Durante una fracción de segundo, el cielo se desgarró con el fulgor de un relámpago, seguido de un trueno ensordecedor.
– ¡Ese cabrón está recargando! -jadeó Mindy mientras corrían.
Apenas habían alcanzado la hilera de árboles, cuando una nueva ráfaga impactó contra las hojas que los rodeaban, barriendo la vegetación. Se adentraron corriendo en la maleza, hasta que no pudieron más.
– ¿Y tu arma? -preguntó Gideon, respirando entrecortadamente.
– La he perdido, pero tengo la de apoyo. -Sacó un Colt 45 de reglamento-. ¿Y el fragmento?
– En mi bolsillo.
– Debemos seguir adelante.
Se volvió y echó a correr a paso ligero en dirección sur. Gideon la siguió como pudo, intentando olvidarse del dolor. Había perdido sus gafas de visión nocturna y la linterna durante la lucha, y en esos momentos se movían sumidos en una oscuridad absoluta, intentando apartar arbustos y ramas. No tenía la menor duda de que Nodding Crane los seguía.
– Esto no va a dar resultado -jadeó Gideon-. Ese cabrón tiene gafas nocturnas. Debemos salir a campo abierto, donde podamos ver algo.
– De acuerdo -contestó Mindy.
– Sígueme.
Gideon recordó el mapa y se encaminó hacia el este. El bosque se hizo menos denso cuando cruzaron otra zona de enterramientos, donde pisaron huesos y cráneos que asomaban entre la hojarasca. Salieron a una calle ancha llena de malas hierbas y flanqueada por una serie de edificios bajos y alargados: el orfanato de muchachos. Había una leve claridad proveniente del sur -las luces de Nueva York- que les permitía ver ligeramente.
Gideon echó a correr, y Mindy hizo lo mismo.
– ¿Dónde tienes el bote?
– Cerca de la playa, detrás de la chimenea.
Una repentina ráfaga de metralleta sonó tras ellos. Gideon se lanzó al suelo instintivamente. Mindy aterrizó junto a él, rodó sobre sí misma y devolvió los disparos con su Colt 45. Se oyó un grito y después silencio.
– ¡Le he dado! -exclamó.
– Lo dudo. Ese cabrón es muy astuto.
Se pusieron de pie al instante y corrieron hacia los edificios en ruinas. Entraron por una puerta medio rota; Gideon iba delante. Corriendo, pasaron ante las habitaciones en ruinas y saltaron por encima de las camas oxidadas y los fragmentos de yeso de las paredes. Cuando Gideon salió por el otro extremo, giró repentinamente hacia la iglesia en ruinas. La atravesó corriendo, salió por la destrozada vidriera del fondo y volvió sobre sus pasos con Mindy pisándole los talones.
– ¿Se puede saber qué estamos haciendo? -preguntó-. Dijiste que habías dejado la barca en el otro lado.
– Correr aleatoriamente. Eso es lo que hacemos. Tenemos que darle esquinazo. Despistarlo.
Agarrándose las doloridas costillas, empezó a abrirse camino por una arboleda frondosa, hacia la orilla opuesta. Aminoraron la marcha en un intento de hacer el menor ruido posible. Los árboles desaparecieron, y salieron al campo de béisbol que Gideon había visto antes. Las gradas estaban cubiertas de vegetación, y la zona de juego había desaparecido bajo las malas hierbas. Lo cruzaron, y Gideon se detuvo a medio camino, aguzando el oído; pero el viento aullaba, la lluvia caía con fuerza y resultaba imposible oír nada.
– Estoy segura de que lo hemos despistado -susurró Mindy, recargando su arma. Señaló las gradas con la cabeza-. Ese parece un buen sitio.
Gideon asintió. Se deslizaron bajo las gradas caminando a gatas. Los cubría un manto de vegetación densa, y los bancos los protegían de la lluvia, que martilleaba los asientos de metal. Era como estar en una cueva.
– Nunca nos encontrará aquí -dijo ella.
Gideon negó con la cabeza.
– Tarde o temprano nos encontrará estemos donde estemos. Esperaremos un momento aquí y luego intentaremos llegar al bote. No está lejos.
Aguzó el oído. Por encima del rugido de la tormenta pudo escuchar el rumor de las olas en la orilla.
– Creo que lo alcancé en el bosque.
Gideon no respondió porque estaba concentrado pensando en qué camino debían tomar para llegar a la embarcación. No creía que hubieran herido a Nodding Crane ni tampoco que lo hubieran despistado.
