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– ¿Una bonificación?

– Sí, Lonnie, una bonificación. Más dinero.

– No lo he hecho por dinero.

Sacudí la cabeza.

– Eso es mentira.

– ¿Qué?

– No finjamos que lo hizo sólo por miedo a que le denunciaran o por altruismo para descubrir a un asesino. Le pagaron.

Abrió la boca para negarlo. Se la cerré antes de que se tomara la molestia.

– Los mismos investigadores que encontraron sus antecedentes -dije- tienen acceso a cuentas bancarias. Pueden encontrar, por ejemplo, depósitos de cinco mil dólares. Como el que hizo hace cinco días en el Chase de West Orange.

Cerró la boca en el acto. Tenía que reconocerlo: las habilidades investigadoras de Muse eran increíbles.

– No hice nada ilegal -dijo.

– Eso es discutible, pero no estoy de humor ahora mismo. ¿Quién escribió el diario?

– No lo sé. Me dieron las páginas y me dijeron que fuera dándoselas a Lucy poco a poco.

– ¿Y le dijeron de dónde habían sacado la información?

– No.

– ¿Ni idea?

– Dijeron que tenían fuentes. Mire, lo sabían todo de mí. Lo sabían todo de Lucy. Pero le querían a usted. Eso era lo único que les preocupaba. Todo lo que consiguiera hacerle decir a Lucy sobre Paul Copeland era lo único que les importaba. Creen que usted podría ser un asesino.

– No, Lonnie, no lo creen. Creen que tú podrías ser tan idiota como para ayudarles a ensuciar mi reputación.

Perplejo. Lonnie se esforzó de verdad por parecer perplejo. Miró a Lucy.

– Lo siento mucho. Sabes que yo nunca haría nada que te perjudicara.

– Hazme un favor, Lonnie -dijo-. Desaparece de mi vista.


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