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Su representante lo había dispuesto todo. Frente a su casa había un automóvil alquilado con chófer. En su interior estaban el representante y otro hombre. Johnny aparcó su automóvil y entró en el otro, que se puso en marcha rumbo al aeropuerto. Esperó dentro del vehículo, mientras su representante acudía a esperar a Tom. Cuando el visitante entró en el automóvil, ambos hombres se estrecharon la mano y el vehículo arrancó rumbo a casa de Johnny.

Finalmente, Johnny y Tom se quedaron solos en la sala de estar. Sus relaciones eran correctas, pero frías. Johnny nunca había perdonado a Hagen que dificultara sus mil intentos de ver al Don cuando éste estaba enfadado con él, en aquellos aciagos días que precedieron a la boda de Connie. Hagen nunca se dignó a excusarse. Y es que no podía. Una parte de su trabajo consistía, precisamente, en servir de pararrayos de todos los resquemores y enfados que la gente sentía contra el Don, pero que no se atrevían a manifestarle personalmente.

– Tu padrino me envía para que te eche una mano en algunos asuntos -empezó Hagen-. Y prefiero hacerlo antes de Navidad.

– La película ha terminado -repuso Johnny Fontane-. El director era un hombre cabal y no tengo queja alguna de él. Mis escenas son demasiado importantes como para que las corten, a pesar de que a Woltz le gustaría hacerlo. No puede destruir una película de diez millones de dólares por el simple capricho de perjudicarme. Así, pues, ahora todo depende de que guste o no al público.

– ¿Es muy importante para la carrera de un actor la consecución del Osear, o es sólo que con la estatuilla se consigue un poco de publicidad? -preguntó Hagen con cautela-. Aunque, bien mirado, el premio de la Academia significa la gloria, y eso es algo que gusta a todo el mundo.

Johnny Fontane sonrió, irónico.

– Es importante para todo el mundo, a excepción hecha de mi padrino y de ti. No, Tom, no es ninguna tontería. Un Osear garantiza la fama y el dinero durante diez años, por lo menos. El que lo consigue puede escoger los papeles. El público va a verle. No lo es todo, pero para un actor es decisivo. Tengo esperanzas de conseguirlo. No porque me considere un gran actor, sino porque ya era popular como cantante, y porque mi papel es muy bueno. Además, tampoco soy tan malo.

– Tu padrino me ha dicho que, tal como están las cosas, no tienes la menor posibilidad de conseguir la estatuilla.

Johnny Fontane empezaba a irritarse.

– ¿Qué estás diciendo? La película todavía no ha sido exhibida. Y el Don no está en el negocio del cine. ¿Para decirme eso has hecho tan largo viaje?

– Mira, Johnny -replicó Hagen, molesto-, en asuntos cinematográficos soy un ignorante. Recuerda que no soy más que un mensajero del Don. Pero este asunto lo hemos discutido muchas veces. El se preocupa por ti, por tu futuro. Considera que todavía necesitas su ayuda, y desea solucionar tu problema de una vez para siempre. Por eso he venido, para arreglarlo todo. Pero debes portarte como un adulto, Johnny. Debes dejar de pensar en ti como cantante o como actor y comenzar a considerarte como un hombre con iniciativa, con ideas propias.

Johnny Fontane se echó a reír y volvió a llenar su vaso.

– Si no gano el Osear, tendré tanta iniciativa como una de mis hijas. He perdido la voz; si la conservara, podría hacer algo. Bueno ¿y cómo sabe mi padrino que no voy a conseguir el premio? Porque seguro que lo sabe. Él nunca se equivoca.

Hagen encendió un cigarrillo.

– Sabernos que Jack Woltz ha asegurado que no piensa gastarse ni un centavo en tu candidatura. De hecho, ha comunicado a todos los miembros del jurado que no desea que ganes. Todo lo contrario: está interesado en que otro actor de sus estudios consiga el máximo de votos. Para ello emplea toda suerte de recursos: dinero, mujeres, todo. Y trata de hacerlo sin perjudicar el éxito de la película, o perjudicándolo lo menos posible.

