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– Me alojo en el Waldorf -dijo, cogiéndola del brazo y caminando juntos por la calle mientras le deslizaba un fajo de billetes en la mano-. Escucha, quiero que cojas una habitación en el mismo hotel a nombre del señor y la señora Tell. Luego, sube al cuarto, apagas la luz, dejas la puerta abierta y te metes en la cama. Me reuniré contigo en media hora.

– Oye, tú…

Pero Gideon ya se alejaba por la calle Cincuenta y uno. Entró en el hotel Metropolitan, se cambió el disfraz en un reservado del piso de arriba, salió y entró en el Waldorf como Gideon Crew. Se dirigió a su habitación, volvió a disfrazarse y se presentó en el mostrador de recepción como el señor Tell, que llegaba para reunirse con su mujer. Recorrió el pasillo vacío hasta la habitación que Orchid había reservado, abrió la puerta, entró y la cerró con llave.

Ella se sentó en la cama, con la sábana cubriendo parcialmente su cuerpo desnudo.

– Te aseguro que no pienso seguir con esta mierda.

Gideon se sentó al borde de la cama y cogió su rostro entre las manos.

– Sé que me he comportado como un capullo, pero te pido que me aguantes un poco más. Mañana nos disfrazaremos como el señor y la señora Clase Media e intentaremos matricular a nuestro hijo en la academia Throckmorton. Te aseguro que será divertido. Además, podrás ganar un buen dinero.

Ella lo miró fijamente.

– No me gusta tu forma de tratarme, y estoy segura de que todo esto no tiene nada que ver con el Método de interpretación. Quiero saber qué está pasando realmente aquí.

– Ya lo sé, pero ahora tienes que dormir un poco. Mañana nos espera un día muy agitado.

Ella lo miró de soslayo.

– ¿Dormir? -Lo rodeó con los brazos y lo atrajo hacia ella-. Quítate ese estúpido maquillaje y te enseñaré cómo vamos a dormir.

44

Nodding Crane estaba sentado ante la iglesia de San Bartolomé, rasgando su Beard Road-O-Phonic con el estuche abierto delante de él y recogiendo monedas pequeñas. Eran las nueve de la mañana y las aceras estaban llenas de banqueros y agentes de bolsa que pasaban, camino del trabajo, sin dirigirle una sola mirada.

I'm looking funny in my eyes

(Me veo raro)

Rasgueó las cuerdas, cantando con voz grave, la que había cultivado tras haber pasado muchos años escuchando a Bukka White. Se sentía tranquilo después de haber estado al borde de un ataque de pánico, aquella mañana, cuando Crew casi se le había escapado con su maniobra de las habitaciones y la repentina aparición de una mujer. Había estado a punto de burlarlo. A punto. De no haber sido por los andares característicos de Crew, lo habría engañado.

And I believe I'm fixing to die

(Y creo que me dispongo a morir)

Crew había salido con la mujer, y él había decidido no seguirlos porque sabía que volverían. Nodding Crane había aprendido tiempo atrás que a menudo resultaba peligroso y contraproducente seguir obsesivamente a la presa. E innecesario: todo el mundo se regía según determinadas constantes. Era mejor informarse sobre ellas y adelantarse en lugar de seguir inútilmente todos los pasos. El momento de seguir a la presa llegaba cuando esta se apartaba de la norma y tomaba una nueva dirección.

I'm looking funny in my eyes

(Me veo raro)

Los tipos trajeados pasaban ante él, ocupados en asuntos de dinero. Empezó a irritarse porque nadie le echaba unas monedas en el estuche de la guitarra. Todos aquellos poderosos desfilaban ante él sin mirarlo. Entonces, inesperadamente, alguien dejó caer un billete de veinte.

And I believe I'm fixing to die

(Y creo que me dispongo a morir)

Eso estaba mejor. Estados Unidos era un país maravilloso. Lástima que estuviera condenado.

