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– ¿Qué es eso?

Mindy lo miró con extrañeza.

– Para un agente, incluso tratándose de uno privado, eres inusualmente ignorante.

– Es que acaban de reclutarme.

– La Oficina 810 es la versión china de la Gestapo o el KGB, solo que en más pequeña y concentrada. Responde exclusivamente a las órdenes directas de un puñado de altos funcionarios del Partido Comunista. Nodding Crane es uno de sus mejores agentes y dicen que lo han reforzado química y hormonalmente. Está bien entrenado, pero no es la tosca máquina de matar que podrías pensar. Es muy inteligente y, como te he dicho, está muy impregnado de la cultura popular estadounidense. Leí un informe que aseguraba que toca blues con su guitarra y domina la técnica del slide.

– Cuesta de creer; pero si es tan bueno, ¿cómo es que la pifió con Wu?

– ¿Que la pifió? Sus órdenes eran liquidar a Wu y escapar, y eso fue exactamente lo que hizo. Los daños colaterales no le importan.

– Pero no consiguió recuperar los planos.

– No lo pretendía. Esa es la segunda fase y está trabajando en ella.

– ¿Por qué me persigue?

– Vamos, Gideon, hay media docena de testigos que te vieron escribiendo esos números. Crane no necesita hacerse con ellos. Le basta con asegurarse de que todos los que los han visto estén muertos.

Gideon meneó la cabeza y dio una calada al cigarro.

– Si es tan bueno, yo debería estar muerto.

– Hasta ahora has demostrado ser muy astuto, aunque también puede que hayas tenido la suerte del principiante. Supongo que ir a Hong Kong era lo último que esperaba que hicieras.

– Tú lo imaginaste.

– En absoluto. Los aeropuertos están en alerta general contigo, así que se nos advirtió de tu salida. Cuando regreses a Estados Unidos, Nodding Crane te estará esperando. No creo que sobrevivas. -Sonrió, cogió una de las aceitunas del martini y se la llevó a la boca.

– Gracias por el voto de confianza, pero debería añadir que, a partir del momento en que te he dado los números, tú también te has convertido en su objetivo.

– No te preocupes por mí.

Dio otra calada.

– De todas maneras, ¿cómo es posible que Wu lograra escapar con los planos?

– Es posible que llevara tiempo pensando hacerlo. Era uno de sus mejores científicos y tenía libre acceso a todo. Tal vez esa trampa sexual fue el último empujón que necesitaba.

– ¿Cómo sabíais que llevaba los planos consigo?

– Esa fue la información que recibimos. No nos salió gratis y estaba contrastada.

– ¿Y no es posible que ese científico fuera una trampa, que todo fuera un montaje?

– Lo dudo.

– ¿Se sabe algo concreto sobre el arma?

– Esa es la parte que da más miedo. No sabemos si se trata de un artefacto nuclear nuevo y más potente o algo completamente distinto y desconocido. La combinación de científicos que trabajan en Lop Nor parece indicar esto último. En ese centro faltan físicos nucleares y especialistas en hidrógeno, pero hay muchos otros en metalurgia, nanotecnología, condensación de la materia y física cuántica.

– ¿Física cuántica? Suena a una especie de arma de partículas perfeccionada, un arma láser o un mini agujero negro, incluso un artefacto de antimateria.

– Eres más inteligente de lo que pareces. ¿A qué te dedicas exactamente en Los Álamos?

– Diseño y pruebo lentes altamente explosivas.

– ¿Qué es eso?

– Es material secreto. Pero puedo decirte que son lentes de explosivos convencionales que se utilizan en los montajes que se usan para implosionar los núcleos de los artefactos nucleares.

Mindy tomó otro sorbo de su bebida.

– ¿Y cómo se consigue experiencia para un trabajo así?

Gideon se encogió de hombros.

– En mi caso, me gustaba hacer saltar cosas por los aires.

– ¿Te refieres a coches, a gente?

– No. Empezó como un juego de críos. Solía montar mis propios artilugios pirotécnicos y mezclar mi propia pólvora. Una especie de petardos. Los hacía estallar en el bosque que había detrás de casa y cobraba una entrada a los chavales del colegio que venían a verlo. Más adelante, demostraron tener otras… utilidades -dijo, bostezando.

