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La señora Hoffman miró hacia el cielo oscuro y caminó durante un rato en silencio. Y luego dijo:

– Esos adorables sueños de la mañana temprano… Luego, cuando el día comienza y nada de ello sucede, a menudo me culpo amargamente. Pero le aseguro, señor Ryder, que aún no me he rendido. Si lo hiciera, me quedaría ya muy poco en la vida. Hasta hoy me he negado a renunciar a mis sueños. Sigo deseando una familia amorosa y unida. Pero no sólo es eso, señor Ryder. Ya ve, puede que sea absolutamente estúpida al creerlo; quizá pueda usted decirme si lo soy o no… Pero, ya ve, tengo la esperanza de que un día lograré librarme de ello, sea lo que fuere. Tengo la esperanza de llegar a erradicarlo de mi vida, y entonces ya no importará, porque todos estos años en que ha estado obrando en mí se habrán borrado para siempre. Tengo el presentimiento de que no tardará más que un instante en suceder, un mínimo instante incluso…, siempre que sea el instante justo… Como una cuerda que súbitamente se rompe o una cortina que de pronto se desploma y deja al descubierto un mundo nuevo, un mundo lleno de sol y de calor. Parece usted por completo incrédulo, señor Ryder. ¿Es totalmente descabellada mi esperanza? ¿Mi fe en que, pese a todos estos años, habrá un día un instante, el instante justo, que lo cambiará todo?

Lo que había tomado por incredulidad había sido algo muy distinto. Mientras la señora Hoffman hablaba, yo había estado pensando en el inminente recital de Stephan, y sin duda mi agitación se había hecho visible. Y, tal vez con un punto de ansiedad, dije:

– Señora Hoffman, no deseo hacerle acariciar falsas esperanzas. Pero es posible, ciertamente posible, que pronto llegue a experimentar algo, algo que acaso pueda ser ese instante que espera, el instante justo al que se refiere… Es posible que tal instante le acontezca en un futuro inmediato. Algo que la sorprenda, que la obligue a volver a evaluarlo todo, a verlo todo a una luz mejor, más fresca… Algo que barrerá definitivamente todos esos malos años. No deseo hacerle concebir falsas esperanzas. Lo único que digo es que es posible. Y tal instante podría incluso acontecer hoy mismo, esta noche. De modo que es vital que se mantenga usted con el ánimo bien alto.

Callé, asaltado por el pensamiento de que tal vez estaba tentando al destino. Después de todo, aunque el fragmento que le había oído tocar a Stephan me había impresionado, era perfectamente posible que, sometido a presión, el joven se viniera abajo. De hecho, cuanto más pensaba en ello, más lamentaba haberle dado a entender tantas cosas a la señora Hoffman. Cuando la miré, sin embargo, me di cuenta de que mis palabras ni la habían sorprendido ni ilusionado. Y al poco la oí decir:

– Cuando me vio usted deambulando por las calles hace un rato, señor Ryder, no estaba tan sólo tomando el aire, como le he dicho. Estaba tratando de prepararme. Porque la posibilidad que usted menciona ya se me ha pasado espontáneamente por la cabeza. Una noche como ésta… Sí, en una noche como ésta son posibles muchas cosas. Así que me estaba preparando. No me importa confesárselo: en este momento me siento un poco asustada. Porque, ¿sabe?, en el pasado ha habido veces en que he tenido tales instantes al alcance de la mano, y no he sido lo bastante fuerte como para atraparlos. ¿Quién sabe cuántas oportunidades más van a presentárseme? Así que ya ve, señor Ryder, estaba haciendo todo lo posible por prepararme. Ah, ya hemos llegado. Ésta es la parte de atrás del edificio. La entrada de ahí lleva a las cocinas. Le mostraré la entrada de artistas. Yo no voy a entrar todavía. Creo que necesito un poco más de aire.

– Me alegra mucho haberla conocido, señora Hoffman. Ha sido muy amable de su parte haberme acompañado hasta aquí en un momento tan importante para usted como éste. Espero que todo le vaya bien esta noche.

– Gracias, señor Ryder. También usted tendrá mucho en qué pensar, estoy segura. Ha sido un verdadero placer el conocerle.

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