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Lo pensé.

– Entendido, vale, dispara. Pregunta lo que quieras.

– ¿Estaba embarazada tu hermana?

Me quedé atónito. La pregunta me había cogido totalmente por sorpresa. Probablemente ésa era la intención de Muse.

– ¿Lo dices en serio?

– Sí.

– ¿Por qué me preguntas esto?

– Tú contesta.

– No, mi hermana nunca estuvo embarazada.

– ¿Estás seguro?

– Creo que lo sabría.

– ¿Sí? -insistió.

– No lo entiendo. ¿Por qué me preguntas esto?

– Hemos tenido casos en los que las chicas lo han ocultado a las familias. Ya lo sabes. Qué caramba, tuvimos un caso de una chica que ni siquiera lo sabía ella hasta que se puso de parto. ¿Te acuerdas?

Me acordaba.

– Mira, Muse, te lo digo como jefe. ¿Por qué me preguntas si mi hermana estaba embarazada?

Me escrutó la cara, con unos ojos que me inspeccionaban como lombrices viscosas.

– Ya está bien.

– Tienes que recusarte, Cope. Lo sabes.

– No tengo que hacer nada.

– Sí, debes hacerlo. Lowell sigue dirigiendo el caso. Es suyo.

– ¿Lowell? Ese poli no ha trabajado en el caso desde que arrestaron a Wayne Steubens hace dieciocho años.

– Aun así. Este caso es suyo. Él manda.

No supe qué decir.

– ¿Sabe Lowell que Gil Pérez ha estado vivo todo este tiempo?

– Le he contado tu teoría.

– Entonces, ¿por qué de repente me acosas con preguntas sobre si Camille estaba embarazada?

No dijo nada.

– Vale, como tú quieras. Mira, le prometí a Glenda que intentaría mantener a su familia fuera de esto. Pero cuéntaselo a Lowell. Puede que te deje participar. Confío más en ti que en un sheriff rural. La clave es que Glenda Pérez ha dicho que mi hermana salió viva de ese bosque.

– En cambio Ira Silverstein dijo que estaba muerta -replicó Muse.

Todo se paró. La expresión de su cara fue más reveladora esta vez. La miré intensamente. Ella intentó sostenerme la mirada, pero al final la apartó.

– ¿Qué demonios pasa, Muse?

Se puso de pie. La puerta se abrió y entró una enfermera. Con un escueto saludo, me ató el aparato de tomar la presión al brazo y se puso a bombear. Me introdujo un termómetro en la boca.

– Vuelvo enseguida -dijo Muse.

El termómetro seguía en mi boca. La enfermera me tomó el pulso. El ritmo debía de salirse de las gráficas. Intenté gritar con el termómetro en la boca.

– ¡Muse!

Se marchó y yo me quedé en la cama echando humo.

¿Embarazada? ¿Podía ser que Camille estuviera embarazada?

No me lo imaginaba. Intenté recordar. ¿Empezó a ponerse ropa holgada? ¿De cuánto tiempo estaría embarazada? ¿De cuántos meses? Mi padre lo habría visto si se le hubiera notado, era tocoginecólogo. No podría habérselo ocultado.

Pero es que tal vez no lo hizo.

Habría dicho que era una tontería, que era absolutamente imposible que mi hermana estuviera embarazada, excepto por una cosa. No tenía ni idea de lo que pasaba, y Muse sabía más de lo que me decía. Su pregunta no era fortuita. A veces un buen fiscal tiene que hacer preguntas absurdas en un caso. Tienes que conceder el beneficio de la duda a una idea absurda. Sólo para ver qué pasa. Sólo para ver si encaja en algún sitio.

La enfermera acabó, yo cogí el teléfono y marqué el número de casa para saber cómo estaba Cara. Me sorprendí cuando contestó Greta con un amable:

– Diga.

– Hola -dije.

La amabilidad se esfumó.

– Dicen que vas a ponerte bien.

– Eso me han dicho.

– Estoy con Cara -dijo Greta, yendo directo al grano-. Puedo quedármela en casa esta noche, si lo prefieres.

– Te lo agradecería.

Hubo una pausa breve.

– ¿Paul?

Normalmente me llamaba Cope. Mala señal.

– ¿Sí?

– Me importa mucho el bienestar de Cara. Sigue siendo mi sobrina. Sigue siendo la hija de mi hermana.

– Lo entiendo.

– En cambio tú no me importas nada.

