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Antes de que tuvieran tiempo de llamar, otro guardián les abrió la puerta. Era evidente que había estado observándoles desde una ventana. Rápidamente, se dirigieron al despacho, donde Sonny y Tessio les estaban esperando. Sonny se acercó a Michael y le pasó las manos por la cabeza.

– Perfecta. Ha quedado perfecta -bromeó.

Michael le apartó las manos y se dirigió al mueble bar. Se sirvió un whisky, confiando en que el licor le aliviaría el dolor de la mandíbula.

Los cinco se sentaron alrededor de la mesa, en una atmósfera diferente de las de las reuniones anteriores. Sonny estaba más alegre y Michael sabía a qué obedecía tanta animación. En la mente de su hermano ya no había dudas. Se había decidido, y ahora nada podría detenerlo. Lo que Sollozzo había hecho la noche anterior colmó el vaso de su paciencia. Ahora ya no habría tregua alguna.

– El negociador ha llamado mientras estabais fuera -dijo Sonny a Hagen-. El Turco quiere reunirse con nosotros enseguida -lanzó una sonora carcajada y prosiguió-: Hay que reconocer que tiene redaños ese hijo de puta. Después de lo de anoche, se atreve a solicitar una entrevista para hoy mismo o para mañana. Mientras, considera que debemos permanecer con los brazos cruzados, atentos a sus menores deseos. Desde luego, es inaudito.

– ¿Y qué le has contestado? -preguntó Hagen, cautelosamente.

Sonny sonrió.

– He aceptado, naturalmente. Tengo un centenar de hombres en la calle las veinticuatro horas del día. Si Sollozzo se deja ver, es hombre muerto.

– ¿Hubo una propuesta concreta? -quiso saber Hagen.

– Sí. Quiere que enviemos a Mike a hablar con él. El negociador nos garantiza la seguridad de Mike. Sollozzo no nos pide garantías para él, pues sabe que no está en condiciones de pedirlas. Así, pues, quiere ser él quien lo arregle todo. Los hombres del negociador llevarán a Mike al lugar de la entrevista. Mike escuchará a Sollozzo, y luego le dejarán ir. Pero el lugar de la reunión es secreto. La promesa es que el trato será tan bueno, que no podremos rechazarlo.

– ¿Y qué hay de los Tattaglia? -preguntó Hagen-. ¿Cómo les habrá sentado lo de Bruno?

– Eso forma parte del trato. El negociador dice que la familia Tattaglia está de acuerdo en seguir con Sollozzo. Olvidarán lo de Bruno. Es el precio que han tenido que pagar por lo que hicieron a mi padre. Según ellos, una cuenta borra la otra.

– Creo que deberíamos escuchar lo que tienen que decirnos -apuntó Hagen, prudente.

Sonny movió varias veces la cabeza exageradamente, en señal de negativa.

– No, no, _consigliere_, esta vez no.

Y su voz tenía un marcado acento italiano al decir estas palabras.

– Nada de entrevistas. Nada de discusiones -prosiguió-. Nada de soportar nuevos trucos de Sollozzo. Cuando el negociador vuelva a ponerse en contacto con nosotros, quiero que le deis un mensaje. Quiero a Sollozzo. Si no, será la guerra. Nos iremos a las trincheras y movilizaremos a todos nuestros hombres. Los negocios se resentirán, pero no importa.

– Las otras Familias no permitirán una guerra abierta -dijo Hagen-. Sería demasiado perjudicial para todos.

Sonny se encogió de hombros.

– Pues tienen una solución muy sencilla -contestó-. Que me den a Sollozzo, o que luchen contra la familia Corleone.

Sonny permaneció en silencio unos segundos y luego, rudamente, prosiguió:

– No más consejos, Tom. Ya he tomado una decisión. Tu misión es la de ayudarme a vencer. ¿Entendidos?

Hagen asintió y por un momento se concentró en sus propios pensamientos.

– He hablado con tu contacto en el Departamento de Policía -dijo después-. Me ha asegurado que el capitán McCluskey figura en la nómina de Sollozzo y que éste le paga una verdadera fortuna. Y hay más. Por lo visto McCluskey también tendrá su porcentaje en el negocio de las drogas. McCluskey ha aceptado ser guardaespaldas de Sollozzo. El Turco no se atrevería a dar un paso sin McCluskey. Cuando se reúna con Mike, McCluskey estará sentado a su lado. Vestido de paisano, pero armado. Quiero que entiendas, Sonny, que mientras Sollozzo esté protegido como lo está en estos momentos, es invulnerable. Nadie hasta hoy ha liquidado impunemente a un capitán de la policía de Nueva York. La presión que ejercerían la prensa, las autoridades y la Iglesia sería tremenda. Las Familias saldrían a cazarte abiertamente. La familia Corleone estaría perdida. Incluso los más influyentes amigos del Don se esconderían. En consecuencia, Sonny, te ruego que tengas todo esto en cuenta.

– McCluskey no puede estar continuamente al lado de Sollozzo. Esperaremos.

Tessio y Clemenza daban nerviosas chupadas a sus cigarros, pero no se atrevían a hablar. Si prevalecía la opinión de Sonny, serían ellos los que tendrían que exponer el pellejo.

Por primera vez, Michael abrió la boca.

– ¿Es posible trasladar al Don aquí? -preguntó a Hagen.

– Eso es lo primero que pregunté -respondió Hagen-. Es imposible. Todavía está muy mal. Se salvará, pero necesita continuos cuidados, y hasta es posible que tengan que intervenirle. Imposible.

– En ese caso, hay que ir a por Sollozzo enseguida -resolvió Michael-. No podemos esperar. El tipo es demasiado peligroso y no tardaría en sorprendernos con otra de sus ideas. Recuerda que para él el objetivo principal sigue siendo nuestro padre, aunque sabe que en estos momentos le va a ser muy difícil. Ahora bien, si intuye que queremos matarle, hará un nuevo intento contra el viejo, se jugará el todo por el todo. Y con ese capitán de la policía como ayudante ¿quién sabe lo que puede ocurrir? No podemos correr ese riesgo. Debemos eliminar a Sollozzo enseguida.

Sonny, con la mano en la barbilla, meditaba profundamente.

– Tienes razón, muchacho -convino-. Has dado en el clavo. No debemos dar a Sollozzo la oportunidad de descargar un nuevo golpe contra el Don.

– ¿Y qué hay del capitán McCluskey? -intervino Hagen.

Sonny se volvió a Michael y le dirigió una extraña sonrisa.

– Eso. ¿Qué hay del duro capitán de la policía?

– Lo que propongo es una medida extrema, ya lo sé -replicó Michael, midiendo cuidadosamente sus palabras-. Sin embargo, hay ocasiones en que cualquier extremismo está justificado. Imaginemos que decidimos matar a McCluskey. Lo que procedería, ante todo, sería implicarlo hasta tal punto que ya no fuera un honrado capitán de policía en misión de servicio, sino un corrompido oficial mezclado con la Mafia. En nuestra nómina tenemos periodistas que se encargarán de publicar la noticia en primera página. Lo que debemos hacer, claro está, es conseguir pruebas contra el capitán. El revuelo, entonces, sería mucho menor, como es lógico, pues no es lo mismo que muera un policía honrado, que un policía corrompido y traidor. ¿Es o no es buena mi idea?

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