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Greene puso su vaso encima de la mesa y, con furia apenas contenida, preguntó:

– ¿Qué hay de cierto en lo que he oído acerca de que la familia Corleone quiere echarme de aquí? Soy yo quien os echará a vosotros.

Sin perder la calma, Michael dijo:

– Por extraño que parezca, tu casino está perdiendo dinero. Eso significa que hay algo que no marcha en tu forma de llevarlo. Tal vez nosotros consigamos hacerlo mejor.

Greene se echó a reír y, con aspereza, replicó:

– ¡Jodidos italianos! Os hago un favor empleando a Freddie, cuando estáis en apuros, y ahora queréis echarme. Pero no lo conseguiréis. No soy nada dócil y, además, tengo amigos que me apoyarán.

Michael siguió mostrándose razonable:

– Si empleaste a Freddie fue porque la familia Corleone te dio dinero para terminar tu hotel. Y porque financió tu casino. Y porque la familia Molinari, de la Costa, garantizó la seguridad de mi hermano y te prestó algunos servicios. Todo ello a cambio de emplear a Freddie. Así pues, la familia Corleone y tú estáis en paz. No sé a qué viene tanta irritación. Estamos dispuestos a comprar tu parte, Moe, y serás tú quien fije el precio. Si es razonable, lo aceptaremos. Entonces ¿qué hay de malo en ello? Teniendo en cuenta que tu casino pierde dinero, creo que te hacemos un favor.

Greene sacudió la cabeza y dijo:

– La familia Corleone ya no tiene el poder de otros tiempos. El Padrino está enfermo. En cuanto a ti, todas las Familias de Nueva York quieren cazarte. ¡Y todavía piensas asustarme! Voy a darte un buen consejo, Mike: no hagas tonterías.

Michael, lentamente y con voz tranquila, preguntó:

– ¿Por eso pensaste que podías abofetear impunemente a Freddie en público?

Tom Hagen, alarmado, miró a Freddie, que palideció y dijo:

– La cosa no tuvo importancia, Mike. Moe es muy impulsivo ¿sabes? A veces se le va Ja mano. Pero nos llevamos muy bien ¿no es cierto, Moe?

– Desde luego -respondió Greene en tono cauto-. En ocasiones tengo que pegar alguna que otra bofetada, para que las cosas marchen. Me enfadé con Freddie porque se entendía con todas las camareras, que se distraían demasiado del trabajo cuando habían pasado por sus manos. Tuvimos una pequeña discusión y lo obligué a sincerarse conmigo…

Michael, impasible, preguntó a su hermano:

– ¿Y tú hablaste, Freddie?

Freddie miró a su hermano menor con hosquedad, pero no respondió. Greene se echó a reír y dijo:

– El muy cabrón se las llevaba a la cama de dos en dos. ¡Le gustan los bocadillos, al parecer! Realmente, Freddie, me jugaste muy malas pasadas. Nada ni nadie conseguía hacerlas felices después de que te las habías llevado a la cama.

Hagen se dio cuenta de que aquello había pillado por sorpresa a Michael. Ambos se miraron. Esa debía de ser la verdadera razón de que el Don estuviese disgustado con Freddie. Don Corleone era, en cuestiones sexuales, muy estricto; y el que Freddie hiciese el amor con dos mujeres a la vez era, para él, un signo de depravación. Además, el hecho de permitir que un hombre como Moe Greene lo humillara en público constituía una falta de respeto hacia la familia Corleone. Eso también explicaría, al menos en parte, el porqué de la actitud del Don con respecto a Freddie.

Michael se levantó de su silla y, en tono perentorio, dijo a Greene:

– Tengo que regresar a Nueva York mañana. Así, pues, piensa en el precio. Furioso, Greene vociferó:

– ¿Es que te has creído que puedes manejarme como a un niño, hijo de puta? He matado muchos hombres en mi vida, para dejarme asustar por un tipejo como tú. Iré a Nueva York a hablar personalmente con el Don. Le haré una oferta.

Sin poder ocultar su nerviosismo, Freddie dijo a Tom Hagen:

– Eres el _consigliere_, Tom. Debes hablar con el Don y aconsejarlo en este asunto.

Fue entonces cuando Michael descubrió su actual personalidad a los dos hombres de Las Vegas.

– El Don está casi retirado -explicó-. Soy yo quien lleva los asuntos de la Familia. Y he destituido a Tom de su puesto de _consigliere_. Ahora será únicamente mi abogado en Las Vegas. Dentro de un par de meses se vendrá a vivir aquí con su familia y empezará a ocuparse de los aspectos legales del negocio. Así, pues, lo que tengáis que decir, decídmelo a mí.

Nadie respondió. En tono grave, Michael prosiguió:

– Tú eres mi hermano mayor, Freddie, y como a tal te respeto. Pero no vuelvas a apoyar a nadie en contra de la Familia. Y quiero que sepas que no diré una sola palabra al Don. En cuanto a ti, Moe. no insultes a quienes tratan de ayudarte. Harías mejor utilizando tus energías en intentar descubrir por qué el casino pierde dinero. La familia Corleone ha invertido mucho dinero aquí, y la inversión, por ahora, no es rentable. Sin embargo, te tiendo mi mano. Ahora bien, si no quieres aceptar mi ayuda, allá tú; yo no puedo hacer nada más al respecto.

Durante toda la conversación, Michael no alzó la voz en ningún momento. No obstante, sus palabras habían ejercido un poderoso efecto sobre Greene y Freddie. Michael miró a ambos, mientras se levantaba de su silla, indicando con ello que la reunión había terminado. Entonces Hagen abrió la puerta, y Moe Greene y Freddie Corleone salieron sin despedirse.

A la mañana siguiente Michael Corleone recibió la respuesta de Moe Greene: su parte no estaba en venta.

Fue Freddie quien llevó el mensaje. Michael se encogió de hombros y dijo a su hermano:

– Quiero ver a Nino antes de mi regreso a Nueva York.

En la habitación de Nino, encontraron a Johnny Fontane sentado en el sofá, tomando su desayuno. Detrás de las echadas cortinas del dormitorio, Jules examinaba a Nino.

A Michael le sorprendió el aspecto de Nino. Tenía los ojos apagados, los labios descoloridos, y estaba mortalmente pálido. Michael se sentó en el borde de la cama y dijo:

– Me alegro de verte, Nino. El Don siempre me pregunta por ti.

– Dile que me estoy muriendo -repuso Nino con una sonrisa-. Comunícale de mi parte que el negocio del espectáculo es más peligroso que el del aceite de oliva.

– Te pondrás bien -lo tranquilizó Michael-. Si hay algo que la Familia pueda hacer por ti, házmelo saber.

– Nada, Mike, nada en absoluto. Michael siguió charlando durante unos momentos con Nino, y luego salió de la habitación. Freddie lo acompañó hasta el aeropuerto, pero Michael no quiso que aguardara la salida del avión. Mientras subía a bordo con Tom Hagen y Albert Neri, Michael se volvió hacia este último y le preguntó:

– ¿Te fijaste bien en él? Neri se tocó la frente y respondió:

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