– Claro -dijo él.
Ya estábamos ante la puerta de la habitación del Jugador. Bobby llamó con los nudillos, con irritación, y al cabo de un momento el Jugador abrió. Nos lanzó una mirada asesina y musitó algo que no pude entender.
Sentado cerca de una mesita de cristal, junto a la ventana más alejada, había un hombre con un traje blanco de lino y una camiseta negra. Ocultaba los ojos tras unas gafas de sol, pero me dio la sensación de que no me miraba. No. Eso me pareció raro, y pensé que no me recordaba a ningún periodista que hubiera visto antes. Vaya, en realidad tampoco es que hubiera visto a ninguno en la vida real, pero aquel tipo era más del estilo de Corrupción en Miami que de Lou Grant.
Cuando la puerta se abrió del todo vi que había otro hombre sentado en el lado opuesto de la mesita de cristal. Sosteniendo un bloc de notas sobre sus piernas cruzadas jugueteaba con un rotulador, ansioso por empezar a escribir. Estaba claro que este era el periodista.
Era Melford.
30
Me quedé mirándolo fijamente y a punto estuve de decir algo, pero me contuve. Nunca le había preguntado a Melford qué hacía para ganarse la vida, tanto podía ser periodista como cualquier otra cosa. Tanto podía traicionarme como cualquier otra cosa. Pero el caso es que Melford no podía atacarme tan a la ligera, no conociendo como conocíamos cada uno los secretos del otro. Al menos eso pensaba yo.
Lo mejor era sentarme, seguirle el juego y rezar para que la situación no se convirtiera en el desastre que aparentaba.
Bobby se sentó junto al tocador; el Jugador, en la cama. Eché un vistazo al hombre del traje de lino, al que no me habían presentado. Tenía la sensación de que era alguien importante e imponente. Quizá fuera B. B. Gunn.
– Así que tú eres Lem -dijo Melford poniéndose en pie-. Melford Kean. Me alegro de conocerte en persona. -Me tendió la mano. Se había peinado el pelo hacia atrás. Casi parecía una persona normal, aunque fuera muy alto y pálido.
Nos dimos la mano.
– Yo no le conozco de nada, ni en persona ni sin persona.
– Lem -dijo Melford con voz grave. Y volvió a sentarse meneando la cabeza-. Ahora veo que hablaste conmigo a escondidas. Si me lo hubieras dicho durante nuestras conversaciones telefónicas, no habría traicionado tu confianza. Pero no me lo dijiste, ¿verdad?
– Yo a usted no le he dicho nada de nada -dije-. Nunca hemos hablado.
– Seamos francos. No tiene sentido mentir.
No sabía qué tenía que hacer, si seguirle el juego o no, aunque no hacerlo habría significado descubrir mi conexión con los asesinatos. Pero había algo alentador en su mirada, y estaba casi seguro de que quería que siguiera por esa misma línea.
– Mire, estoy seguro de que es usted muy bueno en su trabajo -dije-, pero aquí ha habido un error. Yo nunca le he contado nada de mi trabajo. Nunca hemos hablado de las enciclopedias. Nunca he hablado con usted por teléfono.
Melford meneó la cabeza.
– Siento haberte causado problemas, pero negarlo no te servirá de nada. Para empezar, quizá podrías decirnos por qué te pusiste en contacto conmigo. Ya que estamos aquí, podríamos exponer algunas de tus quejas ante estos señores. En cualquier caso -me dedicó una sonrisa de satisfacción-, me gustaría ver qué tienen que decir ellos.
Yo estaba confuso. No sabía qué esperaba Melford de mí. ¿Debía seguir negando las acusaciones? ¿Sería suficiente con eso? ¿Y por qué demonios no me había avisado?
– Tiene que creerme -dije-. Ha habido un error.
– Ostias -espetó el Jugador-. B. B., ¿qué quieres hacer con este subnormal?
El hombre del traje de lino levantó la vista.
– No lo sé. Estoy esperando que Desiree me informe. Quiero hablar con ella antes de tomar ninguna decisión.
El Jugador me miró con un resoplido.
– Me estoy empezando a cansar de que lo niegues. Has hablado con él y lo sabemos. Así que di lo que tengas que decir para que podamos decirle a este hombre que es mentira.
