Gideon se echó al suelo, evitando ser aplastado en el último momento, pero su excavadora, sin asiento y con los controles destrozados, era un amasijo de hierros inútil. Oyó que Nodding Crane levantaba la pala para asestarle un segundo golpetazo. Tenía que salir de allí como fuera.
Se lanzó contra la puerta aplastada, pero esta no se abrió.
La pala de Nodding Crane se abatió por segunda vez, sacudiendo la excavadora y casi atrapando a Gideon entre los restos, pero cuando el asesino la levantó, los dientes se engancharon con los hierros retorcidos y abrieron un agujero en el montón de chatarra en que se había convertido la cabina. Al ver que se le presentaba una oportunidad, Gideon se lanzó por el agujero al tiempo que desenfundaba el Taurus y disparaba contra Nodding Crane. Aterrizó en el barro y rodó a un lado. El asesino hizo girar el brazo mecánico de la pala con la clara intención de aplastarlo como a un insecto. Gideon se puso en pie y echó a correr, buscando la protección de la fosa, a unos cincuenta metros de distancia.
Una lluvia de balas se hundieron en el barro, a su alrededor, y una le acertó de lleno en la espalda. A pesar del chaleco antibalas, el impacto lo echó de bruces sobre el fango, donde se retorció de dolor, incapaz de levantarse. Vio que más proyectiles levantaban salpicaduras de barro y entonces oyó el rugido de la excavadora, que se lanzaba contra él a todo gas. Nunca llegaría a alcanzar el abrigo de la fosa.
En ese momento oyó un distante «pop, pop, pop» que provenía de los árboles, y el rebotar de las balas contra el metal. Mindy. El fuego de cobertura logró desviar los disparos de Nodding Crane, que tuvo que detener la excavadora y dar media vuelta para ponerse a cubierto. Gideon aprovechó la ocasión. Se puso en pie como pudo y corrió trastabillando hacia la fosa, donde se lanzó de cabeza.
Sin perder un segundo, se asomó por el borde y empezó a acribillar a su enemigo. Vació el cargador, recargó con manos temblorosas y siguió manteniendo un fuego constante.
El fuego cruzado se concentró en Nodding Crane. Este hizo girar la excavadora, intentando utilizarla como escudo, pero no podía cubrirse de un fuego incesante que provenía de dos direcciones distintas. Las balas atravesaron la cabina. Hizo retroceder la máquina a todo gas, retirándose del campo con un rugido del motor diesel, hasta que estuvo fuera del alcance de las armas cortas. Gideon dejó de disparar y aprovechó la tregua para volver a cargar su Beretta. Mientras lo hacía vio la oscura silueta de Mindy que cruzaba el prado corriendo sin dejar de disparar. Vació nuevamente su cargador para cubrirla. La agente saltó a la fosa justo cuando se oyeron de nuevo disparos desde el otro extremo del campo.
– ¡Se suponía que debías quedarte entre los árboles! -le gritó Gideon por encima del ruido de la tormenta.
– Vas a necesitar que alguien te cubra mientras encuentras la pierna.
Gideon comprendió que ella tenía razón.
Mindy se apoyó en el borde de la fosa y empezó a disparar. Los proyectiles de Crane se hundían en el fango, ante ella, o se estrellaban en el muro de la fosa que tenía detrás. Gideon volvió rápidamente a la pila de cajas, iluminándolas una a una con su linterna, limpiando el barro como un poseso. Allí estaba, a media altura: 695-998 MSH.
– ¡La tengo! -gritó.
– ¡Date prisa! -contestó Mindy, concentrada en disparar.
Gideon apartó frenéticamente las cajas de encima hasta que pudo agarrar la que le interesaba y tirar de ella. El pecho y la espalda le latían con violencia por el esfuerzo. Los impactos de bala seguramente le habían fracturado alguna costilla. Alzó el pico y rompió la tapa de madera de la caja. Arrancó los fragmentos e iluminó el interior con la linterna.
– ¡Maldita sea! -gritó-. ¡Esto es un brazo!
66
Cogió la etiqueta que colgaba de un dedo y leyó los datos del paciente: «Mukulski, Anna, St. Luke's Downtown 659346c-41».
