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«Hierro retorcido.» Se palpó el bolsillo, repentinamente angustiado. El alambre seguía allí.

A duras penas logró ponerse a gatas y se arrastró entre las ruinas, utilizando la luz de los relámpagos para guiarse. Allí, tras una breve búsqueda, halló el cadáver de Nodding Crane, hecho un ovillo entre un montón de ladrillos rotos. Presa del miedo, había intentado bajar por la escalera, y eso lo había matado: en lugar de caer en el agua, había dado contra el suelo.

Su cuerpo no era más que un amasijo sanguinolento.

Gideon se alejó, arrastrándose, y por fin halló fuerzas para ponerse en pie. Con una sensación de vacío, de absoluto agotamiento, tanto físico como espiritual, se alejó de los restos de la chimenea y llegó al saladar, donde había escondido el bote.

Todavía le quedaba algo muy importante que hacer.

Epílogo

Gideon siguió a Garza hasta las profundidades del edificio del EES, en Little West con la calle Doce. Garza no había abierto la boca, pero Gideon notaba su enfado, que emanaba de él como el calor de una bombilla.

El interior del EES parecía no haber cambiado: las mismas hileras de mesas llenas de extrañas maquetas y equipos científicos; los mismos técnicos con batas de laboratorio, afanándose de un lado a otro. Gideon no pudo evitar preguntarse una vez más para quién estaba trabajando en realidad. Su llamada telefónica al DSI le había confirmado más allá de cualquier duda que Glinn y su tinglado eran legales. Aun así, todo aquello le resultaba sumamente extraño.

Entraron en la austera sala de reuniones del cuarto piso. Como de costumbre, Glinn estaba sentado a la cabecera de la mesa. Su único ojo se veía tan gris como el cielo sobre Londres.

Nadie abrió la boca, y Gideon tomó asiento sin que lo invitaran a hacerlo. Garza lo imitó.

– Bien -dijo Glinn, haciendo un lento guiño con su ojo sano y dando así permiso a Garza para hablar.

– Señor Glinn -dijo su lugarteniente, en un tono en el que se apreciaba la tensión a pesar de lo mesurado-, antes de que empecemos, quiero protestar enérgicamente por el modo en que Crew se ha comportado en esta misión. Desde el principio ha hecho caso omiso de nuestras órdenes, me ha mentido siempre que nos hemos encontrado y, al final, ha acabado obrando por su cuenta. Me engañó de forma deliberada acerca del lugar donde iba a enfrentarse con Nodding Crane, y de ese modo nos creó un problema potencialmente enorme en Hart Island.

Otro guiño.

– Hábleme del problema de Hart Island.

– Por suerte, hemos conseguido controlarlo -respondió Garza, señalando la portada del Post, que estaba encima de la mesa y cuyo titular anunciaba: «Vandalismo en Potter's Field. Dos muertos».

– Al grano.

– El artículo dice que anoche unos vándalos asaltaron Hart Island, abrieron unas cuantas tumbas, profanaron numerosos restos humanos y destrozaron diversa maquinaria. Añade que uno de los gamberros se encaramó a una chimenea que la tormenta acabó derribando, y murió aplastado. El otro muerto fue una mujer, a la que alguien pegó un tiro en la cabeza. Los demás escaparon, y la policía los está buscando.

– Excelente -dijo Glinn-. Señor Garza, una vez más ha demostrado lo valioso que es para esta organización.

– Pues no habrá sido gracias a la colaboración de nuestro amigo Crew, aquí presente. Ha logrado sus objetivos de puro milagro.

– ¿De milagro, señor Garza?

– ¿Cómo lo llamaría usted? Desde mi punto de vista, estuvo a punto de pifiarla de principio a fin.

Gideon vio que una leve sonrisa asomaba en los labios pálidos de Glinn.

– Me atrevo a disentir -dijo este.

– Ah, ¿sí?

– Como sabe, aquí, en el EES, disponemos de numeroso software algorítmico, que nosotros mismos hemos desarrollado y que nos permite cuantificar el comportamiento humano, además de analizar complejas simulaciones de juego teóricas.

– Lo sé perfectamente, no hace falta que me lo recuerde.