– Bueno, me parece que tendríamos que ser un poco más amables con el señor Altick -propuso Melford-. La verdad es que le daba tanto apuro hablar conmigo que hasta disimuló la voz por teléfono.
De pronto me sentí como si me hubieran impulsado.
– ¿Disimular la voz?
– Sí, y lo hiciste muy bien. Parecías otro, hasta tenías acento del sur. Fuiste muy convincente. Incluso ceceabas.
Y entonces empecé a comprender. No sabía que Melford hubiera escuchado lo bastante de mi encontronazo con Ronny Neil y Scott para entender de qué iba, pero estaba claro que sí. Seguía sin comprender por qué hacía aquello, pero al menos ahora sabía por dónde iba.
– Yo no ceceo.
– Sí, ya me he dado cuenta.
– Un momento -intervino Bobby-. ¿La persona que le llamó ceceaba?
– Eso es.
– ¿Y tenía la voz algo chillona?
Melford asintió.
– Ahora que lo dice…
– Mierda -dijo Bobby.
– Scott Garland, ese pedazo de mierda -añadió el Jugador.
– No les sigo. -Melford los miró desconcertado.
– Maldito imbécil. -El Jugador golpeó con la palma en la mesa y apuntó un dedo en mi dirección-. Mucho tienes que haberle fastidiado para que haya hecho algo así solo para vengarse.
– Creo -apuntó Bobby- que se está enfadando con la persona equivocada. -Me miró-. Te debo una disculpa, Lemmy. Tendría que haber imaginado que tú no harías algo así.
– Oh, por Dios -gruñó el Jugador-. Fuera de aquí -me dijo.
– Espera -dijo B. B. -. No lo entiendo.
– Si me permiten una sugerencia sobre Scott y Ronny Neil… -empecé a decir, pero no me dio tiempo a más.
– ¡Largo! -gritó otra vez el Jugador.
Y me largué.
Desde la barandilla vi que Chitra estaba junto a la piscina, tomándose una cerveza y riendo por algo que acababa de decir Yvette, de Jacksonville. No había ni rastro de Ronny Neil ni Scott, y me daba la impresión de que ambos desaparecerían muy pronto. El Jugador no se tomaría aquello a la ligera.
El ardid de Melford había sido genial. Había desviado el peligro de mi persona concentrándolo en mi enemigo. Cierto, hubiera preferido que me avisara. Pero quizá no habría sido buena idea. Quizá Melford sabía que no estaba preparado para esa clase de engaño y que previniéndome solo habría logrado que todo pareciera falso.
Lo cual seguía sin explicar por qué se había molestado en hacerlo. ¿Para ayudarme a vengarme de Ronny Neil y Scott porque los había visto meterse conmigo? No, aquello no cuadraba.
Miré a Chitra una vez más. Deseaba ir a esa habitación con ella más que nunca. Pero primero tenía que hacer una llamada.
Volví a mi habitación, marqué el número, y me contestó la voz aburrida de la operadora del Miami Herald. Pregunté si tenían un editor de guardia. No sabía si ese cargo existía, pero por lo visto sí, porque la operadora me pasó a otra línea sin molestarse siquiera en contestarme.
Al momento, una mujer musitó su nombre con voz arrastrada y cansada. Nosequé McNosecuántos.
– No sé si usted puede ayudarme -le dije-. La llamo desde las afueras de Jacksonville y quería saber si tienen en plantilla a algún periodista que se llame Melford Kean.
Ella rió.
– Kean, ¿eh? ¿Qué problema hay?
Mi estómago empezó a dar pequeños brincos. Había encontrado algo.
– Ninguno. Solo quería saberlo.
– Kean -repitió ella-. ¿Le está molestando? Si es así dígamelo, por favor.
– No, no me ha molestado. Solo me tiene un poco confundido.
– Sí, eso se le da muy bien.
Pensé un momento. ¿Qué esperaba averiguar exactamente?
– ¿En qué asunto está trabajando?
Ella volvió a reírse.
– ¿En qué trabaja o en qué se supone que tendría que estar trabajando? Con este hombre podría ser cualquier cosa.
– Pero ¿trabaja para su periódico?