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– ¿Ha averiguado Sonny dónde va a llevarme Sollozzo? -preguntó Michael.

– Todavía no -respondió Clemenza-. Sollozzo es un hombre muy cauteloso. Pero no te preocupes, no intentará hacerte ningún daño. El negociador estará en nuestras manos hasta que regreses sano y salvo. Si algo te sucediera, el negociador lo pagaría con su vida.

– ¿Y por qué arriesga su vida? -preguntó Michael.

– Porque le pagan bien. Una pequeña fortuna, en realidad. Además, es un miembro importante dentro de las Familias. Sabe que Sollozzo no permitirá que le ocurra nada. Para Sollozzo, tu vida no vale tanto como la del negociador, ni más ni menos. Tu seguridad está garantizada. Y luego seremos nosotros los que empezaremos a golpear a diestro y siniestro.

– ¿Qué va a pasar? -quiso saber Michael.

– Se desatará una guerra sin cuartel entre la familia Tattaglia y la familia Corleone. La mayoría de los demás se aliarán con los Tattaglia. El Departamento de Sanidad tendrá que recoger muchos cadáveres este invierno. Estas cosas suelen suceder cada diez o doce años. Sirven para eliminar la fruta podrida. Por otra parte, si cedemos en detalles de poca monta, pronto nos obligarían a ceder en cuestiones de importancia. Es preciso desanimarles desde un principio. Igual debía haber hecho Europa con Hitler; nunca debieron haberle permitido ir tan lejos. En ciertas ocasiones, la permisividad es una auténtica fuente de graves problemas.

Michael había oído decir lo mismo a su padre. Concretamente, recordaba que lo había dicho en 1939, poco antes de que estallara la guerra. Si el Departamento de Estado hubiese estado a cargo de las Familias, la Segunda Guerra Mundial no hubiera tenido lugar, pensó Michael.

Michael y Clemenza regresaron a la casa del Don, donde Sonny había instalado su cuartel general provisional. Michael se preguntaba por cuánto tiempo podría Sonny permanecer en el seguro refugio de la alameda. Llegaría el momento en que tendría que decidirse a salir.

Cuando llegaron, Sonny estaba haciendo la siesta. Encima de la mesita había las sobras de su comida, trozos de carne y de pan, además de una botella de whisky medio vacía.

El siempre limpio y ordenado despacho de su padre comenzaba a parecer una pocilga. Michael despertó a su hermano.

– ¿Por qué no dejas de vivir como un borrachín y dejas que arreglen un poco el despacho?

– ¿Quién diablos crees que eres, un inspector? -preguntó Sonny, pasándose la mano por los ojos-. Mike, todavía no sabemos dónde piensan llevarte esos bastardos de Sollozzo y McCluskey. Si no podemos averiguarlo ¿cómo podremos pasarte la pistola?

– ¿Es que no puedo llevarla yo encima? -preguntó Michael-. Tal vez no me registren, y si lo hacen, tal vez no encuentren el arma, si somos lo bastante listos. Y en el supuesto de que la encuentren, tampoco va a ocurrir nada. Me la quitarán, y en paz. Sonny negó con la cabeza.

– Ni hablar. El golpe contra Sollozzo no puede fallar. Recuerda que primero debes disparar contra él. McCluskey es más lento y pesado. ¿Te ha dicho Clemenza que debes tirar el arma?

– Un millón de veces -contestó Michael.

Sonny se levantó del sofá.

– ¿Cómo va tu mandíbula? -preguntó a su hermano menor, después de desperezarse.

– Mal.

Le dolía aún toda la parte izquierda de la cara. Michael bebió un trago de whisky directamente de la botella y el dolor remitió.

– Cuidado, Mike -advirtió Sonny-. Es preciso que tengas la cabeza muy clara.

– Deja ya de jugar al hermano mayor, Sonny. He luchado contra enemigos más peligrosos que Sollozzo, y en peores condiciones. ¿Dónde tiene el Turco sus morteros? ¿Y su aviación? ¿Y su artillería pesada? ¿Ha minado el terreno? Sollozzo no es más que un listo hijo de puta, apoyado por un policía tan hijo de puta como él. Una vez tomada la decisión de liquidarlos, el problema desaparece. Lo que cuesta es decidirse. No tendrán tiempo ni de darse cuenta de dónde les viene el golpe.

Tom Hagen entró en la estancia. Después de saludarlos con un ademán, fue directamente al teléfono registrado con número falso. Hizo algunas llamadas.

– Nada -dijo al cabo-. Sollozzo quiere mantener secreto el lugar de la entrevista mientras le sea posible.

Sonó el teléfono y Sonny se puso al aparato al tiempo que pedía silencio con un gesto. Realizó algunas anotaciones en una hoja de papel, dijo: «Muy bien, estará allí», y colgó el auricular. Sonny rió con ganas.

– Desde luego, hay que reconocer que ese cerdo de Sollozzo es listo. Esta noche, a las ocho, él y el capitán McCluskey recogerán a Mike frente al bar de Jack Dempsey, en Broadway. Luego se trasladarán a otro sitio, donde mantendrán la conversación. Mike y Sollozzo hablarán en italiano. El informador me ha asegurado que la única palabra italiana que entiende McCluskey es 'soldi', dinero, por lo que no se enterará de nada. Sollozzo, por otra parte, sabe que Mike comprende el dialecto siciliano.

– Pero como me falta práctica, no charlaremos mucho -señaló Michael con sequedad.

– Mike no saldrá de aquí hasta que tengamos al negociador -dijo Hagen-. Supongo que se habrán tomado las medidas oportunas al respecto ¿no es así?

– El negociador -dijo Clemenza-está ya en mi casa jugando a las cartas con tres de mis hombres. No lo dejarán marchar hasta que yo les avise, naturalmente.

Sonny se hundió en su butacón de cuero.

– Y ahora ¿cómo sabremos el lugar de la entrevista? Tom, tenemos espías en el seno de la familia Tattaglia ¿por qué no nos han dicho nada?

– Sollozzo es más listo que el demonio -respondió Hagen-. Está llevando el asunto de forma tan secreta que no ha confiado en nadie. Considera que con el capitán McCluskey tiene bastante, y que la seguridad es más importante que las armas. Y tiene razón. Haremos que sigan a Michael y esperaremos que todo salga bien.

– No -dijo Sonny-. Eso no serviría de nada. Lo primero que harán será asegurarse de que nadie los sigue. Es lógico.

Eran ya las cinco de la tarde.

– Quizá lo mejor sería que Michael disparara contra los ocupantes del coche, cuando pasaran a recogerlo -dijo Sonny, preocupado.

– ¿Y si Sollozzo no está dentro del coche? -objetó Hagen-. Descubriríamos nuestro juego. No, lo que tenemos que hacer es averiguar el Jugar de la entrevista.

– Tal vez debiéramos tratar de adivinar el porqué de tanto secreto -interrumpió Clemenza.

– ¿Y por qué debería dejarnos saber nada, si puede evitarlo? -dijo Michael, en tono de impaciencia-. Además, huele el peligro. Seguro que no las tiene todas consigo, a pesar de ese capitán de la policía.

Hagen hizo chasquear sus dedos.

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