Cuado el taxi dobló con un bandazo la esquina de la calle Park, Murugan cogió la mano de Urmila y la apretó entre las suyas.
-Quiero que me prometas una cosa, Calcuta.
- ¿Qué? -preguntó Urmila-. ¿De qué hablas?
Murugan le dio un apremiante tirón de la mano.
-Prométemelo, Calcuta -repitió Murugan-. Prométeme que me llevarás si yo no llego.
Urmila puso los ojos en blanco.
-¿Llegar adónde? -preguntó.
-A donde sea.
Ella soltó una fuerte carcajada, echando la cabeza atrás.
-No sé de qué me estás hablando.
-Pero prométemelo de todas formas -insistió Murugan-. Prométeme que me llevarás aunque ellos quieran que me dejes.
-¿Por qué no querrían llevarte? Eres el único que sabe lo que ha pasado, lo que está pasando. Tú mismo has dicho que se han tomado muchas molestias para ayudarte a establecer conexiones.
-Ése es el problema precisamente. Mi papel en esto era atar ciertos cabos para que ellos pudieran tener todo el paquete bien envuelto y entregárselo en un futuro al elegido.
-¿Y cómo sabes que no eres tú la persona a quien estaban esperando?
-No puedo ser yo -afirmó Murugan en tono terminante-. Mira, para ellos la única forma de escapar a la tiranía del conocimiento es volverlo del revés. Pero para que eso dé resultado tienen que crear un momento único y perfecto de descubrimiento, cuando la persona que descubre es también el objeto del descubrimiento. Lo que pasa conmigo es que sé demasiado y a la vez muy poco.
- Entonces, ¿quién es? -quiso saber Urmila.
- Ojalá pudiera decírtelo. Pero no puedo. En realidad, soy yo quien debería hacerte esa pregunta.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿No lo adivinas todavía? -le preguntó Murugan, esbozando una melancólica sonrisa.
- No. No sé de qué me estás hablando.
Murugan la miró a los ojos.
-Tú eres la que ella ha escogido.
Urmila jadeó.
- ¿Para qué?
-Para ser ella.
De pronto, sorprendiendo a Urmila, Murugan se hincó de rodillas, encogiéndose entre el espacio de los asientos. Inclinándose, le tocó los pies con la frente.
- No me olvides -suplicó-. Si está en tus manos cambiar la historia, escribe un papel para mí. No me dejes. Por favor.
Urmila se echó a reír. Le puso la mano en la cabeza y rodeó a Sonali con el brazo.
- No os preocupéis. Os llevaré a los dos conmigo, dondequiera que vaya -les prometió.
Entonces divisó al taxista que, estirando el cuello sobre el respaldo de su asiento, sonreía con expresión lujuriosa.
- Y tú no apartes los ojos del camino -le ordenó-. Esto no tiene nada que ver contigo.