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– ¡Mierda! -Y golpeó con la palma de la mano la parte trasera del coche-. He sido tu amigo, me he preocupado por ti, te he ayudado a ganar un montón de dinero… ¿y me lo pagas así?

– Si pudiera decirte algo lo haría -respondí casi gimoteando.

– Quítate de mi vista -me dijo él.

Eché a andar hacia el motel y pensé que los dos días siguientes serían los peores de mi vida. Y eso con suerte.

29

No estaba muy seguro de querer bajar a la piscina aquella noche. Lo que necesitaba era pasar inadvertido, que el resto del fin de semana transcurriera sin que me odiara más gente y evitar encontronazos con Ronny Neil y Scott. Y con el Jugador. Y con Bobby. Por otro lado, si no bajaba, no vería más a Chitra, a menos que hiciera algo. Así que tal vez me convenía concentrarme en eso.

Miré por la ventana la zona de la piscina. La gente empezaba a llegar, pero no había ni rastro de Chitra. Podía bajar, tomarme un par de cervezas y ver si aparecía.

Salí de la habitación, bajé la escalera, esta vez sin estorbos, y empecé a cruzar el camino. Andaba rápido, con la cabeza gacha, como hacía cuando estaba absorto en mis pensamientos; el ruido de fondo quedaba casi ahogado por el sonido de mis pasos. Esto es, habría quedado ahogado por el sonido de mis pasos de no ser porque capté una voz que mi sistema nervioso estaba deseando oír. Me había convertido en una especie de radar, atento a una determinada señal, y cuando esa señal aparecía, el plato rotaba automáticamente en esa dirección.

Era la voz de Chitra, musical y cantarina. Pero esta vez no parecía tan dulce. Sonaba algo estridente.

– Ronny Neil, por favor.

Detrás del edificio de recepción había un par de máquinas expendedoras. En más de una ocasión, cuando volvía a mi habitación por la noche, había oído a alguna pareja que estaba haciendo manitas allí. Solo que esta vez era Chitra la que estaba allí. Con Ronny Neil.

¿Discutían? ¿Era posible que me hubiera mentido tan descaradamente sobre su relación con Ronny Neil? ¿Era tan estúpida? ¿Era yo tan estúpido como para haberla creído?

– Hoy he conseguido una doble -oí que decía Ronny Neil.

Me acerqué un paso más.

– Sí, eso está bien, pero me has traído aquí con engaños. No quiero quedarme.

– Claro que quieres, nena.

– No, no quiero. Quítame la mano de encima. No quiero quedarme.

– Dame un beso. Vamos. No es tan difícil.

Sabía que aquello era una oportunidad de oro. Podía acercarme a la máquina expendedora y ser un héroe. Si rescataba a Chitra, no habría vuelta atrás. El único problema es que no sabía cómo rescatarla. Ojalá Melford hubiera estado conmigo, con su pistola, su valor y su serenidad. Melford habría sabido exactamente lo que había que hacer.

Miré a mi alrededor, como si pensara que podía encontrar una respuesta por allí cerca. Me llegaban voces de la piscina, risas, el sonido del mobiliario de jardín que arrastraban por el suelo. Y estaba aquel pálpito en mi cabeza, las venas, las arterias o lo que fuera que tenía en las sienes, que martilleaban y martilleaban como un gong de cobardía. Estaba convencido de que me iría. Chitra podía cuidarse solita unos minutos más, mientras yo iba a buscar ayuda. Mi papel sería mucho menos heroico, pero ella estaría a salvo y el riesgo quedaría repartido más equitativamente.

Estaba convencido de que me iría, pero no me fui. Me abrí paso entre los arbustos y vi a Chitra acorralada contra la máquina de Coca-Cola. Tenía la cabeza contra la superficie roja de la máquina, la cola de caballo chafada y en el rostro una expresión de miedo y desprecio. Ronny Neil estaba delante, ligeramente inclinado sobre ella, sujetándola con fuerza por la muñeca.

Yo quería gritar algo absurdo y melodramático, pero se me atragantaron las palabras; la cuestión era que Melford podía estar loco, podía ser un freak asesino, pero seguía sabiendo un par de cosas sobre el mundo y la naturaleza humana.

