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Gideon se detuvo, listo para saltar, pero se contuvo. Aquella voz era de mujer.

– No sea estúpido. Levante las manos despacio.

Gideon obedeció, y la figura dio otro paso adelante. Lo encañonaba con una Glock que sujetaba con ambas manos, y sus movimientos le indicaron que estaba perfectamente entrenada en su manejo. Era delgada, atlética y llevaba el cabello largo y castaño recogido en una cola de caballo. Vestía una cazadora de cuero negro encima de una pulcra blusa blanca y pantalón azul.

– Apoye las manos en ese árbol y separe las piernas.

«¡Joder!», se dijo Gideon. Obedeció, y la mujer lo registró sin dejar de apuntarle. Luego dio un paso atrás.

– Dese la vuelta sin bajar las manos.

Hizo lo que le decía.

– Me llamo Mindy Jackson, de la CIA. Le mostraría mis credenciales, pero en este momento tengo las manos ocupadas.

– Está bien -repuso Gideon-. Ahora, si quiere escucharme, señorita Jackson…

– Cállese. La que habla aquí soy yo. Quiero que me diga para quién demonios trabaja y qué coño cree que está haciendo.

Gideon intentó relajarse.

– ¿No podríamos hablar de esto…?

– ¿Qué pasa? ¿No sabe seguir instrucciones? ¡Hable!

– De lo contrario, ¿qué? ¿Piensa dispararme en pleno Central Park?

– En Central Park muere mucha gente tiroteada.

– Dispare esa pistola y este lugar estará abarrotado de polis en menos de cinco minutos. Piense en el papeleo que eso supondría.

– Responda a mis preguntas.

– Quizá.

Se hizo un silencio tenso.

– ¿Cómo que quizá? -preguntó ella finalmente.

– ¿Quiere que hable? De acuerdo, pero no a punta de pistola ni aquí. Si de verdad es de la CIA, entonces estamos en el mismo bando.

Vio que meditaba y que al final se relajaba y guardaba la pistola bajo la fina cazadora.

– Está bien -dijo ella.

– En el Ginza's de Amsterdam Avenue hay un buen bar, si es que sigue funcionando.

– Sí, funciona.

– O sea, que es usted de Nueva York.

– Déjese de cháchara, ¿quiere?

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Se sentaron en la barra. Gideon pidió sake, y Mindy Jackson, un Sapporo. No dijeron nada mientras esperaban las bebidas. Con luz y sin la chaqueta pudo verla mejor: labios carnosos, nariz pequeña, un leve rastro de pecas, abundante cabello castaño y ojos verdes. Treinta y pocos años. Elegante, pero quizá demasiado dulce para su profesión, aunque nunca se podía estar seguro. Lo importante era que, aunque no sabía de qué iba todo aquel asunto, ella tenía información que podía llegar a interesarle. De eso estaba seguro. Y para conseguirla, debía ofrecerle algo a cambio.

Llegaron las bebidas, y Mindy tomó un sorbo antes de volverse hacia él con cara de pocos amigos.

– Muy bien, ahora dígame quién es usted y por qué está interesado en Wu.

– Verá, del mismo modo que estoy seguro de que usted no puede contarme los detalles de su misión, yo tampoco puedo hablarle de la mía. -Gideon había tenido tiempo de pensar una historia mientras se dirigían al Ginza's y siempre había sido de la opinión que la mejor mentira era la que menos se apartaba de la verdad-. Ni siquiera tengo una placa, como usted. Y ya que lo mencionamos, me gustaría que me enseñara la suya, aunque solo sea por cortesía profesional.

– Nosotros no tenemos placas, sino identificaciones -repuso secamente mientras se la enseñaba por debajo de la barra-. Ahora dígame, ¿para quién trabaja?

– Sé que esto no le va a gustar, pero trabajo para una empresa privada contratada por el departamento de Seguridad Interior. Querían que recuperara los planos del arma de Wu.

Mindy lo miró fijamente, y él se dio cuenta de que se sentía contrariada.

– ¿El departamento de Seguridad Interior? ¿Por qué demonios está metiendo las narices en nuestros asuntos? ¿Ha dicho que trabaja para una empresa privada?

Gideon se encogió de hombros.

– ¿Qué es lo que sabe? -insistió ella.

– Nada.

