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Un individuo entró en el restaurante y se sentó en el taburete de al lado, dejando sobre el mostrador un ejemplar del Post. A Gideon le molestó que, con el establecimiento vacío, aquel tipo hubiera tenido que ir a sentarse justo a su lado.

La camarera llegó con su plato, se lo sirvió y se volvió hacia el recién llegado. Este pidió un café y un sándwich.

La mujer le llevó la comanda y desapareció en la cocina.

– ¿Qué, cómo va? -murmuró el desconocido, abriendo el diario.

Gideon, molesto, miró para otro lado, decidido a no hacerle ningún caso.

– Seguro que ya se ha quedado sin efectivo -continuó el hombre en voz baja, ojeando la primera página.

Gideon notó que algo le tocaba la pierna. Bajó la mirada y vio que el hombre sacaba un fajo de billetes por debajo del mostrador. Antes de que pudiera reaccionar, el desconocido se lo había deslizado en el bolsillo de la chaqueta sin dejar de leer el periódico. Gideon levantó los ojos y lo observó con detenimiento.

Garza. La mano derecha de Glinn en el EES.

Lo invadió una desagradable mezcla de sorpresa e irritación, en parte por la habilidad de Garza para pasar inadvertido.

– ¡Ya era hora! -exclamó, dándose la vuelta, molesto porque lo hubiera pillado con la guardia bajada-. Empezaba a preguntarme cuándo me enviaría Glinn a su chico de los recados.

Garza lo miró, ceñudo.

– ¿Es así como suele dar las gracias?

– ¿Las gracias? Está claro que ustedes, los del EES, sabían de este asunto mucho más de lo que me contaron. Tengo la sensación de que me han utilizado.

Garza tomó un sorbo de café, dejó el sándwich a un lado junto con un billete y se levantó.

– Por el momento lo está haciendo bastante bien. Yo, en su lugar, en vez de quejarme, perdería el culo para que ese tipo no me localizara. Si nosotros hemos podido encontrarlo, también puede hacerlo Nodding Crane.

Garza salió y se perdió en la noche, no sin antes haber dejado el diario abierto en la barra, con el titular bien a la vista:

ASESINATO EN MOTT

Vecino de Chinatown degollado

Bajo el titular había una foto de Roger Marion.

42

El hombre conocido como Nodding Crane se movió lenta y trabajosamente a lo largo de la acera situada enfrente del restaurante. Crew seguía dentro, hablando con la camarera gorda. El hombre que le había entregado el dinero se había marchado, pero ese individuo no le interesaba. Le interesaba Crew.

Se detuvo en el pórtico de un edificio abandonado y se sentó en el rellano de la entrada, dejando a un lado la botella envuelta en papel grasiento. La sombra de varios cubos de basura, alineados para su recogida, lo ayudaba a ocultarse aún mejor. Un grupo de jóvenes ruidosos cruzó la calle en la esquina de la avenida C y se perdió en la noche, riendo y gritando. La calle no tardó en quedar sumida nuevamente en el silencio.

Flexionó los dedos de la mano derecha dentro del bolsillo de la raída gabardina, haciendo tintinear las uñetas afiladas como cuchillas. Era un experto en el manejo de todo tipo de armas raras, pero aquellas uñetas eran invención suya. De hecho, se trataba de unas Dunlop originales que había modificado, afilado y pulido. Ya de niño, en el templo chino donde lo habían entrenado, se había empapado de la cultura popular estadounidense, de sus libros, películas, videojuegos y música; particularmente de esta última, puesto que la música era el alma de la gente. Se había decidido por la guitarra y la técnica slide y se había aprendido las canciones de Big Bill Broonzy, Blind Willie Johnson y Skip James. «Hard Times Killing Floor Blues.» Esa era la verdadera música norteamericana.

