía la menor duda acerca de lo que el Don haría. Las opiniones de los médicos carecían de importancia; todo carecía de importancia. El Don debía ser informado, sólo a él correspondía escoger entre dos alternativas: ponerse al frente de sus hombres u ordenar a Hagen la rendición del imperio de los Corleone a las Cinco Familias.

Hagen temía lo que pudiese ocurrir en la hora simiente. Pensó en lo que diría y cómo lo diría. No debía insistir demasiado en su responsabilidad con respecto a lo ocurrido, pues así sólo conseguiría aumentar la aflicción del Don. Tampoco debía mostrar demasiado su dolor, para no acrecentar el del anciano. El hecho de hablar de sus limitaciones como _consigliere_ en tiempos de guerra, significaría un reproche indirecto a la persona que lo había elegido.

Hagen decidió que lo más oportuno sería dar la noticia al Don y, después de exponer su opinión sobre lo que debía hacerse, guardar silencio. A partir de ahí, reaccionaría de acuerdo a como lo hiciera su padre adoptivo Si éste deseaba que se mostrara avergonzado por su torpeza, así lo haría; si lo invitaba a mostrarse afligido, daría rienda suelta a la pena que lo embargaba.

Hagen alzó la cabeza al oír el ruido de unos coches que entraban en la finca. Los _caporegimi_ estaban llegando. Hablaría con ellos antes de subir a ver al Don. Del mueble bar sacó un vaso y una botella. No tenía ánimos ni para echar el licor en el vaso. De pronto, oyó el ruido de la puerta al abrirse. Al volver la cabeza, Hagen vio, completamente vestido por vez primera desde que atentaron contra él, a Don Corleone.

El Don cruzó la estancia y se sentó en su butaca de cuero. Caminaba con cierta lentitud y las ropas le venían un poco holgadas, pero a los ojos de Hagen tenía el mismo aspecto de siempre. Parecía como si con el solo poder de su férrea voluntad hubiera borrado cualquier vestigio de debilidad física. Su rostro denotaba la fuerza de siempre. Una vez que se hubo sentado, dijo a Hagen:

– Sírveme un poco de anís.

Tom Hagen sirvió en un vaso un poco de aquel licor casero, mucho más fuerte que el que vendían en las tiendas, regalo de un amigo que cada año le enviaba unas cuantas botellas.

– Mi esposa estaba llorando antes de dormirse -prosiguió Don Corleone-. Desde mi ventana he visto llegar a los _caporegimi_, y es medianoche. Así, pues, _consigliere_, pienso que deberías confesarle a tu Don lo que todo el mundo sabe.

– A ella no le he dicho nada -musitó Hagen-, y estaba a punto de subir a despertarlo para comunicarle la noticia.

– Pero primero necesitabas tomar un trago.

– Sí -reconoció Hagen.

– Bien, ya lo has tomado. Ahora dime lo que sea.

En el tono del Don había un ligero reproche a la debilidad de Hagen.

– Han disparado contra Sonny. Ha sido en la carretera. Ha muerto.

Don Corleone parpadeó. Por un instante pareció que su voluntad de hierro iba a derrumbarse, y en su rostro apareció una mueca de dolor. Pero se recobró enseguida.

Acodado en la mesa, Don Corleone apoyó la barbilla en las manos, mientras miraba fijamente a Hagen.

– Dime todo lo que ha pasado -Alzó una mano y añadió-: No, prefiero que aguardemos a que lleguen Clemenza y Tessio. Te ahorrarás el volver a contarlo.

Segundos después, acompañados de un guardaespaldas, los dos _caporegimi_ entraban en la habitación. De inmediato advirtieron que el Don ya estaba enterado de la muerte de su hijo, pues se levantó para que lo abrazaran, ya que en su calidad de viejos camaradas podían hacerlo. Antes de comenzar a hablar, Hagen les sirvió un vaso de anís.

Cuando hubieron bebido, el Don se limitó a preguntarles:

– ¿Es cierto que mi hijo está muerto?

– Sí -respondió Clemenza-. Los guardaespaldas eran del regime de Santino, pero escogidos por mí. Los interrogué cuando llegaron a mi casa. Vieron su cuerpo junto a la garita de peaje. Con las heridas que presentaba era imposible que siguiese con vida. Están absolutamente seguros de que Sonny ha muerto.

Don Corleone aceptó el veredicto sin emoción aparente. Tras permanecer en silencio por unos instantes, dijo:

– Ninguno de vosotros debe dejar que lo ocurrido lo afecte. Ninguno debe realizar ningún acto de venganza, ni debe hacer nada para descubrir a los asesinos sin mi consentimiento expreso. Tampoco llevará a cabo ninguna acción contra las Cinco Familias, a menos que sea yo quien lo ordene. Nuestra Familia dejará de operar hasta después del funeral. Luego nos reuniremos aquí mismo y decidiremos el camino a seguir. Esta noche sólo debemos ocuparnos de Santino, a quien hemos de dar cristiana sepultura. Me ocuparé de que algunos amigos arreglen las cosas con la policía y con las autoridades. Tú, Clemenza, y los hombres de tu regime, seréis mis guardaespaldas permanentes. Tú, Tessio, te ocuparás de proteger a los demás miembros de mi familia. En cuanto a ti, Tom, llama a Amerigo Bonasera y dile que esta noche necesitaré de sus servicios. Indícales que me espere en la funeraria. Iré dentro de una hora, o de dos, o de tres. ¿Habéis entendido?

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