Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Ya te dije que no era como la mayoría de las chicas de aquí -le advirtió Lucy en un tono que quería ser de reproche.

– Pero si yo no hubiese tratado de hacerte el amor te habrías sentido ofendida ¿no es cierto?

Lucy se echó a reír por toda respuesta. Pensó que Jules Segal era adivino.

En el transcurso de los meses siguientes ambos se hicieron buenos amigos. Lo suyo no era amor, pues no se acostaban juntos porque Lucy seguía resistiéndose. Se daba cuenta de que a Jules no le hacían ninguna gracia sus negativas, pero también era consciente de que reaccionaba de modo diferente de como lo habrían hecho la mayoría de los hombres, y eso hacía que lo apreciara todavía más. Supo que era un hombre muy temerario, además de divertido. Los fines de semana los aprovechaba para participar, con su soberbio MG, en las carreras que se celebraban en California. Las vacaciones las pasaba en las montañas de México, lugar donde, según sus propias palabras, asesinaban a los turistas para robarles los zapatos y la vida era tan primitiva como mil años atrás. También supo que era cirujano y que había trabajado en un famoso hospital de Nueva York.

Lucy no se explicaba por qué había aceptado ser médico de un hotel. Cuando se lo preguntó, Jules repuso:

– Si me cuentas tu gran secreto, te contaré el mío. Ella se sonrojó y no insistió, como tampoco lo hizo Jules. Y entre ambos siguió fortaleciéndose una amistad que para Lucy era cada vez más importante, aunque no se apercibiera de ello.

Ahora, sentada al borde de la piscina y con la cabeza de Jules en su regazo, sintió hacia él una inmensa ternura. Sin darse cuenta, comenzó a acariciarle el cuello con los dedos. Parecía estar dormido, y ella se sentía cada vez más excitada. De pronto, Jules levantó la cabeza y se puso en pie. La tomó de la mano y la condujo por un sendero entre la hierba hasta la casita en que vivía dentro de los límites de la propiedad del hotel. Una vez en su interior, sirvió sendos whiskies. El licor, acompañado del raerte calor y de los sensuales pensamientos de Lucy, hicieron que ésta perdiera la cabeza. Ambos estaban cubiertos sólo por el bañador, y Jules la estrechaba fuertemente entre sus brazos. «No lo hagas», murmuraba Lucy, pero sin convicción. Él, como si no la oyese, comenzó a quitarle lentamente el bañador y a continuación le besó con ternura los grandes senos; luego fue descendiendo hasta el vientre y las ingles. De pronto se detuvo, se desnudó y volvió a abrazarla. Se dispuso a penetrarla, pero bastó que la tocase para que ella alcanzara el orgasmo. Lucy advirtió que él, a pesar de lo excitado que estaba, la miraba sorprendido. Ella se sentía tan avergonzada como la primera vez que lo había hecho con Sonny, pero Jules, todo un experto en las artes del amor, arrastró su cuerpo hasta el borde de la cama, le abrió las piernas de cierta manera y la penetró aún más profundamente, hasta que al fin también él llegó al climax.

Cuando él hubo terminado, Lucy se acurrucó en un extremo de la cama y empezó a llorar. Se sentía confusa. Luego oyó la voz de Jules que, riendo, le decía:

– ¿De modo que por eso has estado resistiéndote todos estos meses, pobre muchachita italiana? ¡Qué tontuela!

Las dos últimas palabras las dijo en un tono tan cariñoso, que ella se volvió y apretó su cuerpo contra el de él.

– Eres una mujer como ya no existen, te lo aseguro -añadió Jules en el mismo tono afectuoso.

Lucy, sin embargo, siguió llorando.

Jules encendió un cigarrillo y lo puso en los labios de la muchacha, que para no atragantarse tuvo que dejar de llorar.

