Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Eres un buen muchacho -dijo Fanucci, emocionado. Tomó la mano de Vito entre las suyas y añadió-: Eres respetuoso, y esto es muy importante en un hombre joven. La próxima vez habla primero conmigo ¿eh? Tal vez pueda ayudarte.

Muchos años más tarde, Vito Corleone comprendió que lo que entonces le llevó a dirigirse con tanto respeto a Fanucci fue el haber presenciado la muerte de su propio padre, un hombre apasionado que había sido asesinado por la Mafia, allá en Sicilia. Pero en ese momento lo único que sintió fue un frío odio hacia Fanucci, que pretendía robarle parte del dinero que había conseguido a costa de arriesgar su libertad y aun su vida. No tuvo miedo alguno. Lo que Vito Corleone en realidad pensó fue que Fanucci era un pobre loco, pues estaba convencido de que Clemenza se dejaría matar antes que desprenderse de un solo centavo (¿acaso no se había mostrado dispuesto a matar a un policía sólo por robar una alfombra?). Y en cuanto al melancólico Tessio, era frío como una víbora, e igual de mortal.

Aquella misma noche, en el piso de Clemenza, Vito Corleone recibió una segunda lección de buena educación. Clemenza empezó renegando y maldiciendo, Tessio frunció el entrecejo, pero ambos acabaron por considerar que quizá Fanucci se contentara con doscientos dólares. En opinión de Tessio, no lo haría.

– No -dijo Clemenza-, ese caracortada debe de haberse enterado de lo que nos pagó el mayorista. Fanucci no se conformará con menos de trescientos dólares. Tendremos que pagar.

Vito estaba asombrado, pero procuró que sus dos amigos no se dieran cuenta de ello.

– ¿Por qué tenemos que pagar? -preguntó-. ¿Qué puede hacernos a los tres? Somos más fuertes que él. Tenemos armas. ¿Por qué hemos de desprendernos del dinero que nos pertenece?

En el tono del maestro que habla con un alumno algo retrasado, Clemenza dijo:

– Fanucci tiene amigos, amigos muy violentos. Y está en muy buenas relaciones con algunos policías. Si le habláramos de nuestros planes, nos denunciaría, con lo que se ganaría la gratitud de la policía. Y, naturalmente, se cobraría el favor. Así es cómo opera. Además, el mismísimo Maranzalla lo ha autorizado a trabajar en este distrito.

Maranzalla era un gángster que aparecía a menudo en los periódicos, y a quien se consideraba el jefe de una organización especializada en la extorsión, el juego y los robos a mano armada.

Clemenza sirvió un vino hecho por él mismo. Su esposa, después de poner en una mesa un plato de salami, aceitunas y pan italiano, fue a sentarse con sus comadres en la acera, delante de la casa. Era una joven italiana que llevaba pocos años en el país, y no comprendía el inglés.

Vito Corleone se sentó con sus dos amigos y bebió vino. Su mente nunca había trabajado tan intensamente como en ese momento. Le sorprendía la claridad con que veía las cosas. Pasó revista a todo lo que sabía de Fanucci. Recordó el día en que le habían cortado la cara con un cuchillo y cómo se había echado a correr, con el sombrero pegado a la barbilla, para que no manara la sangre. Recordó la muerte del que había empuñado el cuchillo y cómo los otros dos habían conservado la vida a cambio de una cuantiosa indemnización. Y comprendió que Fanucci no era hombre que contara con grandes influencias, ni podía serlo. No era más que un confidente de la policía. Un hombre realmente poderoso no hubiese puesto precio a su venganza. Un verdadero jefe mañoso también hubiese hecho matar a los otros dos. No. Fanucci había acabado con la vida de uno de sus agresores, pero sabía que no podía hacer lo mismo con los otros, máxime si ambos estaban alerta, como era el caso. Por ello se había conformado con aceptar dinero. Era únicamente su propia fuerza bruta lo que le permitía conseguir que los tenderos y los jugadores le pagaran tributo. Pero Vito Corleone sabía de una casa de juego que nunca había querido pagar, y nada había ocurrido.

Eso demostraba que Fanucci estaba solo. Como mucho debía de disponer de unos pocos pistoleros, alquilados para trabajos especiales, y eso pagándoles en efectivo. Estos pensamientos se encadenaron con otros, y así, al cabo de un rato, Vito Corleone llegó a la conclusión de que debía imprimir un nuevo rumbo a su vida.

Estaba convencido de que cada hombre tiene escrito su destino. Aquella noche hubiera podido pagar a Fanucci el tributo exigido, con lo que se habría convertido de nuevo en dependiente de una tienda, y luego, con los años, tal vez hubiera llegado a establecerse por su cuenta. El destino, sin embargo, había decidido que debía convertirse en un Don, y se serviría de Fanucci para ponerlo en el sendero que tenía destinado.

Cuando hubieron terminado la botella de vino, Vito dijo a Clemenza y a Tessio:

– Si os parece ¿por qué no me dais doscientos dólares cada uno? Yo me cuidaré de pagar a Fanucci. Os garantizo que aceptará esa suma. Dejadlo todo por mi cuenta. Arreglaré este problema a vuestra entera satisfacción.

Clemenza se puso en guardia de inmediato. Sospechaba.

– Soy incapaz de mentir a mis amigos -dijo Vito en tono gélido-. Habla mañana con Fanucci y deja que te pida el dinero. Pero no le pagues. Y, sobre todo, no discutas con él. Dile que no llevas dinero encima y que se lo entregarás por intermedio de mí. Dale a entender que estás dispuesto a pagar lo que pide. No regatees. El precio ya lo discutiré yo con él. Si es tan peligroso como decís, no tiene objeto hacerle enfadar.

Clemenza y Tessio se mostraron de acuerdo. Al día siguiente, Clemenza habló con Fanucci para asegurarse de que Vito no le jugara una mala pasada. Luego fue al piso de Vito y le dio los doscientos dólares. Miró inquisitivamente a Vito Corleone y dijo:

– Fanucci no se mostró dispuesto a aceptar menos de trescientos dólares. ¿Cómo vas a arreglártelas para conseguir que se conforme con doscientos?

– Eso es algo que no te concierne. Sólo recuerda que te he hecho un favor.

Tessio se retrasó un poco. Era más reservado que Clemenza, más astuto y más inteligente, pero no tenía tanta personalidad ni tanta fuerza. Sentía que algo no estaba perfectamente claro. Estaba un poco preocupado. Dirigiéndose a Vito Corleone, dijo:

– Ten cuidado con ese cerdo de Fanucci. Pertenece a la Mano Negra. Es más marrullero que un cura. ¿Quieres que yo esté a tu lado cuando entregues el dinero?

Vito Corleone negó con la cabeza, sin molestarse en contestar. Al cabo de un momento, dijo a Tessio:

– Comunícale a Fanucci que le pagaré aquí, en mi casa, esta noche a las nueve. Tengo que ofrecerle a nuestro hombre un vaso de vino y, naturalmente, charlar un poco con él. Debo convencerlo de que acepte sólo doscientos dólares de cada uno de nosotros.

– No tendrás esa suerte. Fanucci nunca da el brazo a torcer -comentó Tessio.

– Razonaré con él -replicó Vito Corleone. Esta frase se haría famosa en los próximos años. Se convertiría en el último aviso, en el anuncio de sangrientas batallas. Cuando, convertido ya en Don, pedía a sus oponentes que razonaran con él, éstos sabían que ello significaba la última oportunidad de resolver un asunto sin derramamiento de sangre.

64
{"b":"101344","o":1}