– Eh, chicos -dije-. ¿Qué hacéis? -pasé por delante de Chitra en dirección a la máquina de refrescos y me metí la mano en el bolsillo para sacar cambio. Las manos me temblaban de mala manera, pero estaba seguro de que podía controlarlo. Me volví hacia Chitra-. ¿Me dejas un momento?

Ella se apartó de la máquina y yo metí las monedas en la ranura y apreté el botón del Sprite.

No es que importara la bebida. Podía haber apretado el botón de meado de cabra y habría servido lo mismo. Pero el caso es que el Sprite aterrizó con un sonido hueco y metálico y yo lo cogí, tiré de la anilla y me volví hacia aquellos dos.

– ¿Qué os pasa? -pregunté. Conseguí mantener la vacilación de mi voz al mínimo.

– ¿Por qué no te piras? -dijo Ronny Neil.

Yo me encogí de hombros, como si me hubiera preguntado por mis planes para el fin de semana.

– No sé. No lo había pensado.

– ¿Qué dices? -preguntó Ronny Neil con desprecio.

– Que no sé por qué no me piro -le expliqué-. Creo que no estoy de humor para pirarme en estos momentos. -Miré a Chitra-. ¿Te apetece dar un paseo?

Una leve sonrisa apareció en sus labios, como si de pronto hubiera comprendido el juego.

– Sí. -La sonrisa aumentaba-. Me gustaría mucho.

Miré a Ronny Neil.

– Nos vemos luego en la habitación.

Y así, sin más, nos fuimos.

Pasamos por recepción, donde Sameen me dedicó una mirada de curiosidad, y seguimos hacia la piscina. Aunque no dijimos nada, los dos supusimos que si íbamos hacia allá Ronny Neil no nos seguiría. Me paré para tirar el Sprite y coger un par de cervezas de la nevera, porque, Jesús, necesitaba una cerveza. Le pasé una a Chitra y abrí la mía. En realidad no sabía tan diferente del Sprite, pero estaba bien. Lo necesitaba. Nunca antes había necesitado beber de una forma tan masculina.

Me sentía más tranquilo de lo que esperaba, más quizá de lo que me convenía. El corazón me latía con fuerza y las manos aún me temblaban, pero no me importaba. La calidez que emanaba de Chitra, su silencio apreciativo, su sonrisa aliviada y divertida, eran como el péndulo de un hipnotizador.

Pasamos de largo junto a la piscina y volvimos a la protección del motel. No tenía ni idea de adónde íbamos, y creo que Chitra tampoco. Nadie de los grupos de ventas se alojaba en aquella parte del motel. Subimos la escalera y caminamos por la galería de la primera planta mirando por la barandilla, que estaba pintada de blanco pero ya empezaba a oxidarse. Nos detuvimos donde el edificio giraba y el ala tomaba la forma de un bumerán. Allí había otro par de máquinas expendedoras -de comida y bebida- y una máquina de hielo.

Chitra volvía a estar apoyada contra una máquina expendedora y yo estaba algo inclinado ante ella, como Ronny Neil antes. Solo que esta vez ella sonreía. Me cogió de las manos.

– Eres muy listo.

– Entonces ya somos dos. ¿Qué hacías detrás de los arbustos con ese idiota?

Chitra se rió y su piel color caramelo se oscureció por el rubor.

– Me dijo que en la máquina había un refresco indio. No entiendo cómo pude creerle.

– Yo tampoco. Uau.

Rió de nuevo.

– Sé que suena idiota, pero resulta que los propietarios de este motel son indios. No sé, tampoco sería tan raro.

– Cierto. Se puede comprar chutney en la máquina del vestíbulo.

Seguía riéndose.

– Deja de burlarte de mí.

– Vale. Quizá lo haga.

Durante un rato no dijimos nada. Ella me mantenía la mirada y sonreíamos. Yo sabía que tenía que besarla. Lo sabía. Pero era de la India. ¿Cómo hacían estas cosas allí? A lo mejor la ofendía. A lo mejor besarse era lo último que Chitra tenía en la cabeza, quizá estaba enzarzada en algún misterioso ritual hindú de agradecimiento y si intentaba algo me odiaría. Sería tan malo como Ronny Neil.

Pero de pronto Chitra ya no estaba sujetándome las manos. Me había cogido por los brazos y me los frotaba arriba y abajo. Di un paso al frente, Chitra me puso las manos detrás del cuello y tiró de mí para besarme.

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