– Ahora escúchame -prosiguió Jules-. Si hubieras sido educada en un ambiente acorde con los tiempos actuales, si tu familia hubiese tenido una cierta cultura, tu problema estaría resuelto desde hace años. Ahora voy a explicarte cuál es tu problema: si una mujer es fea o bizca, o tiene la piel manchada, por ejemplo, puede decir que el suyo es un caso sin solución, pues ahí la cirugía nada puede hacer. Ahora bien, si sólo tiene una verruga en la barbilla, o si una de sus orejas tiene alguna irregularidad, su problema carece de importancia. Tu caso es equivalente a estos últimos, es decir, que en realidad no es un problema. Deja de pensar en que ningún hombre disfrutará contigo lo suficiente. Lo tuyo no es sino una deformación de la pelvis. Normalmente se produce después de un parto, pero también puede tratarse de algo congénito. Tu caso es muy frecuente, y muchas mujeres son desgraciadas debido a ello; algunas incluso llegan al suicidio. Sin embargo, una sencilla operación basta para corregir el defecto. Jamás hubiera imaginado que sufrías ese pequeño defecto, pues tienes un cuerpo muy bien formado y sano. Cada vez que me contabas tu caso, pensaba que el problema era psicológico, pero ahora veo que no es así. Voy a hacerte un examen físico y luego sabremos exactamente qué debe hacerse. Ahora toma una ducha, te hará bien.

Lucy obedeció, y mientras se duchaba él preparó el instrumental que tenía en la casa. Después, pacientemente y a pesar de las protestas de ella, le indicó que se tendiera en la cama para reconocerla. De pronto Jules había dejado de ser el amante para convertirse en el médico.

Metió los dedos dentro de ella y comenzó a moverlos en círculos. Lucy empezaba a sentirse humillada, cuando él le besó el ombligo y dijo, casi distraídamente:

– Me encanta disfrutar de mi trabajo. A continuación le indicó que se pusiera boca abajo, le introdujo un dedo en el ano y empezó a explorar mientras con la otra mano le acariciaba tiernamente la nuca.

Cuando hubo terminado, hizo que Lucy volviera a tenderse boca arriba, le dio un beso en la boca y dijo:

– Voy a hacerte una vulva completamente nueva, y luego probaré personalmente qué tal va. Será una verdadera hazaña médica, y podré escribir un informe para las revistas especializadas.

Jules se mostró tan afectuoso y preocupado por ella, que Lucy consiguió superar su vergüenza. Y cuando él le mostró un libro de medicina en el que se hablaba de un caso parecido al suyo y del procedimiento quirúrgico adecuado para corregirlo, hasta se sintió vivamente interesada.

– Hay que operar -sentenció Jules-pues, cuestión sexual aparte, más adelante sentirías dolorosas molestias. Es una lástima que un pudor mal entendido prive a los médicos de curar casos como el tuyo, que, como ya te he dicho, son bastante frecuentes, y que tantas mujeres sufran a causa de ello.

– No hables de eso, te lo ruego -pidió Lucy. Jules comprendió que a la muchacha seguía avergonzándola su secreto. Si bien como médico él no podía comprenderla, era lo bastante sensible para identificarse con ella, quien se lo agradecía de corazón.

– Bien. Ahora que conozco tu secreto -dijo Jules-voy a contarte el mío. Siempre me preguntas por qué estoy en esta ciudad, siendo como soy uno de los más jóvenes y brillantes cirujanos del Este -pronunció estas últimas palabras en tono de sorna, repitiendo lo que habían publicado los periódicos-. La verdad -prosiguió-es que soy abortista, lo que en sí mismo no es excesivamente malo, pues la mitad de los médicos lo son; pero tuve la desgracia de que me descubrieran. Entonces, un doctor amigo llamado Kennedy, que fue compañero mío en la época de internado y que es un hombre de una pieza, prometió ayudarme. Según tengo entendido, un tal Tom Hagen le había dicho que si algún día necesitaba algo se lo dijera, pues la familia Corleone estaba en deuda con él. Así, pues, el doctor Kennedy habló con Hagen, y lo único que sé es que los cargos contra mí fueron retirados, aunque la Asociación Médica y el hospital del Este donde yo trabajaba me pusieron en la lista negra. Luego, para que pudiera resarcirme de esto, la familia Corleone me proporcionó mi empleo actual. Me gano bien la vida y hago un trabajo que debe hacerse. Estas chicas de los night-clubs no paran de quedar embarazadas, y claro, después tengo que intervenir. Provocarles un aborto es la cosa más sencilla del mundo. Lo malo es que Freddie Corleone es un auténtico Casanova; desde que estoy en el hotel, ha preñado por lo menos a quince muchachas. Uno de estos días deberé hablarle seriamente de cuestiones sexuales, pues al parecer conoce muy poco. Aparte de lo que te he dicho, he tenido que tratarlo tres veces de gonorrea y una de sífilis. Nunca se ha preocupado de tomar precauciones.

98
{"b":"101344","o":1}