If I ever get off this killin' floor

I'll never get down this low no more

(Si alguna vez consigo salir de la miseria de muerte

nunca volveré a caer tan bajo)

Mientras tarareaba la canción para sus adentros, sus dedos, escondidos en el amplio bolsillo, pulsaron las notas imaginarias, y las uñetas hicieron un ruido parecido al de las agujas de tricotar.

Por el rabillo del ojo, vio movimiento en el restaurante y se volvió sin dejar de tararear. Era Crew. Salió del establecimiento, cruzó la calle con su característica zancada y se encaminó por la acera en dirección a la avenida C y hacia donde se hallaba oculto Nodding Crane. Este agachó la cabeza, ocultando el rostro bajo el ala del sombrero y esperó a que llegara, canturreando y moviendo los dedos.

Gideon pasó ante él y Crane dejó que se marchara, sonriendo para sí por lo fácil que habría sido asesinarlo en aquel momento. Sin embargo, tenía buenas razones para no hacerlo. Cuando Crew llegó a la avenida C llamó a un taxi y de inmediato un coche se detuvo ante él. Nodding Crane anotó el número del vehículo sin dejar de canturrear.

***

Media hora más tarde, se levantó, se estiró y echó a caminar por la calle mientras sacaba el móvil y llamaba al servicio de atención al cliente de la compañía de taxis. Explicó que había olvidado su PDA en un taxi al que se había subido en la esquina de la avenida C con la calle Trece y que lo había dejado en Grand Central. Esperó mientras contactaban con el taxista. Este no sabía nada de una PDA, pero dijo que se trataba de un error puesto que la carrera no había acabado en Grand Central, sino en Park Avenue con la calle Cincuenta, ante el Waldorf Astoria. Crane se disculpó por la confusión, dio las gracias y colgó. Acto seguido, se quitó la vieja gabardina, la arrojó a un cubo de basura y cogió un taxi.

– Al Waldorf -indicó al conductor mientras se sentaba.

43

Gideon dejó el fajo de billetes encima de la cama, cogió el móvil y llamó a Orchid.

– ¿Qué coño quieres? -fue la respuesta.

Tras un montón de disculpas y justificaciones por parte de Gideon, aceptó participar en el plan que este le propuso.

Colgó y se acercó a la ventana que daba a Park Avenue y miró atentamente a derecha e izquierda. No podía quitarse de encima la sensación de que lo estaban siguiendo, aunque probablemente se debía a que Garza lo había puesto de los nervios. Había dado instrucciones concisas al taxista para asegurarse de que nadie lo seguía y le costaba pensar que alguien lo hubiera logrado; así pues, ¿por qué se sentía como si estuviera bajo una lupa?

Llamó al servicio de equipajes del hotel, donde había dejado su maleta Pelican antes de volar a Hong Kong, y pidió que se la subieran. Tras sacar sus enseres, repasó los disfraces disponibles y se decidió por el papel de Muerte de un viajante -un individuo de clase media en situación desesperada-. Reunió los elementos necesarios, se los puso y contempló el resultado en el espejo de cuerpo entero del vestidor. Le pareció de lo más satisfactorio.

Miró la hora. Poco más de las cuatro. Disfrazado, salió del hotel por la puerta de atrás y se dirigió hacia el este por la calle Cincuenta y uno, donde espió a Orchid, que, siguiendo sus instrucciones, se paseaba delante de la entrada del Greenacre Park.

– Disculpe, señorita… -dijo acercándose.

Ella se volvió.

– Piérdase -repuso en tono cortante-. Estoy esperando a alguien.

– Verá, estoy perdido y…

– ¡Largo de aquí! -espetó ella-. De lo contrario, se quedará sin descendencia de la patada en los huevos que voy a darle.

Gideon se echó a reír, satisfecho de la efectividad de su treta.

– Soy yo, Gideon. Buen disfraz, ¿verdad?

Orchid dio un respingo y lo miró más de cerca.

– ¡Dios santo! Es incluso peor que el anterior. -Tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó con fuerza-. Tienes una cara muy dura para volver a llamarme después del modo en que te comportaste.

38
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