No colaba. Si B. B. Gunn era el cabecilla de algún negocio relacionado con la droga y los cerdos, bajo la fachada que fuera, debía de haber tenido algún encontronazo con la ley. Un arresto que hubiera quedado en nada, alegaciones infundadas que de alguna forma hubieran llegado a la prensa, algo. ¿Por qué no había encontrado nada el tal Denton?
Fue culpa mía. No me habría dado cuenta, pero el número de Chris Denton tenía el mismo prefijo que el número que Karen había escrito en su solicitud. El prefijo de Meadowbrook Grove. Y, según descubriría más adelante, conocía a Jim Doe.
Cuando colgué, tenía la sensación de que alguien me observaba. Levanté la cabeza y vi a Chitra. En sus ojos entrecerrados me pareció reconocer una mirada de reproche.
– Hola -dije-. ¿También te recogen aquí?
– Sí. Hoy no has estado vendiendo, ¿verdad?
– ¿Vendiendo?
– Hace un rato que estoy aquí. Te he visto bajar del coche de tu amigo. ¿Habéis ido a nadar?
– ¿Cómo?
– La chica de delante iba en biquini.
Y ahí se quedó la conversación, porque Bobby llegó con su Cordoba y Chitra desapareció en el interior de la tienda.
Ronny Neil y Scott ya estaban en el coche. Ronny Neil iba delante, susurrándole cosas en tono conspirador a Scott, que estaba en el asiento de atrás. ¿Significaba eso algo? Durante semanas, Bobby siempre me había recogido a mí primero.
Pero ¿qué importaba ya dónde se sentara cada uno? La idea era dejar aquello y no volver nunca. Tenía cosas más importantes en que pensar que si Bobby me consideraba o no su mejor vendedor. Como, por ejemplo, cómo evitaría acabar en la cárcel por asesinato o que me mataran unos traficantes de drogas.
El Cordoba se detuvo delante de la tienda y Bobby se apeó. El motor seguía en marcha, del interior me llegaba la voz de Billy Idol canturreando algo de unos ojos sin cara. A saber qué significaba. Bobby sonrió, fue a la parte de atrás y abrió el maletero con el ademán de un mago haciendo un truco. Llevaba la camisa azul medio salida y se le había derramado algo en los pantalones.
– Bueno, entonces, aparte de hacer recados para el Jugador, ¿te ha quedado tiempo para ganar dinero?
Meneé la cabeza.
– No he vendido nada.
Bobby se mordió el labio inferior.
– Te he asignado una zona muy buena, quizá te hubiera ido mejor si hubieses estado allí.
– He estado allí casi todo el día. Pero no ha funcionado.
– Sí, claro.
– No lo he hecho a propósito -dije, aunque eso era exactamente lo que había hecho.
– ¿Qué ha pasado?
Me encogí de hombros.
– No lo sé. Mala suerte.
– La mala suerte no existe, Lemmy. Cada uno se crea su propia suerte. -Bobby me miró con una seriedad que no le conocía y supe que no le interesaban mis excusas. Meneó ligeramente la cabeza, con pesar, y cerró el maletero-. Si queréis hacer las cosas a mi espalda y joderme, es asunto vuestro. Sube al coche.
Tuve que subir a la parte de atrás, con el enorme y oloroso de Scott. Cuando recogimos a Kevin, Scott no quiso ponerse en medio, así que tuve que ir embutido entre los dos, aspirando el tufo del cuerpo sin asear de Scott durante todo el camino.
Pronto pasará, me dije. Solo nos quedaba un día más en aquella zona. El lunes por la mañana Bobby pondría camino a casa, haríamos una parada para vender y el martes a las dos o las tres de la mañana estaría en casa y no tendría que volver a vender libros nunca más. Solo dos días más de vendedor y sería libre.
En la radio sonaba una canción de Genesis y traté de concentrarme en ella. Una vez leí que si te duele mucho la cabeza, puedes hacer que el dolor desaparezca concentrándote en alguna otra parte del cuerpo. Si me concentraba en la voz de Phil Collins, quizá no notara tanto el olor de Scott.
– Apuesto a que hoy no has vendido nada -dijo Ronny Neil desde el asiento de delante-. Pues yo sí. He conseguido una doble.
