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Para cuando llegamos al motel, había media docena o más de coches de la policía del condado en el exterior; las luces giraban en silencio contra la nube negra que habíamos dejado atrás. Todos los clientes estaban fuera de las habitaciones, algunos totalmente vestidos, otros en bata, pijama o calzoncillos. Una niña con un camisón rosa, cogida de la camiseta de su madre, aferraba una jirafa de peluche en una mano.

Nos apeamos del coche de Melford justo a tiempo para ver cómo se llevaban al Jugador. Iba esposado, inclinado. Detrás, un par de agentes se llevaban a Ronny Neil y Scott. La agente Toms estaba tomando declaración a algunos miembros del grupo del Jugador. Bobby estaba a un lado, con cara de perplejidad. De no haber sabido lo de su pequeño engaño, quizá me habría sentido mal por él, tal vez incluso me habría culpado por haber arruinado su carrera. El desempleo era lo menos que merecía.

– No me esperaba esto -dije en voz baja.

– Tú puede que no. ¿No te paraste a pensar por qué vine aquí y les dije que tú eras mi fuente? En parte fue para buscarles problemas a tus enemigos, claro. Pero había más.

– ¿Y qué es lo que había?

– Dejé unos cuantos objetos procedentes de la caravana de Cabrón en la habitación y luego hice una llamada anónima. No tendrán que indagar mucho para encontrar la conexión entre el Jugador y el negocio que Doe y los otros tenían con la droga. Todo quedará explicado.

Meneé la cabeza.

– No me malinterpretes, el Jugador es una mala persona, pero él no les ha matado. Le acusarán de asesinato múltiple.

– Sí -dijo Melford-. Él lo único que hacía era utilizar a sus vendedores de enciclopedias para vender speed a adolescentes, muchos de los cuales seguro que han muerto. De los que vivan, prácticamente todos llevarán una vida que solo será una sombra de lo que podía haber sido. Pero, uf, sí, qué castigo tan injusto.

– Pero ¿no crees que…?

– ¿Que qué? ¿Que tendría que cargar personalmente con la culpa para que el Jugador quede libre? Olvídalo. Soy un vigilante posmarxista y tengo un trabajo que hacer. Trato de hacer del mundo un lugar mejor. Y ese mundo estará mucho mejor sin que el Jugador ande por las calles.

– ¿El mundo también estará mejor sin B. B. Gunn? Está muerto, ¿lo sabías?

– Sí, lo sé. O lo mató el Jugador o Doe, así que de una forma o de otra se ha hecho justicia.

– Tu justicia.

– ¿Quién está preparado para juzgar a la humanidad sino yo? -Fue a la parte de atrás del coche y abrió el maletero. Levantó la moqueta que cubría el fondo y sacó un maletín-. Esto es tuyo. No lo cojas ahora, esto está lleno de policía, te lo daré antes de que nos separemos.

– ¿Qué es?

Melford se rió.

– No te hagas el tonto conmigo, chico. Sabes perfectamente qué es. Son los cuarenta mil dólares que estaban buscando. Cógelos y ve a la universidad. Quién sabe, a lo mejor aún estás a tiempo de asegurarte una plaza para este curso.

– Mierda. ¿Qué puede uno decir en un momento como este? ¿Por qué me lo das?

Se encogió de hombros y cerró el maletero de un golpe.

– Porque si me quedara el dinero a cambio de lo que hago, me volvería corrupto. Nunca me planteo una misión por el dinero; si lo hiciera, perdería el rumbo. Tú has sentido los tentáculos de la ideología, y yo tengo que hacer lo que pueda por resistirme a ellos. Creo que en estos últimos días te he orientado por el buen camino. Vete, recibe una buena educación en humanidades. Estudia literatura y filosofía, empápate de las ciencias sociales y trata de hacer algo útil con tu vida.

– Se supone que tendría que rechazarlo -dije-. Porque es dinero sucio, porque no quiero participar en esto.

– Me decepcionarías mucho si lo hicieras, Lemuel. No seas otro autómata que abraza una falsa moral e ignora el verdadero mal. Coge tu dinero y huye de Florida.

Asentí.

– De acuerdo. Lo haré.

Melford rió.

– Creo que contigo llegaremos lejos.

