Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¿Y la imagen de Nuestro Sultán?

– No la he visto, debe de estar donde la haya ocultado el impío asesino, quién sabe, quizá en su casa.

Ahora mi difunto Tío se había convertido en alguien que había sido incapaz de preparar el libro que había prometido a cambio del oro que había recibido y que en su lugar había mandado hacer unas extrañas ilustraciones que, a ojos del Tesorero Imperial, no tenían el menor valor. ¿Me veía el Tesorero Imperial como a alguien capaz de matar a aquel inepto indigno de confianza para casarme con su hija o por cualquier otro motivo como, por ejemplo, para vender las hojas de pan de oro? Como pude notar por su mirada que estaba a punto de cerrar mi caso, me dirigí a él nervioso con un último esfuerzo y le expliqué que mi Tío me había dicho que el asesino del pobre Maese Donoso debía de ser alguno de los maestros ilustradores a quienes había dado trabajo. Le conté cómo sospechaba mi Tío de Aceituna, de Cigüeña y de Mariposa, pero no insistí demasiado. Ni tenía demasiadas pruebas ni me sobraba la confianza en mí mismo. Podía percibir que ahora el Tesorero Imperial me veía como un miserable calumniador y un estúpido cotilla.

Por eso me alegró que el Tesorero Imperial me dijera que debíamos ocultar a los miembros del taller de ilustradores que mi Tío no había muerto de muerte natural, considerándolo la primera señal de que se había iniciado entre nosotros una cierta cooperación. El Tesorero se quedó con las ilustraciones y cuando salí por la Puerta del Saludo, la misma que poco antes había cruzado tan nervioso como si entrara en el Paraíso, bajo la atenta mirada de los porteros, me sentí tan aliviado como quien regresa a casa después de años de ausencia.

75
{"b":"93926","o":1}