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Mientras lavaba su Cadillac azul, Peter Clemenza consideró cuál debía ser la expresión de su cara, cuáles debían ser sus palabras. Debía mostrarse seco con Paulie, como si estuviera disgustado con él. Con un hombre tan sensible y suspicaz como Gatto, dicha actitud serviría para sumirle en un mar de dudas. Una actitud amistosa despertaría sus sospechas, aunque la sequedad tampoco debía ser excesiva. ¿Y cómo justificar la presencia de Lampone? Paulie se alarmaría al ver a Lampone en el asiento posterior. A Paulie no le gustaría encontrarse indefenso, teniendo a Rocco Lampone detrás de su cabeza. Clemenza frotó furiosamente la carrocería del Cadillac. Desde luego, aquella era una de las cuestiones más difíciles. Por un momento consideró la posibilidad de utilizar a otro hombre más, pero la descartó por razón fundamental: en el futuro cabía la posibilidad de que a uno de sus hombres le interesara declarar contra él. Si dos personas se ocupaban del asunto, sería la palabra de un hombre contra la de otro. En cambio, la palabra de un tercero inclinaría la balanza. No, dos hombres era mejor que tres.

Lo que más irritaba a Clemenza era que la ejecución debía ser «pública». Es decir, el cuerpo debía ser encontrado. Hubiera preferido hacer desaparecer el cadáver, como habitualmente: los cadáveres eran enterrados en el mar o en las ciénagas de Nueva Jersey, en terrenos pertenecientes a amigos de la Familia, aunque también se empleaban métodos más complicados. En este caso, sin embargo, tenía que ser en público, de modo que sirviera de aviso a los hipotéticos traidores y con objeto de que todos supieran que la familia Corleone no se había debilitado. Para Sollozzo sería un golpe ver que el espía había sido descubierto con tanta rapidez. La familia Corleone recuperaría parte del prestigio que había perdido con el atentado contra su jefe.

Clemenza lanzó un profundo suspiro. El Cadillac brillaba como el sol, pero aún no había conseguido resolver el problema. Luego, sin saber cómo, se le presentó la solución. Rocco Lampone y Paulie estarían juntos porque él, Clemenza, tenía que confiarles una misión muy secreta e importante. Diría a Paulie que su trabajo y el de Lampone consistiría en hallar un apartamento por si la Familia decidía «atrincherarse».

Siempre que una guerra entre Familias se hacía demasiado virulenta, los oponentes solían trasladarse a un lugar secreto, con todos sus «soldados». El objetivo principal no era mantener fuera de peligro a las esposas e hijos de los combatientes, ya que un ataque contra los no combatientes era impensable. Lo que se pretendía era simplemente que ni el adversario ni la policía pudieran observar los movimientos.

Por ello, en tales casos un _caporegime_ de confianza recibía el encargo de alquilar un apartamento secreto y de comprar todo lo necesario para vivir en él. Así, cuando se iniciaba una ofensiva, los involucrados en ella se trasladaban al apartamento. ¿Qué tenía de extraño que el encargo hubiera sido confiado a Clemenza? Nada, como tampoco que éste se llevara con él a Gatto y a Lampone, pues eran muchos los detalles a ultimar. Además, pensó Clemenza con una sonrisa, Paulie Gatto había demostrado ser ambicioso, y lo primero que pensaría sería cuánto le pagaría Sollozzo por una información tan valiosa.

Rocco Lampone llegó temprano. Clemenza le explicó lo que debía hacerse y cuál sería el papel de cada uno de los dos. La expresión de Lampone reflejaba la gratitud que sentía, y luego dio las gracias a Clemenza por la oportunidad que le brindaba. Clemenza estaba seguro de haber elegido bien.

– A partir de ahora se te proporcionará un medio de ganarte mejor la vida -le dijo, dándole una palmadita en la espalda-. Pero de eso hablaremos más tarde. Comprenderás que ahora la Familia tiene cosas más importantes en que pensar, cosas más importantes que hacer.

Lampone hizo un gesto demostrativo de que estaba bien dispuesto a tener paciencia, sabiendo que la recompensa no quedaría en meras palabras.

Clemenza se acercó a una caja disimulada en la pared, la abrió y sacó un arma.

– Usa ésta -dijo, entregándosela a Lampone-. No podrán averiguar quién es su propietario. Déjala en el coche, con Paulie. Cuando hayamos terminado este trabajo quiero que te vayas de vacaciones a Florida con tu familia. Emplea tu propio dinero; cuando vuelvas te reembolsaré lo que hayas gastado. Descansa, toma el sol. Y alójate en el hotel que la Familia posee en Miami Beach; así podré localizarte si te necesito.

La esposa de Clemenza llamó a la puerta de la habitación para decirles que Paulie Gatto acababa de llegar. Estaba estacionado delante del garaje. Clemenza y Lampone salieron y se acercaron al coche. Cuando Clemenza se sentó junto a Paulie, emitió un malhumorado gruñido a guisa de saludo y miró su reloj de pulsera, como dando a entender a Paulie que había llegado tarde.

Gatto, el hombre de la cara de hurón, miró fijamente a Clemenza, como si intentara adivinar el motivo de todo aquello. No pudo evitar un gesto de alarma cuando Lampone se sentó detrás de él.

– Rocco, siéntate en el otro lado -indicó Clemenza-. Eres tan alto que no me dejas ver a través del retrovisor.

Obediente, Lampone se apartó sin hacer comentario alguno, como si la petición de Clemenza fuera la cosa más natural del mundo.

– ¡Maldita sea! Ese Sonny está asustado como una rata. Ya está pensando en ir a las trincheras. Tenemos que buscar un lugar adecuado en el West Side -dijo Clemenza, dirigiéndose a Gatto-. Tú y Rocco debéis buscar el lugar y ocuparos de la compra de los muebles y provisiones. Estaréis allí hasta que llegue el resto de los hombres. ¿Conocéis algún sitio apropiado?

Como había esperado, los ojos de Gatto demostraron inmediatamente un ávido interés. Paulie se había tragado el anzuelo, y el pensar en cuánto le pagaría Sollozzo por la información le privó de considerar el posible peligro. Además, Lampone estaba realizando su papel de maravilla. Se estremecía mirando a través de la ventanilla, como si nada de lo que los dos hombres hablaban le interesara lo más mínimo. Clemenza se felicitó por su elección.

Gatto se encogió de hombros.

– Tendré que pensarlo -dijo.

– Piensa mientras vas conduciendo -gruñó Clemenza-. Quiero estar hoy mismo en Nueva York.

Paulie era un conductor experto, y como el tráfico no era muy intenso en aquella hora de la tarde, llegaron a la ciudad cuando empezaba a anochecer. Durante el trayecto, los tres hombres apenas si cruzaron cuatro palabras. Clemenza indicó a Paulie que se dirigiera hacia el sector de Washington Heights. Le dijo que aparcara el automóvil cerca de Arthur Avenue y que esperara, pues quería ver algunos apartamentos. También dejó a Rocco Lampone en el coche. Se fue al restaurante Vera Mario, donde después de saludar a algunos conocidos tomó una cena ligera a base de ensalada y carne de ternera. Transcurrida una hora, se dirigió al lugar donde estaba el coche y subió. Gatto y Lampone no se habían movido del interior del vehículo.

– Vamos, muchachos; quieren que regresemos a Long Beach. Tienen otro trabajo para nosotros. Sonny dice que podemos dejar esto para más adelante. Oye, Rocco: tu vives en la ciudad ¿dónde quieres que te dejemos?

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