Литмир - Электронная Библиотека

¿Tenía razón cuando pensó que Hong apareció en su camino para apartarla del hotel? Incluso cabía la posibilidad de que fuese mentira que Hong hubiese muerto en un accidente de coche. En realidad, ¿qué contradecía la hipótesis de que Hong y el hombre que se hacía llamar Wang Min Hao no estuviesen involucrados en los sucesos de Hesjövallen? Y Ho, ¿acaso habría ido a Helsingborg por las mismas razones? ¿Sabría ella que un chino estaba a punto de reaparecer en el hotel Eden? Esos ángeles amables y solícitos tal vez no fuesen más que ángeles caídos cuya misión era alejarla de sus posibilidades de defenderse.

Birgitta Roslin intentó recordar lo que le había contado a Hong a lo largo de las diversas conversaciones que mantuvieron. Demasiado, concluyó. La sorprendía no haber actuado con más cautela. Hong le había ido sonsacando las respuestas. Una observación inocua sobre la atención que los medios de comunicación chinos le habían prestado al asesinato múltiple de Hesjövallen. ¿Acaso eso tenía algún sentido? ¿O la habría arrastrado hasta una placa de hielo donde observaría cómo se resbalaba para luego ayudarle a salir de allí, una vez obtenida suficiente información?

¿Y por qué se habría pasado Ho un día entero sentada en una sala de vistas cuando no entendía ni una palabra de sueco? ¿O acaso sí conocía el idioma? Y después, de repente, le entraron las prisas por volver a Londres. ¡Y si Ho permaneció allí todo ese tiempo sólo para comprobar que ella no abandonaba la sala? Quizás había ido a Suecia en compañía de alguien que se pasó muchas horas registrando su casa mientras ella estaba en el juicio.

«Necesito hablar con alguien», decidió. «Pero no Karin Wiman, ella no me comprendería. Staffan o mis hijos…, pero están en alta mar y no puedo comunicarme con ellos.»

Birgitta Roslin estaba a punto de salir de la cafetería cuando vio que abrían la puerta del restaurante de enfrente. Vio salir a Ho, que se encaminó hacia Leicester Square. Le dio la impresión de que estaba alerta. Birgitta vaciló un instante y al final salió a la calle y empezó a seguirla. Cuando llegaron a la plaza, Ho entró en el parque antes de girar en dirección el Strand. Birgitta estaba preparada para que se volviera en cualquier momento a comprobar si la seguían. Y así fue, justo antes de llegar a Zimbabue House. Birgitta tuvo el tiempo justo de abrir el paraguas de modo que le ocultase el rostro. Después por poco la perdió de vista, hasta que volvió a ver su impermeable amarillo. Varias manzanas antes de llegar a la entrada del hotel Savoy, Ho abrió la pesada puerta de un edificio de oficinas. Birgitta esperó unos minutos antes de acercarse para leer el bien lustrado letrero de bronce en el que se leía que allí estaban las oficinas de la Cámara de Comercio anglochina.

Volvió por el mismo camino y se detuvo en una cafetería de Regent Street, junto a Picadilly Circus. Desde allí marcó uno de los números que figuraban en la tarjeta de visita de Ho. Un contestador la invitó a que dejara un mensaje. Colgó, se preparó lo que iba a decir en inglés y volvió a marcar.

– Hice lo que me dijiste. He venido a Londres porque creo que me persiguen. En este momento estoy en Simons, una cafetería situada junto a Rawson, cerca de Picadilly, en Regent Street. Son las diez. Me quedaré aquí una hora más. Si no te pones en contacto conmigo en ese tiempo, intentaré llamarte más tarde.

Ho apareció cuarenta minutos después. Su impermeable amarillo destacaba chillón entre la masa de impermeables negros. Birgitta tuvo la sensación de que aquello también tenía un significado especial.

Cuando la vio entrar en la cafetería, Birgitta notó que estaba inquieta y, de hecho, empezó a hablar antes de haber retirado la silla para sentarse.

– ¿Qué ha pasado?

Una camarera acudió a tomar nota y Ho pidió un té. Cuando la joven se hubo marchado, Birgitta le ofreció todo lujo de detalles acerca del hombre chino que se había presentado en el hotel de Hudiksvall, le explicó que era el hombre del que ya le había hablado con anterioridad y que el propietario del hotel había sido asesinado.

