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– ¿Y quién es? ¿Lassie?

– No. Se trata de Deanna Dunn. La mercancía está plenamente garantizada.

Nino estaba evidentemente impresionado, pero no pudo evitar bromear un poco.

– ¿Y no podría ser Lassie?

La orquesta inició los primeros compases de la canción. Johnny Fontane escuchaba atentamente. Eddie Neils dirigiría todas las canciones. Luego se efectuaría la primera grabación para el disco. Mientras escuchaba, Johnny tomaba mentalmente nota de cómo cantaría cada frase, de la entonación que daría a cada palabra. Sabía que su voz no resistiría mucho, pero sería Nino quien cargaría con la mayor parte del esfuerzo. En realidad, él cantaría poco. Excepto, naturalmente, en la canción a dúo, la que habían interpretado en la boda de Connie. Tendría que reservarse para aquella canción.

Hizo levantar a Nino y ambos se colocaron frente a sus respectivos micrófonos. Nino falló nada más abrir la boca, y seguidamente volvió a equivocarse.

– ¿Es que quieres hacer horas extras? -le dijo Johnny en tono amistoso.

– Es que sin mi mandolina me siento extraño -alegó Nino.

Johnny reflexionó durante unos instantes.

– Sostén el vaso de whisky en la mano -dijo al fin.

Había encontrado la solución. De vez en cuando Nino bebía un trago, pero lo estaba haciendo bien. Johnny cantaba suavemente, sin forzar la voz, limitándose a acompañar a Nino. Esta forma de cantar no le proporcionaba satisfacción alguna, pero se sorprendió al comprobar su propio dominio de la técnica. Diez años de vocalización tenían que servir para algo.

Cuando llegaron al dúo, la última canción del disco, Johnny lo dio todo. Al terminar, le dolía la garganta. Los músicos, a pesar de su veteranía y a despecho de hallarse de vuelta de todo, musicalmente hablando, pusieron el alma en esa pieza. Como tenían las manos ocupadas sosteniendo los instrumentos, aplaudieron con los pies. Para demostrar su entusiasmo, el tambor dedicó a Johnny y a Nino unos magníficos redobles.

La grabación, contando las lógicas interrupciones, duró cuatro horas. Eddie Neils se acercó a Johnny.

– Ha cantado usted muy bien, muchacho -le dijo el director-. Creo que puede perfectamente grabar un disco. Tengo una canción que sería perfecta para usted.

Johnny hizo un gesto negativo

– No nos engañemos, Eddie. Dentro de un par de horas, la ronquera no me dejará ni siquiera hablar. ¿Cree usted que se podrá aprovechar mucho de lo que hemos hecho hoy?

– Nino tendrá que volver al estudio mañana -replicó Eddie con expresión pensativa-. Ha cometido algunos errores, pero es mucho mejor de lo que me imaginaba. En cuanto a lo que usted ha cantado, haré que los técnicos de sonido arreglen lo que no me guste. ¿De acuerdo?

– De acuerdo, Eddie. ¿Cuándo podré escuchar la grabación?

– Mañana por la noche. ¿En su casa, Johnny?

– Perfecto. Gracias, Eddie. Hasta mañana.

Tomó del brazo a Nino y ambos salieron del estudio. No fueron a casa de Ginny, sino a la de Johnny.

Atardecía. Nino estaba todavía bastante borracho. Johnny le aconsejó que se diera una ducha y que se acostara un rato. Por la noche, a las once, tenían que asistir a una fiesta.

Cuando Nino despertó, Johnny le dijo:

– La fiesta será en el Lonely Hearts Club. Las mujeres que asistirán son todas estrellas de la pantalla, damas admiradas por millones de hombres en todo el mundo. Muchos darían su brazo derecho por acostarse con cualquiera de ellas. Y su presencia en la fiesta tendrá un solo objeto: buscar a un hombre que quiera darles un buen repaso. ¿Sabes por qué? Porque lo necesitan, se están haciendo un poco mayores. Y como todas las señoras, quieren que el asunto se desarrolle en un ambiente distinguido.

– ¿Qué te pasa en la voz, Johnny? -preguntó Nino.

Y es que Johnny había estado hablando casi en susurros.

– Es algo que me ocurre siempre que acabo de cantar. No podré volver a hacerlo durante un mes. Pero la ronquera se me pasará en un par de días.

– Es duro ¿eh? -dijo Nino, en un tono triste.

Johnny se encogió de hombros.

– Escucha, Nino; no quiero que bebas demasiado esta noche. Tienes que demostrar a esas furcias de Hollywood que mi «paisan» tiene clase. Recuerda que algunas de esas mujeres tienen mucha influencia en el mundo del cine y que pueden ayudarte mucho. Así, pues, sé educado con ellas incluso cuando les hayas hecho el amor.

Nino se estaba sirviendo un trago.

– Siempre soy educado -una vez hubo vaciado el vaso, preguntó, sonriendo-: Bromas aparte, Johnny ¿puedes presentarme a Deanna Dunn?

– No te pongas nervioso -dijo Johnny-. Las cosas no van a ser como tú te figuras.

El Lonely Hearts Club se reunía cada viernes por la noche en la soberbia mansión de Roy McElroy, agente de prensa y consejero de relaciones públicas de la Woltz International Film Corporation. En realidad, la idea no había sido de McElroy, sino del práctico cerebro de Jack Woltz. Algunas de sus estrellas más taquilleras estaban envejeciendo. Sin la ayuda de las luces especiales y de los genios del maquillaje casi parecían abuelas. Y tenían problemas. Además, y hasta cierto punto, habían perdido su sensibilidad mental y física. Ya no les era posible enamorarse. Les resultaba prácticamente imposible desempeñar el papel de mujeres acosadas por los hombres. El dinero, la fama y su antigua belleza les habían dado una personalidad demasiado fuerte.

Woltz había ideado esas fiestas semanales para que les fuera más fácil escoger amantes de una noche, que, si pasaban satisfactoriamente la prueba, podían convertirse en amantes fijos, con todas las ventajas que de tal situación se derivaban (entre ellas, iniciar una carrera en el mundo del cine). En algunas ocasiones aquellas fiestas habían degenerado en escandalosas orgías, intervención de la policía incluida. Para evitarlo, Woltz decidió que se celebraran en casa de su consejero de relaciones públicas, que estaría allí para sobornar a los periodistas y a la policía si llegaba el caso.

Para algunos jóvenes y viriles actores que no habían alcanzado todavía el estrellato, la asistencia a la fiesta de cada viernes no siempre era una tarea agradable. La excusa para la convocatoria de aquellas bacanales era siempre la misma: un pase de preestreno de alguna película. La gente decía: «Vamos a ver qué tal es la nueva película de fulanito». Así, la cosa tenía un aire absolutamente profesional.

Las jóvenes aspirantes a actrices tenían prohibida la entrada. Generalmente bastaba con insinuarles que su presencia no sería grata y la mayoría no insistía.

Los pases de las películas se efectuaban a medianoche. Johnny y Nino llegaron a las once. Roy McElroy era, a primera vista, un hombre de una simpatía desbordante, bien educado e impecablemente vestido.

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