– Sí, nos guste o no, sí.
– ¿Y a usted no le gusta?
– No -dijo ella moderando el tono-. Es un chico majo. Aunque un poco raro. Pero eso no significa que no haga bien su trabajo cuando se pone. O cuando trabaja en el caso que se le asigna. O cuando respeta los plazos.
– ¿Tan malo es? -Traté de parecer comprensivo para animarla a sincerarse-. ¿Por qué no le echan?
– En estos casos es muy útil ser un niño rico y mimado. Es hijo de Houston Kean, un magnate de los negocios de la zona. El tipo posee montones de concesionarios de coches y se anuncia muchísimo en nuestro periódico. Pero muchísimo. Así que si el editor dice que hay que tener empleado al hijo del gran inversor… -Calló durante unos segundos-. Mira, es tarde y estoy un poco picajosa. Olvida todo lo que he dicho.
– Claro. No hay problema. Pero ¿podrías decirme en qué historia está trabajando?
– Supongo que sí. ¿Por qué no? Hay dos cosas. Una no puedo decirte de qué va, solo que otra periodista le dio una pista que ella no quería seguir. Es una mujer que trabaja para una de las cadenas locales de televisión, pero lo suyo son más las inauguraciones de los supermercados y las visitas de los famosos, por eso se lo pasó a él. Se trata de un curioso asunto en un parque de caravanas cerca de Jacksonville. Pero ocurrió cuando Kean ya se había ido hacia Jacksonville, y no puedo decirte más.
– ¿Y la otra historia?
– Agárrate -me dijo como si fuéramos viejos amigos-. Mascotas. Ha habido una oleada de desapariciones de mascotas en la zona y Kean ha ido a investigarlo. Mascotas. Menudo temazo para el periodismo de investigación. Lleva tres semanas trabajando en la zona y no ha escrito ni un solo párrafo. Es como si quisiera que le despidieran. No entiendo a ese hombre.
Yo sí. Le entendía porque de pronto todo empezaba a tener sentido. Bueno, todo no. Pero algunas cosas sí, y eso ya era un avance.
No había tiempo que perder. Corrí escaleras abajo y encontré a Chitra charlando con un pequeño grupo de amigos. Se la veía feliz y radiante, como si la escenita con Ronny Neil nunca hubiera sucedido. Eso no era bueno. Yo quería que tuviera miedo. La cogí de la mano.
– Ven -dije tirando de ella-. Tenemos que irnos. -Y me la llevé al edificio de recepción-. Necesito una habitación -le dije a Sameen, que pareció bastante afectado al ver que seguía cogido de la mano de Chitra.
– Sí, claro.
– Sameen, necesito que esté en la parte más alejada, la que da al aparcamiento. Tan lejos del grupo de las enciclopedias como sea posible. -Me saqué la cartera y puse tres billetes de veinte sobre el mostrador. Era la mitad del dinero que tenía, y esperaba que no me hiciera falta más adelante-. Es un secreto. ¿Lo entiende? En nuestro grupo hay un hombre que ha intentado hacer daño a esta chica esta noche. Y quiero que esté en un lugar seguro.
La expresión de su rostro cambió considerablemente. Empujó el dinero hacia mí.
– No es preciso que recurras al soborno para que yo haga lo correcto -dijo en voz baja-. Eres un buen chico.
Me sonrojé; no me sentía especialmente bueno.
– Gracias.
Cogí la llave y, todavía de la mano de Chitra, fui casi corriendo hacia la parte de atrás del motel, donde estaba la habitación. Abrí la puerta, hice entrar a Chitra y cerré con suavidad, como si tuviera miedo de alertar a alguien.
– Menuda historia -dijo Chitra. Encendió la luz y miró alrededor, como si esperara encontrar una habitación distinta a la que había ocupado hasta entonces. La habitación donde estaba toda su ropa, pensé.
Yo volví a cogerla de la mano y la besé con suavidad.
– Escucha, Chitra, están pasando muchas cosas, y no tengo tiempo para explicártelo. Debo ir a un sitio, y es un poco peligroso. No quiero que le abras la puerta a nadie. Y si mañana no he vuelto para la hora de la reunión, no esperes a que vengan a buscarte. Llama a un taxi y márchate. Ve a la estación de autobuses y vuelve a tu casa.
