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Johnny se echó a reír.

– Te aseguro que si te invita a su casa lo pasarás en grande. ¿Lo ha hecho?

Nino negó con la cabeza.

– He puesto demasiado interés en la película.

– No hagas tonterías, muchacho -dijo Johnny, de pronto muy serio-. Una mujer como esa puede ayudarte muchísimo. Parece mentira. Todavía tengo pesadillas cuando recuerdo aquellas viejas y feas putas con las que solías acostarte.

Nino, con voz de borracho y sin preocuparle el que pudieran oírle, dijo:

– Sí, eran feas y viejas, lo reconozco, pero eran mujeres de verdad.

Deanna Dunn, que estaba cerca, volvió la cabeza.

Nino le hizo una breve reverencia.

– No eres más que un paleto, Nino -dijo Johnny.

– Y no pienso cambiar -replicó Nino, con voz pastosa.

Johnny le entendía a la perfección. Sabía que Nino no estaba tan ebrio como quería aparentar, que lo simulaba porque consideraba que era la única forma de decir ciertas cosas que estando sobrio no quedarían demasiado bien, teniendo en cuenta que Johnny era ahora su nuevo «padrone».

Johnny Fontane le pasó el brazo por los hombros y, amistosamente, le dijo:

– Eres un pillo, Nino. Sabes que tienes contrato por un año, y que, digas lo que digas o hagas lo que hagas, no puedo despedirte.

– ¿Que no puedes despedirme? -dijo Nino, con la gracia de los borrachos.

– Claro que no.

– Pues aguántate.

Por un instante, ante la despreocupada sonrisa de Nino, Johnny notó que la irritación empezaba a dominarlo. Pero los años le habían hecho perder buena parte de su orgullo. Por otra parte, últimamente sabía comprender mejor a los demás. Y ahora comprendía a Nino, ahora sabía por qué su antiguo amigo no había triunfado, ahora sabía por qué estaba tratando de destruir todas sus posibilidades de triunfo. Nino no quería pagar el precio del éxito; se sentía ofendido por todo lo que Johnny, su amigo de la infancia, estaba haciendo por él.

Johnny le tomó del brazo y lo acompañó fuera de la casa. Apenas si podía sostenerlo. En tono persuasivo, le dijo:

– De acuerdo, muchacho, lo único que te pido es que cantes para mí. Por lo demás, haz lo que quieras. No quiero dirigir tu vida. Lo único que debes hacer es cantar para que, ahora que no puedo cantar, por lo menos consiga ganarme algún dinero.

– Cantaré, Johnny -repuso Nino, con voz apenas comprensible-. Ahora soy mejor cantante que tú. Siempre he sido mejor que tú ¿te enteras?

De modo que era eso, pensó Johnny. Sabía que Nino nunca había podido competir con él, ni cuando ambos cantaban juntos, ni mucho menos después, cuando él, Johnny Fontane, estaba en el apogeo de su fama. Vio que Nino estaba esperando su respuesta.

– Vete al diablo -le dijo en tono amistoso.

Ambos se echaron a reír, como antes, como cuando eran más jóvenes.

Cuando Johnny Fontane se enteró del atentado sufrido por Don Corleone, no sólo se preocupó por el estado de su padrino, sino que también se preguntó en qué quedaría lo de la prometida financiación. Se había ofrecido para visitar al Don en Nueva York, pero le dijeron que no le convenía hacerse mala publicidad, pues el Don no lo aprobaría. Por lo tanto, esperó. Una semana más tarde acudió a verle un mensajero enviado por Tom Hagen. La financiación continuaría, pero sólo para una película a la vez.

Johnny dejó que Nino se las arreglara a su modo en Hollywood y California, y éste lo se pasaba en grande con las jóvenes «starlets». A veces, Johnny lo llamaba para salir juntos, pero sin insistir demasiado. Cuando hablaron del atentado contra el Don, Nino le confesó:

– Una vez le pedí al Don un puesto en su organización, pero me lo negó. Yo ya estaba cansado de conducir camiones; tenía ganas de ganar dinero. ¿Sabes qué me dijo? Que cada hombre tenía su destino, y que el mío era el de ser artista. Me dio a entender que no me consideraba un hombre duro.

Las palabras de Nino hicieron reflexionar a Johnny. El Padrino debía de ser el hombre más inteligente del mundo. Había adivinado de inmediato que si Nino hubiese entrado en la organización, sólo hubiese conseguido que le metieran un par de balas en el cuerpo. Y todo por ser demasiado impertinente, por hablar demasiado y a destiempo, por no saber distinguir entre las personas. Pero ¿cómo había sabido que sería artista? La respuesta era obvia. Porque se figuraba que él, Johnny, le prestaría su ayuda. ¿Y cómo había llegado a figurárselo? Porque sabía que a él, Johnny Fontane, le bastaría con una insinuación para que prestase ayuda a Nino. Naturalmente, nunca le habría pedido que lo hiciera. Se limitó a darle a entender que le complacería el que echase una mano a Nino. Ahora el Padrino estaba herido y, por lo tanto, el Osear volaría, sobre todo teniendo en contra a Jack Woltz. Sólo el Don tenía la influencia necesaria para contrarrestar cualquier maniobra de Woltz, pero ahora la familia Corleone tenía otras cosas en que pensar. Johnny había ofrecido su ayuda; sin embargo, Hagen, muy cortésmente, la había rehusado.

Johnny estaba muy ocupado con su película. El autor del libro en que se había basado la que protagonizara para Woltz había terminado de escribir su nueva novela y, en respuesta a una invitación de Johnny, estaba en California para hablar sin agentes ni estudios por en medio. El segundo libro se ajustaba exactamente a lo que Johnny deseaba. No tendría que cantar; era una historia en la que abundaban las mujeres y el sexo, y uno de los papeles parecía hecho especialmente para Nino, pensó Johnny. El personaje hablaba y actuaba igual que Nino, e incluso se le parecía físicamente, lodo lo que su amigo debería hacer era limitarse a mostrarse natural.

Johnny trabajaba a toda prisa. Sorprendido, comprobó que sabía más de lo que creía acerca de la producción de películas. No obstante, contrató a un productor ejecutivo. Era un hombre capacitado, pero como estaba en la lista negra tenía dificultades para encontrar trabajo. Johnny no quiso explotarlo, a pesar de que hubiera podido hacerlo, y le firmó un contrato muy satisfactorio.

– Espero que así me saldrá usted más barato -le dijo, francamente.

Por ello se mostró sorprendido cuando el productor ejecutivo le dijo que debería pagar cincuenta mil dólares al representante del sindicato. Los contratos y las horas extras, entre otras cosas, solían ser fuente de grandes problemas, por lo que el dinero estaría bien empleado. De momento, Johnny pensó que el productor ejecutivo intentaba extorsionarlo.

– Al tipo ese del sindicato envíemelo a mí -dijo Johnny.

El tipo se llamaba Billy Goff. Johnny le comunicó:

– Pensaba que mis amigos lo habían arreglado todo. Me dijeron que no me preocupara del asunto de las cuotas.

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