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El dedo de Ichiteru bordeó la punta de su virilidad. Hirata se tragó un gemido. Una vuelta y otra. Después aferró el rígido mástil y empezó a manipularlo. Arriba y abajo. El corazón de Hirata daba brincos; su placer fue en aumento. En escena, el marido ultrajado, Jimbei, asestaba la estocada fatal a su hermano. La cabeza de Bannojo salió volando. La mano de Ichiteru se desplazaba arriba y abajo con hábiles movimientos. Tenso y sin aliento, Hirata se acercaba al borde del clímax. Se olvidó de la investigación, ya no le importaba que alguien los viera.

Entonces Jimbei, abrumado por la pena, se hizo el haraquiri junto a los cadáveres de su esposa, su hermano y su cuñada. De repente, la obra acabó y el público rompió a aplaudir. Ichiteru retiró la mano.

– Adiós, honorable detective… Ha sido un encuentro muy interesante. -Con ojos modestamente bajos y la cara oculta por el abanico, hizo una reverencia-. Si necesitáis mi ayuda para algo más… no dudéis en hacérmelo saber.

Hirata, privado del alivio que necesitaba, la miró boquiabierto y lleno de frustración. Por la conducta de Ichiteru, se diría que el incidente no había llegado a producirse. Demasiado confuso para hablar, se levantó para irse, pugnando por recordar lo que había averiguado en la entrevista. ¿Cómo podía ser una despiadada asesina una mujer a la que tanto deseaba? Por primera vez en su carrera, Hirata sentía que su objetividad profesional lo abandonaba.

Desde detrás de los cortinajes del escenario se oyó la solemne voz del cantor:

– Acaban de presenciar una historia real que ilustra cómo la traición, el amor prohibido y la ceguera ocasionaron una terrible tragedia. Les agradecemos su asistencia.

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