45

Gideon Crew se apeó del vehículo y contempló el ala de admisiones de la academia Throckmorton. Ante ellos se alzaba una estructura de granito gris de estilo neorrománico en medio de setos y parterres impecablemente cuidados. La placa de bronce atornillada a la pared les informó que el ala, siguiendo la costumbre WASP de llamar «cottage» a lo que eran auténticas mansiones, respondía al nombre de Swithin Cottage. Aquella, concretamente, rezumaba dinero, privilegios y una presuntuosa superioridad.

– Esto es una tontería -dijo Orchid, de pie en el aparcamiento, mientras se alisaba la americana de su espantoso traje chaqueta de color naranja-. No lo entiendo. Parecemos un par de paletos. Van a echarnos de una patada en el culo.

– Puede -repuso Gideon, sujetando una carpeta llena de papeles que le había llevado horas preparar. Se ajustó la chaqueta a cuadros y la corbata de poliéster y se encaminó hacia la entrada.

– No sé por qué nos hemos vestido de esta manera -susurró Orchid, furiosa-. Aquí no pegamos ni con cola.

Él la cogió por el brazo para tranquilizarla.

– Tú sígueme la corriente. Ya lo comprenderás. Te lo prometo.

Entraron en la lujosa sala de espera. La recepcionista los miró.

– Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlos? -preguntó inexpresivamente.

– Hola -contestó jovialmente Gideon, acercándose y estrechándole la mano-. Somos el señor y la señora Crew. Estamos aquí para matricular a nuestro hijo Tyler en este colegio.

– ¿Tienen hora?

– Sí.

– ¿Con quién?

Rebuscó en sus papeles

– Con el señor Van Rensselaer. -Era uno de esos apellidos neoyorquinos antiguos y lo pronunció mal.

La mujer se levantó y desapareció en un despacho. Salió instantes después.

– El señor Van Rensselaer los recibirá de inmediato -dijo, poniendo énfasis en la correcta pronunciación.

El responsable de admisiones era como Gideon había confiado que fuera: alto, relajado, amigable y vestido con discreta elegancia. El cabello, ligeramente largo, y las gafas de diseño actual indicaban que si bien no era un hombre de mente abierta, sí se consideraba tolerante y moderado.

Perfecto.

Van Rensselaer les dio la bienvenida y solo su mirada dejó entrever brevemente la inquietud que le provocaba la forma de vestir de sus visitas.

– Muchas gracias por hacernos un hueco -dijo Gideon, tras las presentaciones-. Queremos matricular a nuestro hijo Tyler en segundo curso. Es un muchacho muy especial.

– Desde luego. Como comprenderán, en Throckmorton tenemos un procedimiento de admisión exhaustivo que requiere entrevistas con los padres, el futuro alumno, referencias de los profesores de este y toda una serie de pruebas de aptitud. La verdad es que tenemos muchos más solicitantes de los que podemos aceptar. Tal como creo que le expliqué por teléfono, en la actualidad no disponemos de plazas en segundo grado.

– Sí, pero Tyler es especial.

Van Rensselaer no se había sentado.

– Como le dije, estaré encantado de enseñarle el colegio, pero no estaría bien por mi parte malgastar su tiempo sabiendo que no hay ninguna posibilidad de que pueda matricular a su hijo. Naturalmente, si queda libre alguna plaza, lo llamaremos. Ahora, si le parece, le organizaré la visita.

– Gracias, pero he creído que lo mejor era traerle esta carpeta con una muestra del trabajo de Tyler. -Gideon mostró la carpeta a Van Rensselaer, que la miró con disimulado desprecio.

– Se lo agradezco, pero no será necesario.

– Al menos permítame que le deje su sinfonía.

– Perdón, ¿su… qué?

– La sinfonía. Tyler ha compuesto una sinfonía.

Se hizo un largo silencio.

– ¿Cuántos años me ha dicho que tiene su hijo?

– Siete.

– Ya, ¿y alguien lo ha ayudado a componer esa sinfonía?

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