Colgó el teléfono.

Me recosté en los almohadones y esperé a que Muse volviera, intentando repasar los hechos en mi dolorida cabeza. Lo repasé todo paso a paso.

Glenda Pérez había dicho que mi hermana había salido viva del bosque.

Ira Silverstein había dicho que estaba muerta.

¿A quién debía creer?

Glenda Pérez parecía bastante normal. Ira Silverstein era un chiflado.

Un punto para Glenda Pérez.

También recordé que Ira había hablado todo el rato de que quería que las cosas siguieran enterradas. Mató a Gil Pérez, y había estado a punto de matarme a mí, porque quería que dejáramos de investigar. Debía de pensar que mientras yo pensara que mi hermana podía seguir viva, continuaría buscando. Buscaría, arrasaría y haría lo que fuera necesario, sin pensar en las consecuencias, si creía que había alguna posibilidad de encontrar a Camille. Estaba claro que Ira no deseaba eso.

Eso le daba un motivo para mentir, para decir que mi hermana estaba muerta.

Por otro lado, Glenda Pérez también quería que dejara de investigar. Mientras yo mantuviera activa la investigación, su familia corría un grave peligro. Su fraude y todos los otros casi delitos que ella había enumerado podían salir a la luz. Ergo, ella también se habría dado cuenta de que la mejor manera de hacer que me retirara era convencerme de que nada había cambiado en veinte años, de que Wayne Steubens había matado a mi hermana. A ella le habría interesado decirme que mi hermana estaba muerta.

Pero no es lo que había dicho.

Otro punto para Glenda Pérez.

Sentí que la esperanza -otra vez esa palabra- crecía en mi interior.

Loren Muse volvió a entrar en la habitación. Cerró la puerta detrás de ella.

– Acabo de hablar con el sheriff Lowel! -dijo.

– ¿Ah, sí?

– Como he dicho, es su caso. No podía hablar de ciertas cosas hasta que me diera el visto bueno.

– ¿Se trata de tu pregunta sobre el embarazo?

Muse se sentó como si tuviera miedo de que la silla fuera a romperse. Puso las manos sobre el regazo. Era un gesto raro en ella. Muse normalmente gesticulaba como un siciliano atiborrado de anfetaminas que saliera despedido después de ser golpeado por un coche a toda velocidad. Nunca la había visto tan sumisa. Tenía los ojos bajos. Mi corazón sufrió por ella un momento. Intentaba por todos los medios hacer lo correcto. Como siempre.

– ¿Muse?

Levantó la cabeza. No me gustó lo que vi.

– ¿Qué pasa?

– ¿Recuerdas que mandé a Andrew Barrett al campamento?

– Por supuesto -dije-. Barrett quería probar un nuevo aparatito de radar de penetración del suelo. ¿Qué?

Muse me miró. Eso fue todo lo que hizo. Me miró y vi que se le humedecían los ojos. Después hizo un asentimiento de cabeza. Fue el asentimiento más triste que he visto en mi vida.

Sentí que mi mundo se hundía de golpe.

Esperanza. La esperanza me había calentado el corazón. Ahora había desplegado las garras y lo había estrujado. No podía respirar. Sacudí la cabeza pero Muse no dejó de asentir.

– Encontraron unos restos antiguos no muy lejos de donde se hallaron los otros dos cuerpos -dijo ella.

Sacudí la cabeza con más fuerza. Ahora no. Después de todo, no.

– Mujer, metro setenta, probablemente enterrada hace entre quince y trece años.

Seguí sacudiendo la cabeza. Muse paró, esperando que me recuperara. Intenté aclarar mis pensamientos, intenté no oír lo que me decía. Intenté bloquearlo, intenté rebobinar. Y entonces recordé algo.

– Espera, me has preguntado si Camille estaba embarazada. ¿Estás diciendo que este cadáver… que pueden asegurar que estaba embarazada?

– No sólo embarazada -dijo Muse-. Había dado a luz.

Me quedé paralizado. Intenté asumirlo. No pude. Una cosa era saber que estaba embarazada. Eso podía haber pasado. Podía haber abortado, por ejemplo, no lo sé. Pero que hubiera llevado el embarazo a término, que hubiera dado a luz un bebé, y que ahora estuviera muerta, después de todo…

– Descubre lo que sucedió, Muse.

– Lo descubriré.

– Y si hay un niño vivo…

– También lo encontraré.


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