Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Ahora ya vuelves a ser mi hermano guapo.

Sólo el Don permaneció impasible. Encogiéndose de hombros, comentó:

– ¿Y cuál es la diferencia?

Kay, por su parte, estaba contenta. Sabía que Michael se había hecho operar contra sus deseos. Lo había hecho porque ella se lo había pedido. Y ella sabía que ninguna otra persona en el mundo habría sido capaz de hacerlo actuar en contra de su voluntad.

La tarde en que Michael debía regresar de Las Vegas, Rocco Lampone fue a la finca a recoger a Kay, para que ésta fuese a recibir a su marido al aeropuerto. Siempre lo hacía cuando éste llegaba de viaje, sobre todo porque se sentía muy sola en aquella especie de fortaleza.

Le vio bajar del avión acompañado de Tom Hagen y Albert Neri. A Kay, el nuevo «empleado» no le hacía mucha gracia, ya que le recordaba demasiado a Luca Brasi. El rostro de Neri expresaba la misma tranquila ferocidad que el del fallecido Luca. Ahora, bajaba detrás de Michael, y su penetrante mirada iba de un lado a otro, intentando descubrir cualquier movimiento sospechoso por parte de quienes aguardaban la llegada de los viajeros. Fue precisamente Neri el primero en advertir la presencia de Kay, y así se lo indicó a Michael.

Kay corrió a echarse en brazos de su marido, quien le dio un rápido beso. Luego, él, Tom Hagen y Kay entraron en el coche conducido por Rocco Lampone. Albert Neri había desaparecido.

Sin que ella se apercibiera, Neri había subido a otro coche, en el que ya había dos hombres, que los siguió hasta llegar a Long Beach.

Kay no le preguntó a Michael cómo le había ido en Las Vegas. Habría estado fuera de lugar, pues antes de casarse habían acordado que ella nunca se mostraría interesada en la marcha de los negocios de Michael. Pero cuando éste le dijo que tendría que hablar largamente con su padre aquella misma noche, para informarle de su viaje, Kay no pudo evitar un gesto de desencanto.

– Lo siento -dijo Michael-. Mañana por la noche iremos a Nueva York a cenar y a ver algún espectáculo ¿de acuerdo? -Le puso una mano sobre el vientre, ella estaba en su séptimo mes de embarazo, y añadió-: Cuando nazca el niño volverás a encontrarte muy atada. ¡Diablos! Dos niños en dos años… Eres más italiana que yanqui.

En tono de reproche, Kay replicó:

– Y tú eres más yanqui que italiano. Tu primera noche en casa, después de varios días de ausencia, y tienes que dedicarla precisamente a los negocios. ¿Te parece bien? -Hizo una pausa y, con una sonrisa, añadió-: ¿Volverás muy tarde?

– Antes de medianoche -respondió Michael-. Si estás cansada, no hace falta que me esperes.

– Te esperaré -dijo Kay.

En la reunión de aquella noche, que tuvo lugar en la biblioteca de la casa de Don Corleone, estaban presentes éste, Michael, Tom Hagen, Carlo Rizzi y los dos _caporegimi_, Clemenza y Tessio.

La atmósfera no era tan amistosa como solía serlo en otros tiempos. Don Corleone había anunciado que prácticamente se retiraba y que Michael se haría cargo de los negocios de la Familia; y no todos estaban satisfechos con ello. La sucesión en el control de una organización tan vasta como la Familia, en modo alguno era hereditaria. En cualquier otra Familia, unos _caporegimi_ poderosos, como sin duda lo eran Clemenza y Tessio, habrían podido aspirar a convertirse en Don. O, cuando menos, se les habría permitido formar su propia Familia.

Además, desde el día en que Don Corleone concertó la paz con las Cinco Familias, el poder de la Familia había declinado. La familia Barzini era ahora, sin disputa, la más poderosa del área de Nueva York. Aliada con los Tattaglia, ocupaba la posición que hasta entonces había pertenecido a los Corleone. Por otra parte, procuraban minar, cada día más, el poder de los Corleone, introduciéndose en su terreno y aprovechando el hecho de que éstos no reaccionaban ante ninguna de sus provocaciones.

A los Barzini y a los Tattaglia les encantó la noticia del retiro del Don. A Michael, por formidable que fuera, le llevaría al menos diez años igualar a su padre en astucia e influencia. La familia Corleone entraba definitivamente en su ocaso.

En efecto, los Corleone habían sufrido algunos reveses y desgracias muy serios. Freddie había demostrado ser sólo un mandado, aparte de un follador compulsivo. La muerte de Sonny había sido, también, un verdadero desastre. Sonny, que era un hombre con quien había que andarse con cuidado, había cometido el grave error de enviar a su hermano menor, Michael, a matar a Sollozzo y al capitán de policía. Por supuesto que el asesinato de los dos hombres había sido necesario desde el punto de vista táctico, pero también había resultado, a más largo plazo, una tremenda equivocación. Entre otras cosas, porque obligó al Don a levantarse de su lecho de enfermo, y privó a Michael de dos años de aprendizaje bajo la tutela de su padre. Por lo demás, el escoger a un irlandés para el cargo de _consigliere_ había constituido la mayor locura que el Don había cometido en su vida. Ningún irlandés podía igualar en astucia a un siciliano. Así opinaban todas las Familias, que, por descontado, sentían más respeto hacia la alianza Barzini-Tattaglia, que hacia los Corleone.

De Michael se opinaba que no tenía la energía de Sonny, y si bien superaba a éste en inteligencia, jamás llegaría, desde luego, a igualar a su padre. En conjunto, se le consideraba un sucesor mediocre al que no había por qué temer en exceso.

Además, y si bien el Don era generalmente admirado por su habilidad de estadista a la hora de buscar la paz, el que no hubiera vengado la muerte de Sonny había hecho que la Familia perdiera buena parte del respeto que siempre había inspirado. Se consideraba que la diplomacia de Don Corleone había sido fruto de la debilidad.

Todo esto lo sabían los hombres que estaban sentados en la biblioteca de la casa del Don, y hasta cabía la posibilidad de que algunos creyeran que en efecto era así. Carlo Rizzi apreciaba a Michael, pero no le temía tanto como había temido a Sonny. Clemenza, a pesar de que admiraba la bravura de Michael en el asunto de Sollozzo y McCluskey, no podía evitar pensar que era demasiado suave para ser Don. Clemenza había esperado que le concederían autorización para formar su Familia y de ese modo crear un imperio propio independiente del de los Corleone. Pero el Don había dicho que ello no era posible, y Clemenza respetaba demasiado al Don para atreverse a desobedecerlo. A menos, claro está, que la situación se hiciera intolerable.

Tessio tenía mejor opinión de Michael. Había visto algo más en el joven hijo del Don: una fuerza que mantenida prudentemente oculta, de acuerdo con el precepto del Don, según el cual los amigos siempre debían subestimar las virtudes de uno, mientras que los enemigos debían sobrevalorar los defectos.

El Don y Tom Hagen sabían valorar a Michael de la forma adecuada. El Don nunca se habría retirado si no hubiese tenido una fe absoluta en la habilidad de su hijo para recuperar la posición perdida de la Familia. Hagen, por su parte, había sido el profesor de Michael durante los dos últimos años, y estaba sorprendido de la rapidez con que su joven hermanastro había aprendido las mil complejidades de los negocios de la Familia. Era digno hijo de su padre.

126
{"b":"101344","o":1}