– ¡Los hijos de puta han cambiado los órganos! -gritó.
– ¡Sigue buscando! -replicó Mindy, agachándose cuando una ráfaga impactó contra el borde de la fosa y los salpicó de barro.
Gideon contempló el desorden de cajas, escogió una al azar y la abrió con el pico, pero sacó lo que parecía un pulmón de fumador. Lo apartó de una patada y abrió la siguiente y después otra y otra más, descartando todo lo que no fueran piernas y leyendo únicamente las etiquetas de estas últimas. Muchas cajas se habían abierto solas al caer, así que Gideon tuvo que buscar entre montones de órganos y extremidades, y comprobar las etiquetas antes de tirarlas. Aquellos miembros tenían días e incluso semanas, y la mayoría de ellos estaban en plena descomposición, blandos e hinchados.
– ¡Vuelve con la excavadora! -exclamó Mindy.
– ¡Mantenlo alejado!
Gideon arrojó el despojo que tenía entre las manos y, con la ayuda del pico, derribó otra hilera de cajas y empezó a abrirlas. La fosa se llenó de más extremidades, convirtiéndose en un verdadero osario.
– Lo siento, tíos -murmuró Gideon para sus adentros.
– ¡Viene hacia aquí y no puedo detenerlo! ¡Ha subido la pala!
– ¡Dame un poco de tiempo!
Gideon buscó como un loco entre las extremidades amputadas; leía las etiquetas y dejaba a un lado las que descartaba. Y de repente, allí estaban: dos piernas terriblemente aplastadas y metidas en la misma caja con una etiqueta donde se leía: «Wu, Mark, Sinaí, 659347a-44».
– ¡Las tengo!
Sacó la pierna izquierda de la caja y la puso encima de una plancha de madera. Estaba tan descompuesta que se partió en dos por la articulación de la rodilla, pero no le importó. Solo necesitaba el muslo. Sacó de la mochila el cúter y las radiografías. Las iluminó con la linterna y localizó el lugar donde debía practicar la incisión.
– ¡Por Dios, date prisa! ¡Ha bajado la pala y está empujando un montón de tierra para echárnosla encima! ¡Mis balas no sirven de nada!
Gideon respiró hondo. Hundió el cúter y realizó un corte largo. Retiró la hoja e hizo otro, en paralelo, a unos pocos centímetros de distancia. El fragmento de metal se encontraba justo bajo la superficie, pero la extremidad estaba tan dañada, descompuesta y llena de restos del accidente, que costaba identificar el lugar correcto donde cortar.
– ¡Date prisa! -gritó Mindy.
Gideon oyó el rugido de la excavadora, que se acercaba. El suelo de la fosa había empezado a temblar.
Hizo otro corte, en perpendicular.
– ¡Dios mío! -aulló Mindy, sin dejar de disparar.
La máquina prácticamente se les había echado encima.
El escalpelo tropezó con algo. Gideon metió los dedos en la incisión, lo cogió y tiró. Era un trozo de alambre grueso, doblado en forma de «U», de alrededor de un centímetro de longitud.
– ¡Lo tengo! -gritó, guardándolo en el bolsillo.
Pero ya tenían la excavadora encima. Un enorme montón de tierra, mezclada con huesos, se abatió sobre ellos igual que una ola rompiente, derribando a Gideon y sepultando a Mindy. Su grito se ahogó de repente cuando la oscuridad cayó sobre él.
***
Gideon recobró la conciencia hundido en el suelo casi hasta el pecho, inmovilizado por una mezcla de tierra y barro. Se palpó las costillas y notó que algunas estaban rotas. Se quitó la tierra de la cabeza, respiró hondo e intentó salir.
Una pesada bota le aplastó el cuello, hundiéndolo en el fango.
– No tan deprisa, amigo mío -dijo una voz fría y desprovista de acento-. Deme el fragmento de metal.
Gideon no se movió. Respiraba a duras penas.
– Ayúdela. Está sepultada.
La bota presionó con más fuerza.
– No se preocupe por ella. Preocúpese por usted.
– ¡Se está asfixiando!
Nodding Crane balanceó la etiqueta de las piernas de Wu ante los ojos de Gideon.