– Y una mierda. Wu habló con usted tras el accidente. Le dijo algo. Quiero saber qué fue.

– Me pidió que le dijera a su mujer que la amaba.

– Como mentira es bastante penosa. Wu no está casado. Le dio unos números. Quiero saber qué números son esos.

Gideon la miró a los ojos.

– ¿Qué le hace pensar que me dio unos números?

– Testigos. Declararon que le vieron a usted anotando unos números. Escuche -dijo apartándose un mechón de la cara-, lo dijo usted mismo. Estamos en el mismo bando. Deberíamos trabajar juntos. Unir nuestros recursos.

– No he visto que quiera unirse a mí.

– Deme esos números y lo haré.

– Eso suena excitante.

– No sea capullo. Deme esos números.

– ¿Qué significan?

Vaciló, y Gideon pensó que quizá no lo supiera. Sin embargo, los números siempre eran estimulantes para un agente de la CIA.

– Permítame hacerle una pregunta -prosiguió Gideon-. ¿Qué hace la CIA ocupándose de un asunto interno? Ese es el terreno del FBI.

– Wu venía del extranjero. Lo sabe tan bien como yo.

– Eso no responde a mi pregunta.

– No puedo responder a su pregunta -contestó ella, con creciente irritación-. No me corresponde hacerlo, y estoy segura de que el asunto no le concierne.

– Si quiere saber algo más, tendrá que contestar. No puede obligarme a hablar. No he infringido ninguna ley. Hablar con alguien que ha sufrido un accidente, interesarse por su estado, no es ilegal. -Se preguntó dónde debía de estar Mindy durante el tiroteo en el almacén de chatarra, ¿decapitando a alguien, quizá?

– Si está en juego la seguridad nacional puedo obligarlo a hablar cuando me plazca.

– ¿Y qué va a hacer, someterme a tortura aquí mismo, delante de todo el mundo?

Vio que ella sonreía a su pesar.

– Este caso es demasiado delicado para confiárselo al FBI -suspiró-. Wu era nuestro objetivo. Nosotros le tendimos la trampa sexual.

– Hábleme de eso.

Titubeó nuevamente hasta que pareció llegar a un acuerdo consigo misma.

– Está bien, pero si no quiere acabar pasando unas vacaciones en Guantánamo, será mejor que no diga ni una palabra de lo que voy a contarle. Contratamos a una chica de allí para que se hiciera la encontradiza con Wu, después de la conferencia. Ella consiguió llevárselo a su habitación y allí satisfizo las fantasías sexuales del científico mientras nosotros lo grabábamos todo en vídeo.

– ¿Y funcionó? Acaba de decirme que ese hombre no estaba casado. ¿De qué podía tener miedo?

– Los chinos son muy puritanos. Lo que podría haber acabado con la carrera de Wu no era el sexo, sino las perversiones asociadas con él.

Gideon se echó a reír.

– ¿Perversiones? ¿Qué perversiones?

– De dominación. Ella era atlética y rubia. Un metro ochenta. Teníamos noticias de que a Wu le gustaban ese tipo de cosas, pero nos costó Dios y ayuda encontrar el cebo adecuado. Ella le azotó el culo como corresponde, y nosotros lo filmamos.

– Vaya. ¿Y qué pasó entonces con sus planes de chantaje?

– Nos pusimos en contacto con él y le enseñamos lo que teníamos. Le ofrecimos las fotos y las grabaciones a cambio de los planos, pero le entró miedo. Nos dijo que necesitaba media hora para pensarlo y aprovechó para escapar y coger el primer avión rumbo a nuestro país.

– Vaya, un error de cálculo.

Mindy lo miró con mala cara.

– ¿Y por qué vino aquí? -preguntó Gideon.

– No lo sabemos.

– ¿Estaba desertando?

– No tenemos ni idea de cuáles eran sus intenciones. Lo único que sabemos es que tenía los planos cuando subió al avión.

– ¿Dónde los llevaba escondidos?

– Lo ignoramos.

– ¿Y el coche que provocó el accidente? ¿Saben quién era?

– Los chinos van detrás de él con todos los medios que tienen. Han enviado un agente para que se ocupe de Wu y lo liquide. Creemos que se trata de un individuo que responde al nombre de Nodding Crane. [4]

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[4] Posición de la grulla. (N. del T.)

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