Y entonces sentí que alguien me agarraba. Estuve a punto de golpear con el codo la cabeza de mi atacante, pero algo en mi cerebro de reptil reconoció un aroma, y me frené. No me estaban aferrando, me estaban abrazando. Me volví y vi a Chitra sonriéndome. Tenía los ojos muy abiertos, los labios rojos y levemente entreabiertos.

– Pensaba que te había dicho que te fueras -le dije.

– No te hice caso. Me alegra tanto que estés bien… Pero ¿por qué vas vestido así?

Me miré la sudadera.

– Es una historia muy larga.

La besé tiernamente, como si lleváramos juntos tanto tiempo que besarse fuera ya algo normal.

– Os dejo solos un momento -dijo Melford.

Se fue hasta el coche y subió. Oí que ponía música y vi que movía la cabeza siguiendo el ritmo.

Chitra se apartó, pero no bruscamente.

– Creo que el negocio de las enciclopedias se acabó.

– Eso parece. -Pensé en su padre, que necesitaba dinero, y en el maletín que Melford tenía en el maletero. Para la universidad solo necesitaba treinta mil, y había ahorrado bastante. Lo que significaba que me sobraba un montón-. ¿Eres muy estricta en cuestiones de ética cuando se trata de dinero? -le pregunté.

– No mucho -dijo ella.

– Bien.

Le pasé la mano por el hombro, la acerqué a mí y aspiré el maravilloso aroma de su pelo.

– ¿Tienes hambre? -me preguntó ella.

Yo analicé mis sistemas, como un robot. Tardé un momento, pero sí, me di cuenta de que tenía hambre.

– Mucha -dije.

– Entonces quizá sea el momento de comer una hamburguesa.

– ¿La oferta sigue en pie?

Chitra me sonrió.

– Tal vez. Tú cómete la hamburguesa y luego te lo digo.

Su sonrisa era tan maravillosamente picara que sentí que las rodillas me flaqueaban. Había vivido y visto tantas cosas… Había estado a punto de morir de la forma más espantosa posible. Había visto a los cerdos comerse vivo a un hombre. En mi vida me había sentido más vivo.

– Es tentador -dije-. Es difícil decir si serás capaz de defender tus principios hasta que te enfrentas a la tentación.

– Pues ahora la tentación te está poniendo a prueba -dijo ella-. Y estoy deseando saber qué pasa.

Lo pensé un minuto. Puede que dos. Y luego le contesté.

Agradecimientos

Más que con mis anteriores novelas, he confiado en el consejo de lectores atentos e inteligentes. Estoy en deuda con Sophia Hollander, Jim Jopling, Mark Haskell Smith, Tammar Stein y Billy Taylor por el tiempo, la atención, la paciencia, el ánimo y las excelentes sugerencias que me han dedicado.

Mucha gente me ha ayudado en mis investigaciones para escribir la novela, así que estoy sinceramente agradecido a todos los que me han brindado su tiempo y energía: Jim Leljedal, del departamento del sheriff del condado de Broward; Joe Haptas e Ingrid Newkirk, de People for the Ethical Treatment of the Animals; el extraordinario Don Barnes, activista del movimiento por los derechos de los animales; Jimmy, el enviado de SHAC (Stop Huntingdom And Cruelty), cuyo apellido desconozco; y los liberadores de animales, con quienes mantuve correspondencia porque están cumpliendo condena y cuyos nombres no citaré porque así me lo han pedido. Aunque los derechos de los animales siempre han sido el tema central de la novela, en sus inicios contaba una historia muy diferente; doy por tanto las gracias a aquellos que me ayudaron a reunir el material necesario para el proyecto inicial, aunque no haya llegado a utilizarlo: Michael L. Wiederhold, del Health Science Center de la Universidad de Texas; y Jon Ronson, autor del increíble The Adventures with Extremists. Uno de estos días escribiré una novela sobre el grupo Bilderberg.

Una vez más, debo dar las gracias a la incomparable Liz Darhansoff por su esfuerzo y su apoyo incansable. De no ser por ella no sé dónde estaría, pero seguramente sería un sitio muy feo. Asimismo, al supereditor Jonathan Karp, cuyo consejo, guía, amistad y amplitud de miras han ayudado a hacer posible este libro. Y, dado que tengo la suerte de vivir en un universo paralelo en el que un autor tiene el mismo y extraordinario publicista para todos sus libros, debo dar las gracias sobre el papel a Sally «la Marvinator» Marvin.

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