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Lucy calló y yo la seguí. La puerta se cerró. Cuando subimos al coche, dije:

– ¿Y bien?

– Está claro que la señora Pérez miente.

– Un buen farol -dije.

– ¿La prueba de ADN?

– Sí.

Lucy pasó a otra cosa.

– En la casa, has mencionado el nombre de Manolo Santiago.

– Era el alias de Gil.

Estaba concentrada. Esperé un momento más y después pregunté:

– ¿Qué ocurre?

– Ayer visité a mi padre. En su… residencia. Miré el libro de visitas. Durante el mes pasado sólo tuvo una visita aparte de mí. Un tal Manolo Santiago.

– Uau -dije.

– Sí.

Intenté digerirlo, pero no pude.

– ¿Para qué iba a visitar Gil Pérez a tu padre?

– Buena pregunta.

Pensé en lo que había dicho Raya Singh acerca de que Lucy y yo habíamos mentido.

– ¿Puedes preguntar a Ira?

– Lo intentaré. No está muy bien. Divaga bastante.

– Vale la pena intentarlo.

Lucy asintió, yo doblé a la derecha y decidí cambiar de tema.

– ¿Por qué estás tan segura de que la señora Pérez miente? -pregunté.

– Porque está apenada, para empezar. ¿Te has fijado en el olor? Eran velas. Iba vestida de negro. Tenía los ojos rojos, los hombros caídos. Todo coincide. Segundo, las fotos.

– ¿Qué pasa?

– No he mentido en eso. Es muy insólito tener fotos de la infancia de tus hijos y no tener ninguna de un hijo difunto. Esto solo no significaría mucho, pero ¿te has fijado en los huecos? No había suficientes fotos en esa repisa. Yo creo que ella ha retirado las fotos en las que aparecía Gil. Por si acaso pasaba algo como lo de hoy.

– ¿Quieres decir por si aparecía alguien?

– No lo sé exactamente. Pero creo que la señora Pérez se estaba deshaciendo de pruebas. Creía que ella era la única que tenía fotos que podrían utilizarse para identificar a su hijo. No se le ocurrió que tú pudieras conservar una foto de aquel verano.

Lo pensé un momento.

– Todas sus reacciones han sido raras, Cope. Como si interpretara un papel. Miente.

– Por lo tanto la pregunta es: ¿en qué miente?

– En caso de duda, empezar por lo evidente.

– ¿Y qué es?

Lucy se encogió de hombros.

– Gil ayudó a Wayne a matarlos. Eso lo explicaría todo. Todos pensaban que Steubens tuvo un cómplice… si no ¿cómo enterró tan rápidamente los cadáveres? Pero quizá sólo fue un cadáver.

– El de mi hermana.

– Exacto. Después Wayne y Gil lo escenificaron para que pareciera que Gil también había muerto. Puede que Gil ayudara a Wayne. ¿Quién sabe?

No dije nada.

– Si es así, mi hermana está muerta -dije.

– Lo sé.

No dije nada.

– ¿Cope?

– ¿Qué?

– No es culpa tuya.

No respondí.

– Si es culpa de alguien, es mía -dijo.

Paré el coche.

– ¿Por qué dices eso?

– Tú querías quedarte vigilando aquella noche. Querías hacer la guardia. Fui yo la que te engatusé para ir al bosque.

– ¿Me engatusaste?

Ella no dijo nada.

– Estás bromeando, supongo.

– No -dijo Lucy.

– Podía pensar por mí mismo, Lucy. Tú no me hiciste hacer nada.

Estuvo un rato callada y después dijo:

– Sigues culpándote.

Sentí que apretaba las manos sobre el volante.

– No, ya no.

– Sí, Cope, claro que sí. Vamos. A pesar de este reciente descubrimiento, sabías que tu hermana tenía que estar muerta. Tenías la esperanza de tener una segunda oportunidad. Tenías la esperanza de poder redimirte.

– Esa licenciatura en psicología tuya da mucho de sí, ¿eh? -le espeté.