– Vaya, todo un hombre del Renacimiento. ¿Quieres pedir la cena?

– Estoy demasiado cansado para comer.

– ¿Cansado? Entonces deberíamos pedir dos habitaciones, ¿verdad? -Sus labios se curvaron en una sonrisa picara.

Gideon contempló la nariz pecosa, el cabello lustroso y aquellos ojos verdes.

– Bueno, tampoco estoy tan cansado.

Mindy dejó un billete de cincuenta en la mesa y se levantó.

– Bien, no me gusta malgastar el dinero de los contribuyentes en una habitación que nadie va a utilizar.

37

Roger Marion cerró la puerta de su apartamento, echó el pestillo y dejó escapar un suspiro. Era un jueves bullicioso en Chinatown, y Mott Street estaba llena de gente. El murmullo de la calle le llegaba incluso a través de las ventanas cerradas de barrotes que daban a la escalera de incendios de la fachada.

Hizo una breve pausa para serenarse y recobrar la calma, alterada por el incesante caos de la ciudad. Cerró los ojos, se concentró y realizó una serie de movimientos conocidos como mile shenyao. Le salieron con total fluidez y coordinación, y sintió cómo la rueda del dharma giraba y giraba, eternamente.

Cuando hubo completado los ejercicios, fue a la cocina para preparar un poco de té. Puso agua a hervir, cogió la tetera de hierro colado, una lata de té blanco, una taza y lo dispuso todo en una bandeja. Justo antes de que el agua rompiera a hervir, apagó el fuego, echó un poco en la tetera para calentarla, la tiró al fregadero, añadió una cucharada de té blanco y llenó la tetera con el agua humeante. Llevó la bandeja al salón y se encontró con un hombre de pie en medio de la estancia, con los brazos cruzados y una sonrisa en el rostro.

– Té, qué bonito detalle -dijo el desconocido, hablando en chino.

Iba vestido con un traje vulgar, camisa blanca y corbata lisa. La piel del rostro lucía tan lisa y sin arrugas como la seda y sus ojos resultaban fríos e inexpresivos; sus movimientos eran gráciles. Marion intuyó que bajo aquella ropa anónima había un cuerpo perfecto de atleta.

– Tiene que reposar -dijo, sin dejar traslucir su sorpresa y confusión por la manera como aquel individuo había logrado entrar en su casa-. Permítame que vaya a buscar otra taza.

El hombre asintió, y Marion regresó a la cocina. Mientras abría el armario para coger una taza, deslizó un cuchillo en la parte de atrás del cinturón. A continuación, regresó a la sala y dejó la taza junto a la tetera.

– Me gusta que el té repose al menos diez minutos -dijo el desconocido-. Eso nos dará tiempo para hablar.

Marion esperó.

El hombre entrelazó las manos en la espalda y empezó a pasear por la habitación.

– Estoy buscando algo -dijo, deteniéndose y contemplando uno de los pendones que colgaban en la pared. Lo examinó con atención.

Marion no dijo nada y se limitó a repasar mentalmente los mejores movimientos para clavarle el cuchillo en la garganta.

– ¿Sabe dónde está? -preguntó el desconocido.

– No me ha dicho qué está buscando.

– ¿No lo sabe?

– No tengo la menor idea de qué me está hablando.

El hombre descartó aquella respuesta como quien espanta un molesto mosquito.

– ¿Qué pensaba hacer con eso?

Marion hizo caso omiso de la pregunta. Estaba preparado mentalmente.

– ¿Té?

El desconocido se volvió.

– Todavía no ha reposado lo suficiente.

– Yo lo prefiero menos fuerte.

– En ese caso, sírvase. Esperaré.

Marion se inclinó y cogió la tetera por el asa. Su mente estaba lúcida y despejada como un diamante. Inclinó la tetera y llenó la taza con el líquido hirviendo. La dejó a un lado, se llevó la taza a los labios sin prisas y, de repente, con un rápido quiebro de la muñeca, lanzó el líquido ardiente a la cara del desconocido al tiempo que sacaba el cuchillo y le lanzaba una fulgurante cuchillada al cuello.

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