Aquí venía cuando Bobby le decía que callara, que en el coche no quería que comentáramos cómo nos había ido a cada uno. Pero no dijo nada. Siguió mirando la carretera.
– ¿No me vas a contestar?
Scott me clavó el codo en las costillas.
– Te están hablando -me dijo. Se rascó un punto negro de la nariz.
Yo seguía sin decir nada y decidí sentirme indignado.
– Bueno, qué, ¿has vendido o no? -me preguntó Ronny Neil-. Pensaba que tu comprensión del inglés era mejor.
– Se supone que no tenemos que hablar de eso.
– No he oído que Bobby se queje.
Dejé pasar un momento para que Bobby pudiera intervenir, pero no dijo nada.
– Se supone que no tenemos que hablar de eso -repetí.
– Joder, chico, te preocupas demasiado por lo que se supone que debes y no debes hacer. Pues yo pienso celebrarlo. Con la bonificación hoy he ganado seiscientos pavos, y pienso buscarme a una tía.
– Sí -dijo Scott.
– ¿Sí qué? -le preguntó Ronny Neil a su amigo-. ¿Sí, tu amigo se va a buscar una pava? Porque tú seguro que no. ¿Quién querría irse con un gordo seboso y que cecea como tú?
Scott se rió.
– ¿Cuánto crees que me pedirá Chitra por dejarme probar? -preguntó Ronny Neil-. ¿Tú qué dices?
– Seguro que acepta gratis -le dijo Scott-. Las indias son unas calentorras. Es por esos lunares que les pintan en la cara. Ella no tiene ninguno, pero para el caso es lo mismo.
– Cierra la boca -le dijo Ronny Neil. Pero se lo pensó mejor y añadió-: Unas calentorras. Sí. Yo también lo he oído decir.
Cuando llegamos al motel y todos nos apeamos del coche, Bobby me puso una mano en el hombro para que esperara. Vimos cómo Ronny Neil y Scott se iban, y Kevin les seguía de buen humor, tratando de participar en la conversación como si no se hubiera dado cuenta, o no le importara, que a los otros dos no les interesaba.
– Espera un momento -me dijo Bobby-. Quiero hablar contigo.
Di un suspiro.
– Mañana lo haré mejor -dije, aunque sabía que no era así. Al día siguiente tampoco vendería porque tampoco lo intentaría. Así de simple.
– No es eso -dijo Bobby-. Quiero saber qué está pasando entre tú y el Jugador.
De no haber estado tan oscuro, Bobby habría visto que una nube de miedo pasaba sobre mi rostro.
– Nada -dije, buscando palabras que pudieran tranquilizarlo y no lo animaran a llevar la conversación al Jugador.
– No me digas que nada. Esta mañana el Jugador parecía dispuesto a colgarte y ahora resulta que sois colegas y te tiene haciendo recados. Además, me ha dicho que haga todo lo que quieran estos dos idiotas. Que les asigne las zonas que me pidan. Que los trate como a reyes. Yo hago lo que me mandan, pero quiero saber el porqué.
– No sé por qué.
– Oh, vamos, Lem. Conozco tu historia. Quieres ir a la universidad. De aquí a poco más de un año estarás estudiando para los exámenes parciales y tratando de llevar a alguna chica de una hermandad femenina a tu habitación. Y yo seguiré aquí. Este es mi trabajo y quiero seguir en él. Me gusta ganar dinero haciendo esto y se me da bien.
– Lo sé.
– ¿Sí? Entonces, ¿por qué lo estás jodiendo todo?
– ¿Porque no he hecho ninguna venta?
– Sabes perfectamente que no es eso. El Jugador está furioso conmigo y no acabo de entender qué os traéis entre manos. Necesito saber lo que está pasando, porque no quiero estropearlo todo. He invertido demasiados años en esto. Tardé dos años en llegar a ser jefe de equipo. Puedo seguir ascendiendo en la organización, pero no si el Jugador está furioso conmigo. Dime qué pasa.
Meneé la cabeza.
– No lo sé.
– ¿Se trata del periodista? ¿Has hablado con ese periodista al que mencionó el Jugador?
Meneé la cabeza otra vez.
– Esta mañana me hiciste muchas preguntas.
– Solo era curiosidad.
Esperó para ver si añadía algo más. No, no habría nada más.
– ¿No me lo quieres decir? -preguntó en voz baja.
– No hay nada que decir, Bobby.