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– Me parece que sí. Pero usted no se imagina lo que es la comunidad médica. Todo el poder que usted o su familia puedan tener, no significa nada para ellos. Me temo que le será imposible ayudarme.

Michael asintió, distraído, y repuso:

– Seguramente está usted en lo cierto. Pero algunos amigos míos, todos gente bien conocida, van a construir un gran hospital en Las Vegas. Teniendo en cuenta el elevado índice de crecimiento de la ciudad, se trata de algo absolutamente necesario. Y pienso que es posible que le dejen utilizar los quirófanos, si se les sabe convencer. Dígame ¿a cuántos cirujanos tan buenos como usted podrán convencer de que se vengan a vivir a este desierto? Y aunque sean sólo la mitad de buenos ¿cuántos encontrarán? En realidad, haremos un favor al hospital. Así, pues, le aconsejo que no se aleje mucho de aquí. ¿Es cierto que usted y Lucy van a casarse?

– Sí, ésa es nuestra intención. Pero no antes de que tenga resuelto mi futuro.

– Si no construyes ese hospital, Mike, me quedaré soltera -comentó Lucy en tono irónico.

Todos se echaron a reír. Todos menos Jules, que dijo a Michael:

– Si me consigue el empleo, quiero que sea sin condiciones.

Fríamente, Michael respondió:

– Sin condiciones. Estoy en deuda con usted, Jules, y quiero saldarla. Sólo se trata de eso.

– No te enfades, Mike -dijo Lucy, amablemente.

– No estoy enfadado -replicó Michael. Y dirigiéndose a Jules, prosiguió-: Lo que acaba de decir es una estupidez. La familia Corleone, recuérdelo, ha hecho algunas cosas por usted. ¿Cree que yo, ahora, cometería la torpeza de pedirle que hiciera algo que le disgustase? Y si lo hiciese ¿qué pasaría? ¿Es que hubo alguien, aparte de nosotros, que moviera un solo dedo para ayudarle cuando estaba usted en dificultades? Cuando supe que quería volver a ser un verdadero cirujano, pasé muchas horas intentando hallar la forma de ayudarle. La he encontrado. Yo no le pido nada, absolutamente nada. No obstante, creo que se dignará considerarme como amigo suyo, y supongo que siempre estará dispuesto a hacer por mí lo que haría por un buen amigo. Esa es mi única condición. Pero puede rechazarla, si la considera inaceptable.

Tom Hagen bajó la cabeza y sonrió. Ni el mismo Don lo hubiera hecho mejor, pensó.

– Lo siento, Mike -respondió Jules, rojo como la grana-, temo que no he sabido explicarme. Estoy muy agradecido por todo. Olvide lo de antes. Michael asintió con la cabeza y dijo:

– De acuerdo. Mientras aguardamos la construcción e inauguración del hospital, usted será director médico de los cuatro hoteles. Ocúpese de reclutar un equipo de ayudantes. Naturalmente, tendrá un aumento de salario; pero esta cuestión será mejor que la trate después con Tom. En cuanto a ti, Lucy -agregó volviéndose hacia ésta-, quiero que te ocupes de algo realmente importante. Por ejemplo, creo que podrías encargarte de coordinar económicamente todas las tiendas que se abrirán en los hoteles. O encargarte de contratar a las chicas que necesitamos para trabajar en los casinos. En fin, no sé, algo por el estilo. De ese modo, si Jules no se casa contigo tendrás el consuelo de ser una solterona rica.

Freddie había estado dando furiosas chupadas a su cigarro. Michael se volvió hacia él y, amablemente, le dijo:

– No soy más que el mensajero del Don, Freddie. Lo que quiere que hagas, te lo dirá él mismo, naturalmente; pero estoy seguro que será algo importante. Todo el mundo nos habla del gran trabajo que has estado realizando aquí.

– Si es así ¿por qué está enfadado conmigo? -preguntó Freddie-. ¿Sólo porque el casino ha estado perdiendo dinero? Del casino se ocupa Moe Greene, no yo. ¿Qué es lo que nuestro padre quiere de mí?

– Deja de preocuparte por ello, Freddie -repuso Michael. Se volvió hacia Johnny Fontane y le preguntó-: ¿Dónde está Nino? Tengo ganas de verlo.

– Nino está muy enfermo -explicó Johnny-. Una enfermera le cuida las veinticuatro horas del día. Pero el doctor dice que debe ser internado en un manicomio, pues está tratando de matarse.

Con expresión pensativa, Michael, que estaba sorprendido, dijo:

– Nino fue siempre un muchacho excelente. Que yo sepa, nunca hizo nada que pudiera molestar a los demás. En realidad, nada le importaba gran cosa, excepto la bebida.

– Sí -señaló Johnny-. Por el dinero no debería preocuparse, pues siempre podría trabajar como actor o cantante. Por cada película le pago cincuenta mil dólares. Pero gasta a manos llenas. La fama le importa un bledo. Somos amigos desde hace muchos años, y nunca he sabido que cometiera una mala acción. Y el muy imbécil no para de beber.

Jules estaba a punto de decir algo, pero llamaron a la puerta. Le llamó la atención el hecho de que el hombre que estaba sentado en el sillón, junto a la entrada, siguiera leyendo tranquilamente el periódico. Quien acudió a abrir fue Hagen. Y casi lo arrolló el impetuoso Moe Greene, que entró seguido de dos de sus guardaespaldas.

Moe Greene era un sujeto elegante, que había empezado su carrera como asesino a sueldo en Brooklyn. Un día vio posibilidades en el juego y se fue al Oeste, decidido a hacer fortuna. Fue el primero en intuir el porvenir de Las Vegas, y construyó uno de los primeros hoteles-casino de la ciudad. Sus instintos asesinos afloraban de vez en cuando, sobre todo cuando se enfadaba, y en el hotel todos le temían, incluidos Freddie, Lucy y Jules Segal, que procuraban no cruzarse en su camino.

Dirigiéndose a Michael Corleone con el ceño fruncido, dijo:

– He estado esperando para hablar contigo, Mike. Mañana tendré mucho trabajo, de modo que he pensado que podríamos hablar esta noche.

Michael Corleone lo miró con expresión amistosa y respondió:

– Desde luego.

Seguidamente, dirigiéndose a Hagen, añadió:

– Sirve una copa a Moe, Tom.

Jules se dio cuenta de que el hombre llamado Albert Neri estaba observando atentamente a Greene, sin prestar atención a los guardaespaldas de éste, que permanecían sospechosamente apoyados contra la puerta. Y comprendió que no existía la menor posibilidad de que las cosas discurrieran por cauces violentos, por lo menos en Las Vegas. Cualquier acción de ese tipo, por pequeña que fuera, resultaría fatal para el proyecto de convertir la ciudad en el santuario legal de los jugadores americanos.

Entonces Moe Greene dijo a sus guardaespaldas:

– Entregad algunas fichas a éstos, para que puedan bajar a jugar.

Evidentemente, se refería a Jules, Lucy, Johnny Fontane y Albert Neri.

Y sólo entonces, no antes, se levantó Neri de su sillón, para seguir a los demás.

En la habitación quedaron Freddie, Tom Hagen, Moe Greene y Michael Corleone.

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