La dama Keisho-in alzó lentamente la vista hacia Ryuko. De un tirón, le indicó que se pusiera de rodillas hasta que sus caras casi se tocaron. De la suya había desaparecido todo rastro de afable estupidez.
– Dime, querido -dijo taladrándolo con la mirada-. ¿Te preocupa tanto la investigación del asesinato por mí o por ti? ¿Te has metido en algún lío?
Las palabras, emitidas en una nube hedionda de aliento a tabaco y dientes podridos, flotaron sobre Ryuko. El estupor lo desorientaba. Le vino a la mente un campo de batalla tras la guerra, el olor de la carroña transportado por el viento. A pesar de todos sus desvelos por la causa de la caridad y la difusión de la espiritualidad, en su vida se habían producido incidentes que manifestaban su codicia, su ambición y su crueldad. ¿Y si Sano los descubría? Seguramente sospecharía que Ryuko había asesinado a Harume por Keisho-in, para protegerla a ella y, al mismo tiempo, su posición. Pero, a la vez que se imaginaba ante el verdugo, el artero político que llevaba dentro veía un modo de aprovechar la situación en beneficio propio.
– Sí, mi señora -dijo, inclinando la cabeza como si realizase una confesión vergonzosa. No era mentira. Había ideado y ejecutado complots concebidos para secundar sus intereses y los de Keisho-in, con o sin su aprobación. Se preguntaba cuánto sabría o supondría ella sobre él, y hasta qué punto su mala memoria la habría permitido olvidar cosas que habían hecho juntos. Si lo acusaban del asesinato de la dama Harume, ¿lo sacrificaría Keisho-in para salvarse ella?-. Temo que el sosakan Sano descubra lo que he hecho.
Para su gran alegría, Keisho-in reaccionó exactamente del modo que había esperado. Lo envolvió en un abrazo asfixiante y declaró:
– No me importa si has hecho algo malo, sobre todo si lo hiciste por mí. Te quiero y te apoyaré. -Ryuko escondió una sonrisa contra el pecho de Keisho-in. Que creyera o fingiese creer que él había matado a Harume, si eso era lo que hacía falta para asegurar su complicidad. Desde ese momento iban a estar los dos a salvo de las acusaciones de asesinato y traición-. ¡Mientras yo viva, nadie te tocará un pelo!
La dama Keisho-in le dio unas palmaditas en el cráneo rapado y se rió de su propio chiste.
– Tengo frío -dijo después-, y este tocón me está haciendo daño en el trasero. Volvamos al castillo. Cuando lleguemos, me encargaré del sosakan Sano. Tú dime lo que tengo que hacer. No tienes que preocuparte por nada, mi queridísimo Ryuko.