Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Gracias a Dios, tengo la suficiente experiencia en la vida como para ser consciente de que dicha sensación nunca dura demasiado. Primero Negro cogió dulcemente mis enormes pechos en sus manos. Aquello me gustó tanto que, olvidada de todo, quise que se llevara los pezones a la boca. No pudo hacerlo del todo porque ni él mismo estaba seguro de lo que estaba haciendo. Era como si no supiera lo que hacía pero que quisiera aún más. Y así, según nos íbamos abrazando con más fuerza, comenzaron a interponerse entre nosotros el miedo y la vergüenza. En un primer momento me gustó que tirara hacia sí de mis nalgas y que su miembro endurecido se apoyara en mi vientre; sentí curiosidad y no vergüenza; me dije a mí misma orgullosa que eso era lo que pasaba si nos abrazábamos de aquella manera. Luego, cuando se lo sacó, aparté la cabeza pero no pude apartar la mirada del tamaño de su creciente aparato.

Mucho después, cuando iba a forzarme a inmoralidades que no harían ni las mujeres kipchaks ni las desvergonzadas que cuentan historias en los baños, me detuve por un instante, sorprendida e indecisa.

– No frunzas el ceño, querida -me suplicó.

Me puse en pie, lo empujé y empecé a gritarle sin que me importara lo más mínimo lo decepcionado que pudiera sentirse.

50
{"b":"93926","o":1}