– ¿Estás segura?

– No creerás que iba a emprender un viaje a Londres para contarte algo de lo que no estoy segura. He venido porque lo que te acabo de contar es verídico, ha ocurrido y tengo miedo. Ese hombre le preguntó a Sture Hermansson por mí. Se enteró de mi dirección, sabe dónde vivo. Y ahora estoy aquí. He hecho lo que Ma Li, o más bien Hong, te pidió que me dijeras. Tengo miedo, pero también estoy furiosa, puesto que ni tú ni Hong me habéis dicho la verdad.

– ¿Por qué iba yo a mentir? Claro que has hecho un largo viaje a Londres; pero no olvides que mi viaje a Helsingborg fue igual de largo.

– No me habéis contado todo lo que está pasando. No me explicáis nada, pese a que estoy convencida de que hay cosas que explicar.

Ho empezaba a ponerse nerviosa. Birgitta no dejaba de pensar en el impermeable amarillo demasiado chillón.

– Tienes razón, pero podría ser que ni Ma Li ni Hong supieran más de lo que han dicho.

– Cuando viniste a verme, no lo entendí -confesó Birgitta-. Pero ahora lo veo clarísimo. A Hong le preocupaba que alguien quisiera matarme. Eso fue lo que le transmitió a Ma Li. Y el mensaje pasó de ella a ti, tres mujeres seguidas, todo para avisar a una cuarta mujer de que algo la amenazaba; pero no se trataba de una amenaza cualquiera. Era una amenaza de muerte. Ni más ni menos. Al no entenderlo, he estado exponiéndome a un peligro cuyas consecuencias acabo de comprender ahora. ¿Estoy en lo cierto?

– Por eso fui a verte.

Birgitta se inclinó hacia delante y tomó la mano de Ho.

– Pues ayúdame a comprender. Responde a mis preguntas.

– Si puedo.

– Sí que puedes. ¿No es cierto que te acompañó alguien a Helsingborg? ¿No es cierto que, en estos momentos, alguien nos está vigilando a las dos? Has tenido tiempo de llamar antes de venir.

– ¿Y por qué iba a hacer algo así?

– Eso no es una respuesta, es otra pregunta. Yo quiero respuestas.

– No, nadie me acompañó a Helsingborg.

– ¿Por qué te pasaste todo el día en la sala de vistas donde yo estaba trabajando? Se supone que no entendías una palabra de lo que se decía, ¿no?

– Exacto.

Birgitta cambió rápidamente al sueco. Ho frunció el ceño y meneó la cabeza.

– No te entiendo.

– ¿Seguro? ¿No será que, en realidad, entiendes mi idioma perfectamente?

– De haberlo hecho, habría hablado contigo en sueco, ¿no crees?

– Comprenderás que abrigue mis dudas. Puede que sea una ventaja para ti fingir que no entiendes mi lengua. Me pregunto incluso si no llevarás ese impermeable amarillo para que alguien te distinga mejor.

– Pero ¿por qué?

– No lo sé. En este momento no sé absolutamente nada. Lo más importante, claro está, es que Hong quería advertirme de algo. Pero ¿por qué ibas a ayudarme tú? ¿Qué puedes hacer?

– Empecemos por el final -la tranquilizó Ho-. Chinatown es un mundo aparte. Aunque tú y miles de ingleses y turistas se paseen por nuestras calles, Gerrard Street, Lisie Street, Wardour Street, las demás calles y callejas, lo único que os dejamos ver es la superficie. Detrás de tu Chinatown está mi Chinatown. Un lugar donde uno puede esconderse, cambiar de identidad, sobrevivir durante meses e incluso años sin que nadie sepa quién es. Aunque la mayoría de las personas que viven allí son chinos adaptados a la sociedad británica, el punto de partida es, pese a todo, que nos hallamos en nuestro propio mundo. Y yo puedo ayudarte dejando que entres en mi Chinatown, a la que jamás tendrías acceso sin mi intervención.

– Pero ¿de qué debo tener miedo?

– En su carta, Ma Li no se expresó con demasiada claridad. Además, no olvides que ella también tenía miedo. Eso no lo decía, pero yo lo noté.

– Todos tienen miedo. ¿Y tú?

– Aún no. Pero no lo descarto.

En ese momento, sonó el teléfono de Ho, que miró la pantalla y se levantó.

115
{"b":"108804","o":1}