Michael miró deferentemente a los otros. Tessio y Clemenza parecían abatidos y guardaron silencio. Sonny, con la misma extraña sonrisa de antes, dijo:
– Adelante muchacho, lo estás haciendo muy bien. Tal como solía decir el Don, la sabiduría está en la boca de los niños. Adelante, Mike, sigue hablando.
Hagen también sonreía, aunque disimuladamente. Michael prosiguió:
– Quieren que me entreviste con Sollozzo. Bien. Seríamos tres: yo, Sollozzo y McCluskey. Arréglalo todo para pasado mañana y ordena a nuestros informadores que procuren averiguar dónde se celebrará la conferencia. Insiste en que tiene que ser un lugar público: no voy a permitir que me lleven a ninguna casa o apartamento. Que sea un bar o un restaurante, y a la hora de la cena, cuando el local esté más lleno de gente. Así todos nos sentiremos más seguros. Ni siquiera un hombre tan desconfiado como Sollozzo podría imaginar que pensamos disparar contra el capitán allí mismo. Naturalmente, me registrarán, por lo que deberé acudir a la cita sin armas. Necesitamos que alguien me proporcione un arma después. Me encargaría de los dos.
Los cuatro hombres lo miraron fijamente. Clemenza y Tessio quedaron boquiabiertos. Hagen parecía triste, pero no sorprendido. Empezó a hablar, pero cambió de idea y se calló. Por su parte, Sonny, el de la enorme cabeza de Cupido, se echó a reír a carcajadas, con una risa que le salía del alma. Señaló a Michael y trató de decir algo, pero no pudo. De su boca sólo salían sonoras carcajadas.
– Tú, el intelectual de la familia -logró decir entre carcajada y carcajada-, el que nunca ha querido saber nada de los asuntos de su padre, ahora te propones matar a un capitán de la policía y a Sollozzo, y todo porque McCluskey te dio un puñetazo. Te lo estás tomando como un asunto personal, y no es más que una cuestión de negocios. Quieres matar a los dos tipos únicamente para vengar un puñetazo.
Clemenza y Tessio, que no habían captado el verdadero significado de las palabras de Sonny, estaban convencidos de que éste se reía de su hermano menor, y por ello miraban a Michael sonrientes y con un cierto aire de superioridad. Sólo Hagen permaneció impasible.
Michael los fue mirando uno por uno, hasta que sus ojos se detuvieron en Sonny, que seguía riéndose.
– ¿Que tú te encargarás de los dos? -dijo Sonny-. Vamos, muchacho; te aseguro que no conseguirás ninguna medalla. Lo que sí te garantizo, en cambio, es que acabarás en la silla eléctrica. Esto no es cosa de héroes, muchacho. A la gente no se la mata desde un kilómetro de distancia. Hay que disparar cuando se tiene al enemigo cerca, cuando se está seguro de no fallar. Vamos, chico, no te tomes las cosas tan a pecho. Al fin y al cabo, sólo fue un puñetazo.
Terminado el corto discurso, Sonny siguió riendo.
Michael se levantó.
– Creo que harías bien en dejar de reírte.
El cambio operado en Michael había sido tan extraordinario, que a Clemenza y a Tessio se les borró la sonrisa de los labios. Michael no era alto ni corpulento, pero su presencia parecía irradiar peligro. En aquel momento era la viva imagen de Don Corleone. Su mirada era dura y su tez había adquirido un tono pálido. Parecía dispuesto a saltar sobre su corpulento hermano mayor en cualquier momento. Era indudable que, de haber tenido un arma en la mano, Sonny hubiera corrido peligro. Sonny dejó de reír, y Michael, con voz mortalmente fría, le dijo:
– No crees que soy capaz de hacerlo ¿eh, imbécil?
– Sé que puedes hacerlo -respondió Sonny, completamente serio-. No me reía de tus palabras, sino de lo que son las cosas, de las vueltas que da el mundo. Yo siempre he dicho que eras el más duro de la Familia, más incluso que el Don. Tú eras el único que se atrevía a enfrentarte a nuestro padre. Recuerdo cómo eras de niño. ¡Vaya temperamento el tuyo! Hasta te atrevías a pegarte conmigo, y eso que yo era bastante mayor que tú. Y Freddie recibía una paliza tuya por lo menos todas las semanas. Ahora, sin embargo, Sollozzo te ha escogido a ti para la entrevista por considerar que eres el más débil de nosotros… Todo porque te dejaste pegar por McCluskey y porque nunca te has mezclado en las peleas de la Familia. Se figura que nada tiene que temer de ti, lo mismo que McCluskey, que debe de tenerte en muy pobre opinión.
Después de una corta pausa, Sonny continuó:
– Lo que ellos ignoran es que, después de todo, eres un Corleone. Yo soy el único que lo ha sabido siempre. Durante los tres últimos días he estado esperando a que, en el momento menos pensado, te quitaras el disfraz de muchacho prudente. He estado aguardando a que te decidieras a convertirte en mi brazo derecho, para así, juntos, luchar contra los que quieren destruir a nuestro padre y a nuestra Familia. Al final, sólo ha hecho falta un puñetazo en la mandíbula.
Sonny hizo como si fuera a golpear la mandíbula de su hermano, en broma, claro está, y concluyó:
– ¿Qué te parece?
La tensión había desaparecido por completo.
– Mira, Sonny -dijo Mike-, creo que mi propuesta es la única salida viable. No podemos dar a Sollozzo otra oportunidad de liquidar a nuestro padre. Parece que yo soy el único que tendrá ocasión de estar cerca de él. Además, la idea ha sido mía. Por otra parte, no creo que puedas encargar a otro la tarea de liquidar a un capitán de la policía. Tal vez tú lo harías, pero tienes esposa e hijos y, además, tienes que dirigir los negocios de la Familia mientras se recupera nuestro padre. De modo que sólo quedamos Freddie y yo. Freddie no se ha recuperado todavía de la impresión que sufrió cuando el atentado contra el viejo, por lo que no se puede contar con él. Quedo sólo yo. Sentido común. El golpe en la mandíbula nada tiene que ver. Sonny fue a abrazarlo.
– No me importan tus razones -comentó-. Lo que importa es que ahora estás con nosotros. Y te diré otra cosa: considero que tu idea es perfecta. ¿Qué opinas tú, Tom?
– El razonamiento de Mike es coherente -contestó el _consigliere_-. Estoy convencido de que Sollozzo no es sincero al decir que quiere llegar a un acuerdo. Creo que tratará nuevamente de liquidar al Don. Por lo tanto, lo único que cabe hacer es tratar de eliminarlo. Tenemos que acabar con él, aunque con él caiga el capitán de la policía. Pero el que haga el trabajo sudará lo suyo. ¿Será Mike?
– Puedo hacerlo yo -apuntó Sonny.
Hagen hizo un gesto de impaciencia.
– Sollozzo no permitiría que te acercaras a él, ni aunque contara con el apoyo de diez capitanes de la policía. Además, eres el jefe en funciones de la Familia. No, no puedes arriesgarte.
Hizo una breve pausa y prosiguió, dirigiéndose a Clemenza y a Tessio:
– ¿Tenéis algún hombre realmente capacitado y de confianza a quien encargarle el trabajo? No tendría que preocuparse por dinero en todo el resto de su vida.
– No tengo a nadie a quien Sollozzo no conozca -respondió Clemenza-. Por otra parte, Sollozzo desconfiaría de Tessio y de mí.