Murugan sonrió y preguntó a su vez:
-Bueno, ¿a ti qué te parece?
Urmila se cruzó de brazos, encogida por un súbito escalofrío.
-No sé qué pensar -contestó, cogiendo la cortina del reservado y abriéndola.
En cuanto miró al restaurante, todo pareció detenerse; era como si todos los comensales se hubiesen vuelto a mirarla -los demás clientes, los camareros, los desaliñados estudiantes de la mesa de al lado-, como si hubiesen estado esperando la ocasión de verle la cara.
Volvió a echar rápidamente la cortina.
-Pero ¿qué hay de Lutchman? -preguntó-. En lo que me has dicho, nada indica que existiera relación alguna entre Mangala y Lutchman. Y, a propósito, ¿quién era Lutchman? ¿Cuál es su historia?
- En eso me has pillado, Calcuta -dijo Murugan-. Me siguen faltando muchos datos al respecto. Sólo dispongo de algunos detalles aislados; ni principio, ni desarrollo ni tampoco desenlace.
- Dame ejemplos -le instó Urmila-. ¿Cuáles son esos detalles de que hablas?
- La carta de Farley es la fuente principal -explicó Murugan-. Farley dice que en el laboratorio de Cunningham trabajaba otro individuo. Parece de la misma edad de Lutchman y cuadra con su descripción general.
-Con eso no se puede ir muy lejos -observó Urmila.
-Es cierto -reconoció Murugan-, sólo que algunas referencias de la carta pueden sugerir que ese ayudante era el mismo que se presentó a la puerta de Ross el 25 de mayo de 1895.
-¿Como cuáles?
-Bueno, pues de otra fuente sabemos que Lutchman tenía cierto impedimento en los dedos; es decir, le faltaba el pulgar de la mano izquierda. Lo cual, según parece, no afectaba a su destreza manual. Probablemente era de nacimiento, porque aprovechaba el dedo índice para suplir las funciones del pulgar…
Algo se removió en la memoria de Urmila, un recuerdo lejano.
-¿Qué ocurre? -preguntó Murugan-. ¿Por qué arrugas el ceño?
-Me ha parecido recordar algo, pero no lo sitúo -contestó Urmila, mordiéndose el labio-. No importa, sigue. ¿Dice Farley algo sobre la mano del ayudante?
-Nada concreto. Pero en una frase dice: «era sorprendentemente hábil, dadas las circunstancias». O algo parecido. Yo creo que las «circunstancias» a que se refiere tienen algo que ver con la mano de ese individuo.
-¿Eso es todo? -dijo Urmila, decepcionada.
-Sólo otra cosa. Al final de la carta, Farley dice que el ayudante utiliza un nombre supuesto.
-Entonces, ¿cómo se llamaba de verdad?
-Ojalá lo supiera. Pero no lo sé. Farley no lo mencionaba en su carta. Se marchó de Calcuta el mismo día que la echó al correo. Lo vieron subir a un tren en la estación de Sealdah junto con un joven que respondía a la descripción del ayudante, que le llevaba el equipaje. También los vieron más tarde, bajándose del tren en una pequeña estación desierta. No se volvió a ver a Farley. Unos meses después, en mayo de 1895, «Lutchman» se presentó en el laboratorio de Ronald Ross en Secunderabad.
-Tal vez sea una simple coincidencia -apuntó Urmila.
-Puede ser -concedió Murugan-. Pero habría que explicar otra coincidencia.
-¿Cuál?
-Sencillamente que, por una fuente distinta, he comprobado que el nombre de Lutchman tampoco era un nombre auténtico.
-¿Y cómo se llamaba?
-Laakhan.
Urmila se llevó súbitamente las manos a la boca.
- Dime, rápido: ¿cómo se llamaba la estación donde vieron por última vez a Farley y al ayudante?
- Renupur.
Urmila miraba a Murugan sin decir palabra.
Murugan le cogió la mano, apretándosela.
-Eh, despierta -le dijo-. ¿Qué te ocurre?
-Me parece que puedo llenar una laguna de la historia -anunció ella.
-¿Cómo?
- Anoche acompañé a su casa a Sonali-di y me contó algo: un episodio que le había relatado su madre sobre un incidente que le acaeció a Phulboni hace muchos años.