– Muy bien -dijo el capitán, levantándose-. Venga conmigo.
La central de vigilancia era una sala hundida en las entrañas del aeropuerto y resultaba muy impresionante con sus paredes llenas de monitores y su exhibición de alta tecnología. Estaba a oscuras y los operarios hablaban en susurros mientras controlaban las imágenes no solo de las cámaras, sino de los escáneres de equipaje y las máquinas de rayos X.
Su eficiencia era pasmosa. Veinte minutos más tarde, Gideon salía de allí con un DVD repleto de imágenes.
39
– Tengo una película para que la veamos esta noche -dijo, deslizándose en el sillón de cuero blanco del Essex Lounge, dirigiendo su mejor sonrisa a Mindy Jackson. Se volvió hacia el camarero-. Tráigame lo mismo que a ella, muy seco y con dos aceitunas.
– ¿Qué película? -quiso saber la agente.
– El show de Mark Wu -contestó Gideon, dejando el DVD sobre la mesa-. Lo muestra desde que baja del avión hasta que sube al taxi.
Ella se echó a reír.
– ¿Qué tiene tanta gracia?
– Pues que ya he visto esa película. Es malísima, no hay nada en ella. Nada de nada.
Gideon notó que se ruborizaba.
– ¿Dices que ya la has visto?
– Por supuesto. Fue lo primero que revisamos. ¿Cómo la has conseguido?
Llegó el camarero con la bebida, y Gideon tomó un sorbo para disimular su decepción.
– Utilicé los sellos que me pusiste en el pasaporte. Eso y un par de gritos.
– Un día de estos te encontrarás con alguien que no se tragará tus historias.
– Hasta el momento, me han funcionado.
Mindy meneó la cabeza.
– No todo el mundo es más estúpido que tú.
– Bueno, pues yo no la he visto. ¿Quieres verla conmigo, en nuestra habitación?
– ¿Nuestra habitación? -Su sonrisa se tornó glacial-. Lo de Dubai se queda en Dubai. La veremos en mi habitación, ¿vale? Tú te buscas tu propio sitio donde dormir. Se acabó eso de «unir nuestros recursos», para utilizar tu encantadora frase.
Gideon hizo un esfuerzo para fingir que no le importaba.
– Te llevarás un chasco -continuó Mindy, apurando su copa y levantándose.
– No te preocupes, ya me lo he llevado.
***
Una vez en la habitación de Mindy, Gideon encendió el reproductor de DVD y metió el disco. La primera imagen era un plano amplio de la puerta, con la hora, la fecha y el emblema del lugar en una esquina. Al cabo de un momento, Wu apareció luciendo el mismo aspecto con el que Gideon lo recordaba: cabello escaso, frente despejada, aire tímido. Salió de plano pasando entre unos pasajeros que esperaban el siguiente vuelo.
A continuación, el DVD mostró una serie de secuencias breves en las que Wu caminaba por la terminal, entraba en la zona de control de pasaportes para los viajeros que no eran residentes en Estados Unidos, hacía la interminable cola, pasaba las aduanas y bajaba por la escalera mecánica, camino de la salida.
– ¡Eh, ese eres tú! -exclamó Mindy-. Pareces un conejo sorprendido por los faros de un coche.
– Muy graciosa.
El DVD finalizaba en la salida, con una imagen del Lincoln saliendo tras el taxi.
Gideon se pasó las manos por la cara. Se sentía como un idiota por habérsela jugado en el aeropuerto por nada.
– Estoy cansada -dijo Mindy-. Arrastro el cambio de hora del vuelo y, encima, anoche no pegué ojo gracias a ti. ¿Te importaría…?
Gideon contemplaba la imagen del coche, inmovilizado en la pantalla.
– Un momento. Hay algo que me gustaría volver a ver.
– Vete.
– No, de verdad. Hay algo que quiero revisar. Está justo al principio.
– ¿Qué es?
– Cuando Wu pasa entre esa gente que está esperando. ¿Te fijaste en que había una mujer asiática con un niño?
– Había un montón de asiáticos.
– Sí, pero quiero verlo otra vez.
Mindy suspiró y volvió a sentarse ante el televisor mientras las imágenes pasaban de nuevo.
– ¡Ahí está! -dijo Gideon bruscamente, sobresaltándola.
– Yo no he visto nada.