– ¿No tienes el mapa ni la linterna? -preguntó.
– Todo estaba en mi mochila. Lo único que conseguí recuperar fue el arma.
– ¿Cómo conseguiste salir de debajo del montón de tierra?
– Quedé poco enterrada y la tierra estaba bastante suelta. Además, tú quitaste mucha con la pala. Dame el fragmento.
– ¡Por Dios! -bufó Gideon-. ¡Ya nos ocuparemos de eso más tarde!
De repente, Gideon vio que la pistola le apuntaba entre los ojos. Mindy dio un paso atrás, sujetándola con ambas manos, y se levantó.
– ¡Te he dicho que me des ese fragmento!
Por un momento, mientras miraba el cañón del arma, la mente de Gideon se bloqueó. Luego se acordó del comentario de Nodding Crane: «Es usted un pobre idiota». Entonces le había parecido un insulto sin más, pero en ese momento, demasiado tarde, comprendió que nada de lo que decía o hacía aquel asesino carecía de intención.
– ¿Se puede saber qué demonios haces? -preguntó.
– Limítate a darme ese fragmento.
– ¿Para quién trabajas? Seguro que no para la CIA.
– Trabajaba para ellos, pero no me pagaban lo suficiente.
– O sea, que vas por libre.
Mindy sonrió.
– Más o menos. Este trabajo concreto es por cuenta de la OPEP.
– ¿La OPEP?
– Sí, y estoy segura de que eres lo bastante inteligente para comprender dónde encaja la OPEP en esta historia.
– Pues no -repuso en un intento de ganar tiempo.
– ¿Qué crees tú que ese fragmento de metal podría hacer con su negocio? Ya pueden decir adiós a su mercado del petróleo, por no hablar de la industria del automóvil y el motor de combustión. Y ahora, muchacho, dame ese maldito fragmento. No me apetece matarte, Gideon, pero lo haré si no haces lo que te digo.
– ¿Cuánto te pagan por esto?
– Diez millones.
– Te vendes barato. -Se acordó de Hong Kong y de cómo, por arte de magia, resultó que llevaba un sello diplomático en el bolso. Ese simple detalle tendría que haber bastado para que sospechara. Además, Mindy siempre parecía trabajar sola, sin apoyo, sin un colega. Algo impropio de la CIA.
Nodding Crane tenía razón: había sido un pobre idiota.
Mindy alargó una mano. Evidentemente, podía matarlo allí mismo, pero quizá -solo quizá- el recuerdo del rato que habían pasado juntos se lo impidiera. Rebuscó en su bolsillo y le entregó el trozo de alambre.
– Así me gusta. -Sin dejar de apuntarle, lo cogió y lo sostuvo en alto para examinarlo. Luego, apretó el puño y apuntó mejor-. No sabes cuánto lamento tener que hacer esto -dijo.
Gideon comprendió que lo decía sinceramente. Lo lamentaba, pero eso no iba a impedirle matarlo.
Cerró los ojos.
69
Un disparo sonó en la oscuridad, pero Gideon no sintió nada, ningún impacto de bala. Abrió inmediatamente los ojos. Al principio le pareció que todo seguía igual. Pero entonces vio la mirada vacía de Mindy y el agujero de bala limpio que tenía entre los ojos. Ella permaneció inmóvil un instante, antes de desplomarse hacia atrás.
Gideon le arrancó el trozo de alambre de la mano crispada y corrió.
Una serie de disparos atravesaron las gradas, arrancando astillas de madera y vegetación. Gideon salió por la parte trasera de las gradas y corrió a toda velocidad hacia el bote. Era su única oportunidad de sobrevivir.
Ante él se extendía el paisaje apocalíptico de la urbanización en ruinas. Corrió por las calles, agrietadas y llenas de matojos, dobló una esquina y después otra. A su espalda oía los pasos de Nodding Crane, acercándose.
Entrar en cualquiera de las casas significaba quedar atrapado, pero no podía correr más deprisa que su enemigo. Entonces comprendió que nunca conseguiría alcanzar la embarcación.
En la calle siguiente volvió sobre sus pasos y siguió doblando en cada esquina para no ofrecer a su perseguidor una línea de tiro despejada. No tenía pistola ni forma alguna de defenderse. Tendría que haber cogido el Colt de Mindy, pero había tenido que elegir entre el arma o el trozo de alambre. No había dispuesto de tiempo para los dos.