Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¡Que lo encierre, he dicho! -gritó.

Michael, todavía tranquilo, dijo con acento irónico:

– ¿Cuánto le paga el Turco por «defender» a mi padre, capitán?

El oficial se volvió hacia él.

– Inmovilizadle -ordenó a los dos corpulentos policías.

Michael sintió que le agarraban los brazos con fuerza. Vio que el enorme puño del capitán avanzaba en dirección a su cara. Trató de esquivar el golpe, pero el puño se estrelló contra su mandíbula. Le dio la impresión de que una granada había estallado dentro de su cabeza. De su boca empezó a manar sangre, y escupió algunos dientes. Sintió que las piernas se negaban a sostenerlo. Si los dos policías no le hubiesen sostenido, hubiera caído. Pero no había perdido el conocimiento. El agente de paisano se puso delante de él, para evitar que el capitán volviera a golpearlo.

– Por Dios, capitán: le ha hecho daño de verdad.

– Ni siquiera lo he tocado -replicó el capitán, casi gritando-. Me atacó y se cayó. ¿Entiende? Se negaba a dejarse arrestar.

A través de una cortina de sangre, Michael vio que estaban llegando más coches, de los que, segundos más tarde, bajaron varios hombres. Uno de ellos, según pudo ver, era el abogado de Clemenza.

El letrado se puso a hablar con el oficial. Su tono era suave y firme a la vez.

– La familia Corleone ha contratado los servicios de una agencia de detectives para proteger al señor Corleone. Los hombres que me acompañan tienen licencia de armas, capitán. Si usted los arresta, mañana por la mañana deberá comparecer ante el juez para explicar por qué. El abogado dirigió una mirada a Michael.

– ¿Quiere usted denunciar al que le ha golpeado? -le preguntó.

– He resbalado… He resbalado y me he caído. Vio una sonrisa de triunfo en la cara del capitán, y él también trató de sonreír.

Quería ocultar a toda costa el odio frío que acumulaba en su cerebro, no deseaba que nadie se diera cuenta de la rabia que le dominaba. El Don hubiera reaccionado igual. Luego notó que lo trasladaban al hospital y perdió el conocimiento.

A la mañana siguiente, cuando despertó, supo que le habían soldado la mandíbula y que había perdido cuatro dientes del lado izquierdo de la boca. Junto a él estaba Hagen.

– ¿Me anestesiaron? -preguntó Michael.

– Sí -respondió Hagen-. Tenías trozos de hueso clavados en las encías, y sin anestesia hubieras sufrido mucho.

– Aparte de lo de la mandíbula y la boca ¿tengo algo más?

– No, nada -contestó Hagen-. Sonny quiere que vayas a Long Beach. ¿Te sientes con fuerzas para el viaje? -Desde luego. ¿Cómo está el Don? Hagen se sonrojó.

– Creo que el problema está resuelto. Hemos contratado a una agencia de detectives, y toda la zona alrededor del hospital está siendo vigilada. Ya terminaré de contártelo todo durante el viaje.

Al volante iba Clemenza; Michael y Hagen se sentaban detrás.

– Dime ¿se sabe ya lo que ocurrió realmente? -preguntó Michael, cuya cabeza no dejaba de dar vueltas al asunto.

– Sonny tiene un contacto en la policía -contestó Hagen-. Se trata de Phillips, el agente que trató de protegerte. Él fue quien nos dio el soplo. El capitán, McCluskey, ha sido siempre un sujeto muy duro; lo era ya en sus tiempos de simple patrullero. Nuestra Familia le ha pagado mucho dinero. Es un hombre muy ambicioso, y no se puede confiar en él. Por lo visto Sollozzo le ha pagado más. McCluskey arrestó, después de la hora de visita, a todos los hombres de Tessio que permanecían en el hospital. El hecho de que algunos llevaran armas no hizo sino empeorar las cosas. Luego hizo salir del hospital a los dos agentes que estaban en la puerta de la habitación de tu padre. Alegó que los necesitaba en otra parte, y aseguró que otros dos hombres vendrían a sustituirles. Mentira. Le habían pagado para que dejara al Don sin protección. Y Phillips me dijo que no aceptaría el fracaso de sus planes, que probaría suerte otra vez. Sollozzo debe haberle pagado una fortuna, además de prometerle hasta la Luna.

– ¿Han dicho algo de mis heridas los periódicos?

– Nada, ni una palabra -contestó Hagen-. Nadie está interesado en que se sepa, ni la policía ni nosotros.

– Bien. ¿Enzo logró huir? -quiso saber Michael.

– Sí. Fue más listo que tú. Cuando los policías llegaron, él se marchó. Aseguró que estuvo a tu lado cuando pasó el coche de Sollozzo. ¿Es eso cierto?

– Sí, lo es. Es un buen muchacho.

– Velaremos por él. ¿Te sientes bien? Pareces agotado -comentó Hagen, preocupado.

– Estoy muy bien, no te preocupes -replicó Michael-. ¿Cómo se llama ese capitán?

– McCluskey. Cambiando de tema, Mike ¿sabes que la familia Corleone ha conseguido anotarse un buen tanto? Bruno Tattaglia ha muerto a las cuatro de esta madrugada. Pienso que la noticia te hará sentir mejor.

– ¿Cómo ha sido? -dijo Michael-. Estaba convencido de que no haríamos nada.

– Después de lo que sucedió en el hospital, Sonny se enfureció. Nuestros hombres están esparcidos por Nueva York y Nueva Jersey. La noche pasada hicimos la lista. He intentado frenar a Sonny, Mike. Tal vez sería mejor que trataras de hablarle. Creo que el asunto todavía puede resolverse sin necesidad de iniciar una guerra abierta.

– Hablaré con él -repuso Michael-. ¿Hay conferencia esta mañana?

– Sí. Al final Sollozzo ha dado señales de vida, y quiere entrevistarse con nosotros. Un negociador está arreglando los detalles. Eso significa que la victoria es nuestra. Sollozzo sabe que ha perdido, y ahora quiere intentar salir con vida del lío por él provocado.

Después de una breve pausa, Hagen prosiguió:

– Tal vez pensó que éramos presa fácil porque no devolvimos el primer golpe. Ahora, con uno de los hijos de los Tattaglia muerto, sabe que no puede jugar con nosotros. Al disparar contra el Don, Sollozzo inició un juego demasiado peligroso. Olvidaba decirte que hemos confirmado lo de Luca. Lo mataron la noche antes del atentado contra tu padre, en el night-club de Bruno. ¿Qué te parece?

– No me extraña que lo sorprendieran con la guardia baja -dijo Michael.

La alameda de Long Beach estaba bloqueada por un gran automóvil negro, estacionado de través. Dos hombres permanecían apoyados en el vehículo.

Michael observó que las ventanas de los pisos superiores de las dos casas de cada lado estaban iluminadas. Era evidente que Sonny estaba dispuesto a llegar hasta el final.

Clemenza estacionó el coche fuera de la alameda, y los tres hombres se adentraron en ella. Los dos guardianes eran hombres de Clemenza, y éste les saludó con un ademán. Los dos inclinaron levemente la cabeza, correspondiendo al saludo de su jefe. No hubo sonrisas ni apretones de mano. Clemenza, Hagen y Michael Corleone entraron en la casa.

41
{"b":"101344","o":1}