– Vuelve a mirar -repuso, rebobinando y poniendo el reproductor en cámara lenta.
– Sigo sin ver nada. De verdad, Gideon, nuestros expertos han examinado esta grabación con todo detalle.
– Calla y observa… ¡Aquí! -Congeló la imagen-. El clásico escamoteo. Un pase de mano invertido.
– ¿Un qué?
Gideon sintió que se ruborizaba.
– He estudiado magia -confesó, omitiendo por qué lo había hecho-. Aprendes a manipular pequeños trozos de papel. Los magos los llaman «pases». Normalmente los hacen cuando trabajan con cartas. -Rebobinó el DVD y lo puso en marcha de nuevo, esta vez fotograma a fotograma-. Observa bien. El niño deja caer su oso de peluche justo cuando Wu se acerca…, ella se agacha para recogerlo…, todos los que estén observando seguirán la mano que recoge el oso, pero… observa su mano izquierda. ¿Ves que tiene la palma vuelta hacia fuera, con la muñeca recta? A continuación, Wu pasa…, y ella tiene ahora la mano cerrada y la muñeca ligeramente doblada.
Volvió a reproducir la escena, fotograma a fotograma.
– Creo que lo he visto -dijo Mindy, que no estaba del todo segura-. Él le da algo a ella.
– No, no. ¡Al revés! Ella le da algo, y lo hace de tal modo que lo esconde de la vista desde cualquier ángulo.
– ¿Por qué iba ella a darle algo a Wu?
– No tengo ni idea.
Gideon detuvo el DVD, cogió una hoja de papel del taco del hotel que había en la mesilla y le demostró el pase.
– ¡Que me ahorquen! -exclamó Mindy-. Pero si ella le entregó un papel, ¿dónde está?
– Ni idea. Imagino que Wu lo destruyó al ver que lo seguían.
– Esa mujer es la clave -dijo Mindy-. Tenemos que encontrarla.
Gideon asintió.
– Nos repartiremos el trabajo -propuso la agente de la CIA-. Tú buscas al niño, y yo a la mujer.
– ¿Cómo demonios voy a encontrar a ese chico…? -objetó, pero se calló de repente al darse cuenta de que en el vídeo había algo más, algo en lo que ni ella ni nadie había reparado.
Gideon se estaba poniendo el abrigo y se disponía a marcharse.
– Llámame si averiguas algo. Yo haré lo mismo.
40
El rostro sin afeitar de Tom O'Brien resbaló de la palma de la mano en la que descansaba, y se despertó con un sobresalto. Miró el reloj con ojos soñolientos. Las diez. Se había quedado dormido en su mesa durante horas, y notaba un hormigueo en las piernas. Había vuelto a ocurrirle: se había entusiasmado tanto con la extensión de manejo de datos Python que estaba codificando que se había pasado la noche trabajando y se había olvidado de dormir.
Se levantó con un gruñido y se masajeó las piernas. Comida: eso lo despertaría.
Puso un CD de Sacramentum en el reproductor, subió el volumen y fue hasta la cocina arrastrando los pies. Apartó las pilas de platos sucios para tener espacio, sacó una baguette de su envoltorio, la cortó longitudinalmente y se preparó un bocadillo con mantequilla de cacahuete, rodajas de plátano y mini nubes. Un poco de salsa agridulce le dio el toque final. Presionó las dos mitades, se metió el bocata bajo el brazo, sacó una botella de litro de Dr. Pepper de la nevera y volvió a su mesa.
Dio un respingo al ver que en el salón había alguien. El bocadillo y la bebida se le cayeron y se esparcieron por el suelo. Entonces vio que era Gideon Crew.
– ¡Maldita sea, deja de hacer esto! -gritó a su amigo-. Si me muero de un ataque al corazón, ¿quién te resolverá tus pequeños problemas? -Se agachó y empezó a recoger los ingredientes de su bocadillo y a quitar los pelos de gato de la salsa agridulce.
– ¡No me digas que sigues comiendo bocadillos de mantequilla de cacahuete! Supongo que no te interesa llegar a viejo para disfrutar de tu pensión, ¿no? -comentó Gideon.
– No te preocupes por mí. No es a mí a quien persiguen la mitad de los chiflados de Langley. -Le lanzó una mirada hosca-. Y antes de que me lo preguntes te diré que no he tenido tiempo de trabajar más en tus números.