– Después de lo que he hecho, pensaba que no me pagarían.
– La verdad es que, basándome en lo que acaba de decirme, el monto de sus honorarios acaba de cambiar. -Glinn abrió el sobre y contó varios fajos de billetes de mil-. Aquí tiene la mitad de los cien mil.
«Mejor eso que nada», pensó Gideon.
Entonces, para su sorpresa, Glinn le tendió la cantidad que faltaba.
– Y aquí está el resto, pero no por los servicios prestados, sino que, digamos…, a modo de adelanto.
Gideon se metió el dinero en los bolsillos.
– No lo entiendo -dijo.
– Antes de que se marche -añadió Glinn-, creo que quizá le apetezca pasar a visitar a un viejo amigo suyo que está en la ciudad.
– Gracias, pero tengo una cita con una trucha asalmonada en Chihuahueño Creek.
– Pues yo confiaba en que tuviera tiempo de ver a su amigo.
– No tengo amigos -repuso secamente Gideon-. Y si los tuviera, puede estar seguro de que no querría «pasar a ver» a nadie en estos momentos. Estoy viviendo de prestado.
– Se llama Reed Chalker. Tengo entendido que trabajó con él.
– Trabajamos en la misma área tecnológica, que no es lo mismo que trabajar con él. Hace meses que no he visto a ese tipo por Los Álamos.
– Bueno, pues va a verlo ahora. Las autoridades confían en que tenga una pequeña charla con él.
– ¿Las autoridades? ¿Una charla? ¿Qué demonios es todo esto?
– En estos momentos, Chalker tiene en su poder a unos rehenes; cuatro, para ser exacto. Una familia de Queens. Los retiene a punta de pistola.
Gideon sintió que aquellas palabras lo afectaban.
– ¡Dios mío! ¿Está seguro de que se trata de Chalker? El tío al que yo conocía era el típico pirado de Los Álamos. Más recto que una vela e incapaz de hacer daño a una mosca.
– Pues está que echa espuma por la boca. Completamente paranoico y fuera de sí. Usted es la única persona de por aquí que lo conoce. La policía confía en que pueda tranquilizarlo para que libere a los rehenes.
Gideon no contestó.
– Lamento decírselo, doctor Crew -concluyó Glinn-, pero esa trucha asalmonada disfrutará de la vida un poco más. Y ahora, si no le importa, debemos marcharnos. Esa familia no puede esperar.
Douglas Preston, Lincoln Child
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