Tessio negó con la cabeza y afirmó:
– No. No he querido crearte más problemas.
– Bien -dijo Michael-. Limítate a esperar. Y creo que eso es todo lo que por el momento tengo que deciros a todos. Limitaos a esperar. No respondáis a ninguna provocación. Dadme unas pocas semanas para arreglar las cosas, para ver por dónde sopla el viento. Luego volveremos a reunimos y tomaremos una serie de decisiones concretas y definitivas.
Pretendió no darse cuenta de la sorpresa de sus interlocutores, a quienes Albert Neri, comenzó, con toda cortesía, a hacer salir de la estancia.
– Quédate, Tom. Sólo serán unos minutos -dijo Michael.
Hagen se acercó a la ventana que daba al jardín. Cuando vio que los _caporegimi_, Carlo Rizzi y Rocco Lampone, acompañados por Albert Neri, salían por la puerta de la finca, se volvió hacia Michael y preguntó:
– ¿Has conseguido asegurar todas las conexiones políticas?
Con gesto de pesadumbre, Michael sacudió la cabeza y repuso:
– No del todo. Necesitaba de otros cuatro meses. El Don y yo estábamos trabajando intensamente en el asunto. Pero tengo a mi lado a todos los jueces y a algunos de los miembros más importantes del Congreso. De lo que primero nos ocupamos fue de los jueces, naturalmente. Las autoridades de Nueva York, las que nos interesan quiero decir, no representaron problema alguno. La familia Corleone es mucho más fuerte de lo que todos piensan. Pero yo esperaba convertirla en algo de una solidez absoluta. Supongo que ahora ya sabes cuáles son mis planes ¿no?
– No fue difícil. Lo que sí me costó entender fue por qué te empeñaste en dejarme al margen. Finalmente, me puse a pensar como un siciliano y descubrí tus motivos.
Michael se echó a reír y dijo:
– Mi padre aseguró que lo averiguarías. Te necesito aquí, Tom. Al menos durante las próximas semanas. Será mejor que llames a Las Vegas y hables con tu esposa. Pídele que tenga un poco de paciencia.
Hagen, con expresión meditabunda, preguntó:
– ¿Cómo crees que intentarán ponerse en contacto contigo?
– El Don y yo hablamos de eso, precisamente. A través de alguna persona de mi confianza, Barzini intentará que vaya a verle por mediación de alguien de quien yo no pueda sospechar.
Hagen sonrió/y dijo:
– De alguien como yo.
Michael le devolvió la sonrisa y respondió:
– Tú eres irlandés; no confiarían en ti.
– Soy germano-americano -replicó Hagen.
– Para ellos, eso es ser irlandés -dijo Michael-. No acudirán a ti, como tampoco acudirán a Neri, porque Albert Neri fue policía. Además, ambos estáis demasiado cerca de mí. No pueden arriesgarse tanto. Rocco Lampone, por el contrario, no está lo bastante cerca. Tengo la seguridad de que será Clemenza, Tessio o Carlo Rizzi.
– Apostaría cualquier cosa a que será Carlo -dijo Hagen.
– Ya lo veremos. No tardaremos en saberlo…
Fue durante la mañana siguiente. Hagen y Michael desayunaban. Michael fue a la biblioteca a responder a una llamada telefónica, y cuando volvió a la cocina, dijo a Hagen, riendo:
– Ya está. Tengo que ver a Barzini dentro de una semana, para concertar un nuevo tratado de paz ahora que el Don ha muerto.
– ¿Quién te ha telefoneado? ¿Quién ha establecido el contacto?
Ambos sabían que quienquiera que fuese el que hubiera establecido el contacto, se había convertido en traidor.
Michael esbozó una amarga sonrisa y dijo:
– Tessio.
Terminaron de comer en silencio. Mientras tornaban su taza de café, Hagen comentó:
– Hubiera jurado que el traidor sería Carlo. O Clemenza, tal vez. Pero nunca Tessio. Es el mejor de todos.
– Es el más inteligente -replicó Michael-. Y ha hecho lo que le ha parecido más acertado. Me pone en manos de Barzini y luego hereda el imperio Corleone. Como se figura que no puedo vencer, su razonamiento es perfecto.
Hagen dejó pasar unos segundos antes de preguntar:
– ¿Y son exactas las suposiciones de Tessio?
– El asunto presenta, al menos en apariencia, mal cariz para los Corleone. Pero mi padre fue el único que entendió que el poder político y las amistades, políticas también, valen más que diez regimi. Creo que tengo en mis manos casi todo el poder político que tenía mi padre. Pero nadie, excepto yo, lo sabe.
Dirigió a Hagen una sonrisa llena de confianza y añadió:
– Los obligaré a llamarme Don. Pero lo de Tessio me entristece.
– ¿Has dado tu conformidad al encuentro con Barzini?
– Sí. Para dentro de siete días. En Brooklyn, en el territorio de Tessio. Suponen que creeré que allí estaré seguro.
Michael volvió a echarse a reír.
– No te confíes -le advirtió Hagen-. Durante los próximos siete días ve con mucho cuidado.
Por primera vez, Michael se mostró frío con Hagen.
– Para darme esa clase de consejos no necesito ningún _consigliere_.
Durante la semana anterior al encuentro entre las Familias Corleone y Barzini, Michael le demostró a Hagen cuan cuidadoso sabía ser. No abandonó la finca ni una sola vez, y no recibió a persona alguna sin que a su lado estuviera Albert Neri. Únicamente surgió una enojosa complicación. El hijo mayor de Connie y de Carlo iba a recibir la confirmación, y Kay le pidió a Michael que fuera el padrino. Michael se negó en redondo.
– No suelo suplicarte muy a menudo -dijo Kay-. Hazlo por mí, te lo ruego. Connie desea tanto… Y también Carlo. Para ellos es algo muy importante. Por favor, Michael.
Kay advirtió que su marido estaba irritado con ella, por lo que pensó que insistiría en su negativa. Por ello, se llevó una gran sorpresa cuando Michael le dijo:
– De acuerdo. Pero no puedo abandonar la finca. Que lo arreglen todo para que el cura confirme al niño aquí. Pagaré lo que sea. Si los de la iglesia ponen problemas, Hagen los solucionará.
Y así, el día anterior al encuentro con la familia Barzini, Michael Corleone actuó como padrino del hijo de Carlo y Connie Rizzi. Al muchacho le regaló un costoso reloj de pulsera y una cadena de oro. Se celebró una pequeña fiesta en casa de Carlo, a la que fueron invitados los _caporegimi_, Hagen, Lampone y todos los que vivían en la finca, incluida, por supuesto, Mamá Corleone. Connie estaba tan emocionada que se pasó la velada besando a su hermano y a Kay. Y hasta Carlo Rizzi se mostró sentimental, aprovechando el menor pretexto para estrujar la mano de Michael y llamarlo Padrino. Todo al estilo italiano.