Johnny Fontane se encogió de hombros. Volvió a llenarse el vaso y lo apuró de un trago.

– En ese caso, estoy perdido.

Hagen lo estaba mirando fijamente.

– La bebida no le va a hacer ningún bien a tu voz -señaló en tono de desaprobación.

– Vete al diablo -fue la respuesta de Johnny.

El rostro de Hagen se convirtió en una máscara.

– Muy bien. Me limitaré a hablar de negocios, pues.

Johnny Fontane dejó el vaso encima de la mesa.

– Lo siento, Tom, no quería ofenderte -se disculpó-. Lo que pasa es que me gustaría matar a ese cerdo de Jack Woltz, y estoy de mal humor. Pero comprendo que no tienes por qué pagarlo tú.

Johnny tenía los ojos arrasados en lágrimas. Estrelló el vaso contra la pared, pero con tan poca fuerza que no se rompió. El vaso, rodando, fue a parar a los pies de Johnny, que lo miró con rabia. Luego se echó a reír. Fue a sentarse frente a Tom y dijo:

– Tú sabes que durante mucho tiempo las cosas me han ido muy bien. Luego, al divorciarme de Ginny todo comenzó a estropearse. Perdí la voz. Mis discos dejaron de venderse. No conseguía ni siquiera un pequeño papel en ninguna película. Y luego mi padrino se enfadó conmigo, hasta el punto de no responder mis llamadas. Es más, ni siquiera quería recibirme cuando yo iba a Nueva York. Entre él y yo ponía una barrera: tú. Ahora comprendo que tú te limitabas a cumplir órdenes. Y es que uno no puede enfadarse con él; es como enfadarse con Dios. Por eso me enojo contigo. Pero tú siempre te has portado bien conmigo, ésa es la verdad. Y para que veas que te aprecio, voy a seguir tu consejo. No volveré a beber hasta que haya recuperado la voz.

Johnny era sincero y Hagen olvidó su enojo. Aquel niño de treinta y cinco años debía de tener algo, pues de lo contrario el Don no perdería el tiempo con él, ni le apreciaría tanto.

– Olvídalo, Johnny -dijo Hagen. Se sentía violento al ver el profundo sentimiento de Johnny, y sospechaba que dicho sentimiento sólo se debía al miedo, al miedo de que el Don se volviera contra él. Lo que ignoraba Johnny era que al Don nadie podía hacerle cambiar; cambiaba sólo por sí mismo.

– Las cosas no están tan mal, Johnny. El Don dice que puede anular todas las tentativas de Woltz contra ti, que es casi seguro que podrá conseguir que ganes el Osear. Pero teme que ello no baste para resolver tu problema. Quiere saber si tienes inteligencia y coraje suficientes para convertirte en productor, para hacer tus propias películas, desde el principio al final.

– ¿Y cómo diablos va a conseguir que me den el Osear? -preguntó Johnny, incrédulo.

– ¿Y por qué crees tú que Woltz tiene más posibilidades de salirse con la suya que el Don? Y ahora, como sea que debemos reforzar tu fe, déjame decirte una cosa. Pero quédatela para ti. Tu padrino es un hombre mucho más poderoso que Jack Woltz. Y es más poderoso en zonas y aspectos mucho más importantes. ¿Cómo puede conseguirte el Osear? El controla a la gente que controla todos los sindicatos de la industria, a toda o a casi toda la gente que vota. Por supuesto, tienes que valer, tienes que haber hecho unos méritos. Y tu padrino es bastante más inteligente que Jack Woltz. El Don no va a ver a toda esta gente para decirles «Vote por Johnny Fontane o considérese muerto». No es amigo de emplear la fuerza cuando sabe que no va a servir de nada o que puede dejar resentimientos. Él se limitará a expresar un deseo. Y ahora créeme: tu padrino es capaz de conseguirte el Osear. Pero convéncete igualmente de que tú, sin su ayuda, no puedes conseguirlo.

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