– ¿Te apetecen perritos calientes?
– Me da igual.
Sonó el teléfono y lo cogí.
– ¿Señor Copeland? Soy el detective Tucker York.
– Sí, detective, ¿qué se le ofrece?
– Hemos localizado a los padres de Gil Pérez.
Sentí que apretaba más fuerte el teléfono.
– ¿Han identificado el cuerpo?
– Todavía no.
– ¿Qué les ha dicho?
– Mire, sin ánimo de ofender, señor Copeland, pero ésta no es la clase de cosa que se puede decir por teléfono, ¿no le parece? «Puede que su hijo muerto haya estado vivo todo este tiempo, pero mire, acaban de asesinarle.»
– Lo comprendo.
– Así que hemos sido más bien vagos. Vamos a traerlos aquí pare ver si pueden identificarle. Pero hay otra cosa: ¿hasta qué punto está seguro de que se trata de Gil Pérez?
– Bastante seguro.
– Comprenderá que eso no es suficiente.
– Lo comprendo.
– De todos modos es tarde. Mi compañero y yo hemos terminado el turno. Esperaremos a mañana por la mañana para enviar a alguien a recoger a los Pérez.
– ¿Y esto qué es? ¿Una llamada informativa?
– Algo parecido. Comprendo que tiene interés en el asunto. Tal vez usted también debería venir mañana, por si surgen nuevas preguntas.
– ¿Dónde?
– En el depósito. ¿Necesita que le recojan?
– No, iré por mi cuenta.