– ¿Qué pasa? No creo que Ronny Neil sea tan peligroso…
Meneé la cabeza.
– No se trata de Ronny Neil. Al menos no de lo que tú crees. Creo que este negocio, Educational Advantage Media, es una fachada para otra cosa. No sé exactamente el qué, pero tiene que ver con drogas, y hay gente muy poderosa implicada. Ya ha habido muertos. No confíes en ninguno de los vendedores, y menos en el Jugador. Creo que Bobby es de fiar, pero no estoy del todo seguro.
– ¿Lo dices en serio?
Asentí.
– Ojalá me equivocara.
– Deja que vaya contigo.
Solté una risotada estúpida.
– Esto no es una película, Chitra. No sé lo que voy a hacer, y no quiero llevarte conmigo para que me veas tratando de aclararme. Solo quiero que estés a salvo, nada más. Así es como puedes ayudarme.
Ella asintió.
– Vale.
– Recuerda, no esperes a que vengan a buscarte por la mañana. Si a las nueve no estoy aquí, llama a un taxi y vete.
– Bien.
– Y dame el teléfono de tu casa -dije-. Si no estoy muerto, me gustaría llamarte.
31
El periodista se había ido, convencido de que toda aquella historia era una invención. Al principio parecía reacio, pero unos cuantos cientos de dólares le habían ayudado a ver las cosas con claridad. El Jugador sabía que ese tipo de gente creía que estaba por encima de esas cosas, pero en el fondo no eran mejores que los demás.
Ahora B. B. y él estaban solos. Se puso un poco de vodka en un vaso de plástico del lavabo y sacó el cartón mojado del zumo de naranja del cubo del hielo. Pequeños círculos de hielo cayeron sobre la moqueta marrón; el Jugador los empujó con desgana bajo el tocador mientras mezclaba la bebida.
– ¿Quieres? -le preguntó a B. B., esperando un no como respuesta, porque normalmente B. B. no bebía nada que no fuera su jodido vino elegante. Un destornillador no era lo bastante bueno para él.
B. B. meneó la cabeza.
– No.
– Tenemos cosas de que hablar -dijo el Jugador-. Cosas importantes y estratégicas que siempre se ven más claras con una bebida. ¿No quieres un poco de vino y luego nos sentamos a discutir la jugada?
– No, estoy bien.
Joder, ¿qué problema tenía aquel hombre? Acababan de dejar caer otra bomba y él allí, sentado con cara de subnormal. El destornillador llevaba demasiado vodka, pero se lo bebió de todos modos porque…; joder, ¿por qué no? Luego se sentó a los pies de la cama y miró a B. B.
– Bueno. Vamos allá. ¿Qué piensas del chico?
– ¿El chico? -preguntó B. B.-. ¿Cuál, el mayor?
Por Dios. Aún tenía la cabeza en aquellos dos críos. Su pequeño imperio se venía abajo y él obsesionado con montárselo con los niños de allá afuera.
– Altick. -El Jugador trató de controlar su impaciencia-. ¿Crees que está limpio?
– Sí, yo diría que sí.
– ¿Qué te ha dicho Desiree?
– No ha visto nada raro -dijo, y se volvió hacia la ventana, aunque las pesadas cortinas estaban echadas-. Ha dicho que le parecía normal.
El Jugador tenía la sensación de que ni siquiera había hablado con Desiree. Tampoco es que importara. Estaba claro que Altick ni pinchaba ni cortaba en todo aquello, no era más que un pobre desgraciado que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Aunque eso no significaba que sus problemas se hubieran acabado. Estaba Doe, corrupto hasta la médula; había un periodista metiendo las narices por allí; el jefe estaba obsesionado con los niños, y tenían tres cadáveres flotando en un pozo de mierda. Y Scott, uno de sus chicos, era el que había dado el chivatazo al periodista. Le iba a caer una buena.
¿Por qué lo habría hecho? El Jugador siempre se había portado bien con él y con Ronny Neil. Habría entendido que le traicionaran por dinero, pero ¿hablar con un periodista? Seguro que estaba resentido por algo con Altick. Había sido una estupidez, pero quizá el problema es que no los tenía lo bastante ocupados. Tal vez debería darles más responsabilidad para que estuvieran motivados, encontrar la forma de canalizar la rabia de Scott.