– Yo diría que sí. ¿No se ha preguntado nunca por qué no enviamos un equipo para que protegiera a Wu? ¿Por qué no organizamos una vigilancia de veinticuatro horas para controlar a nuestro amigo Crew? ¿Por qué no lo proveímos de más armamento o información? ¿O por qué no avisamos a la policía o al FBI para que lo apoyara? Tenemos recursos más que sobrados para poder hacer todo eso y más. -Se inclinó hacia delante en su silla de ruedas-. ¿Nunca se ha preguntado por qué no intentamos acabar nosotros mismos con Nodding Crane?

Garza no dijo nada.

– Señor Garza, usted conoce sobradamente la potencia informática de la que disponemos aquí. Yo simulé todos esos escenarios y algunos más, y la razón por la que no tomamos ninguno de esos caminos fue porque todos ellos acababan en fracaso. Si hubiésemos liquidado a Nodding Crane, los chinos habrían reaccionado, y lo habrían hecho a una escala colosal. Ese elemento prematuro era precisamente el que nos interesaba evitar. La alternativa del agente solitario era la que nos brindaba mayores probabilidades de éxito, y ese era un escenario donde el doctor Crew funcionaba por su cuenta y sin ayuda; ese escenario nos permitía que Nodding Crane siguiera con vida hasta el último momento, tras haber informado a sus superiores de que todo iba como estaba previsto.

– Ya sabe que opino que muchos de esos programas son pura fantasía.

Glinn sonrió.

– Conozco su opinión. Usted es un ingeniero de los pies a la cabeza. El mejor que tengo. Lo que me preocuparía sería que se fiara completamente de mis métodos de psicoingeniería. -Se volvió hacia Gideon-. El doctor Gideon, aquí presente, está dotado de talentos singulares y funciona en el entorno psicológicamente más liberador que puede concebirse porque sabe cuándo y cómo va a morir. Los indios estadounidenses conocían bien el poder de esa sabiduría. La visión más importante que cualquier guerrero podía tener era contemplar su propia muerte.

Gideon se agitó en su asiento y se preguntó si Glinn seguiría mostrándose tan presuntuoso y satisfecho de sí mismo cuando se enterara de cómo había acabado realmente la misión.

El ojo gris se volvió hacia él y lo examinó con intensidad. Una mano artrítica se levantó del brazo de la silla, ahuecada y lista para recibir.

– El fragmento, doctor Crew.

Había llegado el momento.

– No lo tengo.

Una extraña inmovilidad se apoderó de los presentes. No se oía ni una mosca.

– ¿Y por qué no?

– Porque se lo he entregado a Falun Gong, junto con los números. He llevado a término lo que Wu pretendía. Dentro de poco, esa tecnología estará al alcance de todo el mundo sin coste alguno. Gratis.

Durante un breve momento, la máscara de autocontrol desapareció del rostro de Glinn, y su lugar lo ocupó una poderosa emoción que no podía explicarse con palabras.

– Me temo que nuestro cliente se sentirá muy disgustado al saberlo.

– Lo hice porque…

La misteriosa expresión se esfumó con la misma rapidez con que había aparecido, y la leve sonrisa recuperó nuevamente su lugar.

– No diga más, por favor. Sé muy bien por qué lo hizo.

El silencio se apoderó de la sala hasta que Garza no pudo contenerse más.

– ¡«Mayores probabilidades de éxito»! -estalló-. ¿Esto también aparecía en sus simulaciones por ordenador? ¡Desde el primer momento le dije que no debía fiarse de este tipo! ¿Qué vamos a contarle ahora a nuestro cliente?

Glinn miró a Garza y a Gideon, sin decir nada. En su expresión no todo era disgusto.

El silencio se prolongó hasta que Gideon se levantó.

– Si hemos terminado aquí, me vuelvo a Nuevo México. Creo que dormiré una semana de un tirón y después me iré a pescar.

Glinn se agitó en su silla de ruedas y suspiró. La apergaminada mano surgió de debajo de la manta que le cubría las rodillas, sosteniendo un sobre marrón.

– Aquí tiene lo que le prometimos.

Gideon vaciló.

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