– No pretendía…

– ¿Y tú qué, Luce? -Mi voz fue más mordaz de lo que habría querido-. ¿Te culpas a ti misma? ¿Es por eso por lo que bebes tanto?

Silencio.

– No debería haber dicho eso -dije.

Su tono fue amable.

– No sabes nada de mi vida.

– Lo sé y lo siento. No es asunto mío.

– Esas faltas por conducir en estado de embriaguez fueron hace mucho tiempo.

No dije nada. Ella giró la cabeza y miró por la ventana. Seguimos en silencio.

– Puede que tengas razón -dije.

Lucy siguió mirando por la ventana.

– Te diré algo que nunca le he dicho a nadie -continué. Sentí que me ruborizaba y que casi se me saltaban las lágrimas-. Después de esa noche en el bosque, mi padre nunca volvió a mirarme de la misma manera.

Lucy se giró a observarme.

– Puede que fuera cosa mía, claro, porque tienes razón: me culpaba hasta cierto punto. ¿Y si no nos hubiéramos ido? ¿Y si me hubiera quedado en mi puesto? Puede que la expresión de mi padre fuera sólo la de un padre totalmente hundido por la pérdida de su hija. Pero siempre pensé que había algo más. Algo casi acusador.

Lucy me puso una mano en el brazo.

– Oh, Cope.

Seguí conduciendo.

– Puede que tengas parte de razón. Puede que necesite hacer las paces con el pasado. Pero ¿y tú?

– ¿Yo qué?

– ¿Por qué quieres escarbar en esto? ¿Qué esperas conseguir después de todos estos años?

– ¿Bromeas o qué?

– No. ¿Qué buscas exactamente?

– La vida que tenía acabó aquella noche. ¿No lo entiendes?

No dije nada.

– Las familias, incluida la tuya, arrastraron a mi padre a los tribunales. Nos arrebatasteis todo lo que teníamos. Ira no estaba preparado para un golpe así. No pudo soportar la tensión.

Esperé a que dijera algo más, pero no lo hizo.

– Esto lo entiendo -dije-. Pero ahora ¿qué buscas? En mi caso, como has dicho, intento rescatar a mi hermana. A falta de esto, intento descubrir qué le sucedió. ¿Tú qué buscas?

No me contestó. Conduje un rato más. El cielo empezaba a oscurecerse.

– No sabes lo vulnerable que me siento estando aquí -dijo.

No sabía muy bien cómo responder a esto, y me oí decir:

– Yo nunca te haría daño.

Silencio.

– En parte es porque me siento como si hubiera vivido dos vidas -dijo-. La de antes de aquella noche, en la que las cosas iban muy bien, y la de después, en que las cosas no van bien. Vale, sé que suena fatal. Pero a veces me siento como si aquella noche me hubiera empujado colina abajo y desde entonces no parara de rodar. A veces logro incorporarme, pero la colina es tan escarpada que nunca llego a recuperar el equilibrio del todo y entonces vuelvo a rodar ladera abajo. Así que quizá… no lo sé… pero quizá si descubro qué pasó realmente, si puedo extraer algo bueno de tantas cosas malas, dejaré de rodar.

Era tan magnífica cuando la conocí… Deseaba recordárselo. Deseaba decirle que estaba siendo demasiado melodramática, que seguía siendo preciosa, que profesionalmente le iba bien y todavía le esperaban muchas cosas buenas. Pero sabía que sonaría muy condescendiente.

Así que dije:

– Es estupendo volver a verte, Lucy.

Cerró los ojos con fuerza, como si la hubiera golpeado. Pensé en lo que ella había dicho, que no quería sentirse tan vulnerable. Pensé en aquel diario, en lo que decía de no haber encontrado nunca otro amor así. Quería cogerle la mano, pero sabía que para los dos todo estaba demasiado en carne viva, hasta el punto de que incluso un movimiento como ése sería demasiado y al mismo tiempo no sería suficiente.


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