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Chamique me esperaba en el despacho. Era tan joven, pero llevaba la dureza de la vida escrita en la cara. La vida no había sido amable con esa chica. Probablemente no sería más fácil en el futuro. Su abogado, Horace Foley, llevaba demasiada colonia y tenía los ojos demasiado separados. Soy abogado y por lo tanto no me gustan los prejuicios que existen contra mi profesión, pero estaba bastante seguro de que si pasaba una ambulancia, ese tipo saltaría por mi ventana en el tercer piso para atraparla.

– Queremos que retire los cargos contra el señor Jenrette y el señor Marantz -dijo Foley.

– No puedo hacerlo -dije. Miré a Chamique. No tenía la cabeza baja, pero tampoco estaba buscando el contacto visual con mucho ahínco-. ¿Mentiste ayer en el estrado? -pregunté.

– Mi cliente nunca mentiría -respondió Foley.

No le hice caso y miré a Chamique a los ojos.

– No conseguirá que les condenen -dijo.

– Eso no lo sabes.

– ¿Habla en serio?

– Sí.

Chamique me sonrió, como si yo fuera el ser más ingenuo que Dios hubiera creado.

– No lo entiende, ¿verdad?

– Sí, lo entiendo. Te ofrecen dinero a cambio de retractarte. La cifra ha alcanzado el nivel suficiente para que tu abogado, aquí presente, el señor «Para qué ducharse si se tiene colonia», crea que vale la pena hacerlo.

– ¿Cómo me ha llamado?

Me volví hacia Muse.

– Abre la ventana, por favor.

– A tus órdenes, Cope.

– ¡Eh! ¿Cómo me ha llamado?

– La ventana está abierta. Puede tirarse si le apetece. -Volví a mirar a Chamique-. Si te retractas ahora, significa que tu testimonio de hoy y de ayer era mentira. Significa que cometiste perjurio. Significa que hiciste que esta oficina gastara millones de dólares de impuestos con tu mentira, tu perjurio. Eso es un delito. Irás a la cárcel.

– Hable conmigo, señor Copeland, no con mi cliente -replicó Foley.

– ¿Hablar con usted? Con usted aquí no puedo ni respirar.

– No pienso aguantar…

– A callar -dije. Me puse una mano detrás de la oreja-. Escuche cómo se arruga.

– ¿El qué?

– Creo que su colonia me está pelando el papel pintado. Si escucha atentamente, podrá oírlo. Silencio, escuche.

Incluso Chamique sonrió un poquito.

– No te retractes -le dije.

– Tengo que hacerlo.

– Pues te procesaré.

Su abogado estaba a punto para la batalla, pero Chamique le puso una mano en el brazo.

– No lo hará, señor Copeland.

– Lo haré.

Pero ella sabía que no lo haría. Era un farol. Era una pobre y asustada víctima de violación que tenía la oportunidad de cobrar, de tener más dinero del que probablemente dispondría en toda su vida. ¿Quién era yo para sermonearla sobre valores y justicia?

Ella y su abogado se pusieron en pie y Horace Foley dijo:

– Por la mañana firmaremos el acuerdo.

No dije nada. Una parte de mí se sentía aliviada y eso me avergonzaba. Ahora JaneCare sobreviviría. El recuerdo de mi padre, o más bien mi carrera política no sufriría un revés innecesario. Lo mejor de todo es que me había librado de una buena. Y no había hecho nada, había sido Chamique.

Chamique me ofreció la mano y yo se la estreché.

– Gracias -dijo.

– No lo haga -le pedí, pero ya no había convicción en mi intento.

Ella se dio cuenta y sonrió. Después salieron de mi despacho. Primero Chamique y luego su abogado. Su colonia permaneció como recuerdo.

Muse se encogió de hombros y dijo:

– ¿Qué puedes hacer?

Eso me estaba preguntando yo también.

Fui a casa y cené con Cara. Tenía unos «deberes» que consistían en buscar cosas que fueran rojas en algunas revistas y recortarlas. Parecería una tarea sencilla, pero evidentemente nada de lo que encontrábamos juntos le parecía bien. No le gustaba la furgoneta roja, ni el vestido rojo de la modelo, ni siquiera el coche de bomberos rojo. Pronto me di cuenta de cuál era el problema: que me mostrara entusiasmado con las cosas que encontraba. «¡Este vestido es rojo, cariño! ¡Está muy bien! ¡Creo que es perfecto!», decía yo.

Después de veinte minutos así, me di cuenta de mi error. Cuando encontró una foto de una botella de ketchup, me encogí de hombros y dije en tono desinteresado:

– No me gusta el ketchup.

Cogió las tijeras con el mango de seguridad y se puso manos a la obra.

Niños.

Cara se puso a cantar una canción mientras recortaba. Era una canción de unos dibujos animados de la tele llamados Dora la exploradora y básicamente consistía en cantar la palabra «mochila» una y otra vez hasta que la cabeza del padre más cercano explotaba en un millón de pedazos. Hacía dos meses había cometido el error de comprarle una mochila parlante de Dora la exploradora («mochila, mochila, mochila», repetidamente) con un mapa parlante a juego (canción: «Soy el mapa, soy el mapa, soy el mapa», reiteradamente). Cuando venía su prima Madison, a menudo jugaban a Dora la exploradora. Una de ellas hacía el papel de Dora. La otra era un mono con el curioso apodo de Botas . No es habitual conocer monos con apodos relacionados con el calzado.

Estaba pensando en esto, en Botas, en la manera en que Cara y su prima discutían quién sería Dora y quién sería Botas , cuando la idea me vino encima como el famoso rayo.

Me quedé helado. De hecho me quedé quieto allí sentado. Incluso Cara se dio cuenta.

– ¿Papi?

– Un momento, peque.

Subí corriendo, haciendo temblar la casa con mis pisadas. ¿Dónde demonios había metido las facturas de la fraternidad? Puse la habitación patas arriba. Tardé cinco minutos en encontrarlas; estaba dispuesto a tirarlas todas después de la entrevista de la mañana.

Bang, ahí estaban.

Las hojeé, encontré los cargos de internet, los mensuales, y después cogí el teléfono y llamé a Muse. Respondió a la primera.

– ¿Qué pasa?

– Cuando estabas en la universidad -pregunté-, ¿con qué frecuencia te quedabas levantada toda la noche?

– Dos veces por semana como mínimo.

– ¿Cómo te mantenías despierta?

– Con M amp;M's. En cantidades industriales. Las naranjas son anfetaminas, lo juro.

– Cómprate todas las que quieras y puedes incluirlas como gastos.

– Me gusta tu tono de voz, Cope.

– Tengo una idea, pero no sé si tenemos tiempo.

– No debes preocuparte por el tiempo. ¿Con respecto a qué asunto?

– Con respecto al asunto de nuestros coleguillas Cal y Jim -contesté.


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