Estaba sentado en la cama, mirándome las manos, que me temblaban ligeramente, tratando de pensar en el desayuno, cuando la puerta se abrió y Bobby entró alegremente.
– Te has levantado el primero, no me sorprende -dijo-. Me alegra que sea así, Lemmy. Ya he estudiado la zona en la que vamos a trabajar hoy, y tengo un sitio muy bueno para ti. Pero tienes que prometerme que hoy conseguirás una doble. Estarás allí a las once de la mañana. Tienes doce horas. ¿Crees que podrás hacerlo? Como mínimo, ¿eh? Como mínimo una doble.
– Lo intentaré -dije con poca convicción.
– Joder, está demasiado cansado -dijo Scott. Estaba tumbado en la cama, sin camisa, y su tripa blanca y sus pechos flácidos nos miraban-. Me parece que no ha dormido mucho esta noche. Quizá tendrías que asignarle esa zona tan buena a otro, Bobby. Alguien que no quiera dejarlo escapar.
Bobby le sonrió como si el chico acabara de decirle que le gustaba su corte de pelo.
– Lemmy se ha ganado las mejores zonas. Cuando vendas como él, tendrás tu parte del botín.
– Vaya, ¿y cómo quieres que venda más si siempre le das a él las mejores zonas?
Bobby meneó la cabeza.
– Un buen vendedor puede vender donde sea. Y cuando empezó, Lemmy tampoco tuvo ningún privilegio, como todos los que empiezan. No te dimos ningún trato especial.
– Y seguís sin dármelo -musitó.
– Ahí es donde Lemmy demostró lo que vale. Si quieres una buena zona, demuéstrame que la mereces.
– Ha tenido suerte, nada más -dijo Scott-. No es más que otro judío ricacho que quiere más pasta.
– Vamos, Scotty. Lemmy es un buen tipo.
– ¿Bueno en qué? En joder, me imagino -dijo Ronny Neil, que estaba tumbado en la otra cama, con los brazos y las piernas extendidos, como un ángel de nieve-. ¿Se te da bien que te la metan? -me preguntó.
– Define «bien» -dije yo.
– Bueno, bueno, esta mañana estáis muy susceptibles -dijo Bobby-. Pero me alegra que ya estés vestido, Lemmy. El Jugador quiere verte.
Ronny Neil, que estaba tumbado tranquilamente, se incorporó de golpe. Al igual que Scott, dormía sin camiseta, pero él tenía un cuerpo musculoso. Tenía unos pectorales pequeños pero duros, y los músculos de su espalda sobresalían como alas. En el hombro izquierdo llevaba una cruz tatuada, hecha a mano, con tinta, como las que se hacen los presos entre ellos.
– ¿Y para qué quiere verle el Jugador? -quiso saber.
Bobby se encogió de hombros.
– Creo que eso tendrás que hablarlo con el jefe, Ron-o.
Ronny Neil lo miró entrecerrando los ojos.
– Este no tiene nada que hacer con el Jugador. No pienso aguantar que lo meta.
– ¿Que lo meta dónde? -preguntó Bobby.
– No quiero que hable con el Jugador -dijo Ronny Neil con un gruñido.
El hecho de que yo tampoco quisiera hablar con el Jugador no parecía importar. Sentí una oleada de pánico. ¿Había averiguado el Jugador que Melford y yo estábamos escondidos en el armario? Tenía el talonario, y eso significaba que sabía que alguien de la empresa había estado allí. A aquellas alturas seguramente ya sabía que ese alguien era yo.
– Vamos, Lemmy -dijo Bobby-. No quiero hacer esperar al gran jefe.
– Como haga buenas migas con el jefe -dijo Ronny Neil-, pienso meterle un cuchillo por el culo.
– ¿Eso contará para que se me dé bien o mal que me la metan? -pregunté yo.
– Oh, vamos, no seas así, Ronster. -Bobby me puso una mano en el hombro y salimos de allí.
No podía creer que Bobby dejara aquello así. A lo mejor pensaba que si se ponía duro con ellos sería peor para mí. O que si dejaba las cosas así no afectaría su rendimiento con la venta de libros. O a lo mejor vivía en el Planeta Bobby y no entendía que Ronny Neil era un matón y Scott era un matón patético.
¿Era posible que pasara algo así? ¿Era posible que Bobby fuera tan alegremente por la vida, con su sonrisa de vendedor y su jovialidad, que no supiera lo que significaba que se metieran contigo o te humillaran dos tipos más grandes o más retorcidos, que se ponían recordándote que si podías contarlo era porque ellos te lo permitían? ¿Sería él como Chitra y vivía aislado de la crueldad del mundo gracias a una impenetrable armadura de optimismo y generosidad?
De ser así, eso significaba que Bobby y yo vivíamos en universos totalmente diferentes… idénticos para alguien que mirara desde fuera, pero enfocados desde perspectivas por completo dispares. Donde yo veía peligro y amenaza, él solo veía bromas inocentes… algo rudas, quizá, pero inocentes.
¿Y si Bobby vivía en aquel mundo maravilloso porque creía en él? La noche antes había visto a Melford evitar un golpe seguro en el bar, pero él lo había hecho conscientemente. ¿Y si Bobby hacía ese tipo de cosas continuamente sin darse cuenta? Siempre pensaba lo mejor de la gente, y a cambio recibía bondad y libertad de acción.
Lo que venía a significar que en cierto modo yo era responsable del odio que Ronny Neil y Scott me tenían. Yo pensaba lo peor de aquel par de rednecks ignorantes, ellos lo percibían y respondían en consecuencia. ¿Era así como funcionaba?
Lo que me torturaba de aquella idea, no era tanto el hecho de tener que cargar con la culpa por la amenaza de Ronny Neil de meterme un cuchillo por el culo -aunque no puede negarse que era de muy mal gusto-, sino que me recordaba demasiado a lo que Melford me había explicado la noche antes. Todos vemos el mundo a través del velo de la ideología. Melford pensaba que el velo venía del exterior, del sistema o lo que fuera, pero quizá era mucho más complejo que eso. Quizá nosotros nos fabricábamos nuestros propios velos. Quizá el mundo nos creaba y nosotros a nuestra vez creábamos el mundo.
Seguro que había mucha gente que pensaba en aquellas cosas aparte de Melford. Él había citado a Marx y los marxistas, pero tenía que haber más… filósofos, psicólogos y a saber. Si en aquellos momentos hubiera ido de camino a Columbia, y no a la habitación del Jugador, ocultador de cadáveres y de pruebas, quizá habría tenido alguna esperanza de descubrirlo algún día. Pero, a menos que el volumen de muestra de la Enciclopedia Champion que llevaba siempre conmigo tuviera una respuesta, no parecía probable que pudiera averiguarlo en un futuro próximo.
16
Avanzamos por la galería como si fuera el corredor de la muerte y nos dirigiéramos a la silla eléctrica. Al menos yo. Era una mañana luminosa y soleada, apenas había unos jirones de blanco en el cielo y el calor extremado y entumecedor aún no había empezado, así que Bobby parecía de buen humor. Iba con las manos metidas en los bolsillos de sus chinos de color caqui y silbaba algo. Una canción de Air Supply tal vez.
– Bueno, ¿y para qué quiere verme el Jugador? -me aventuré a preguntar.
– Supongo que lo sabrás enseguida -dijo él-. Pensaba que ya lo sabrías.
Vaya que sí. Estuve a punto de preguntar algo paranoico y estúpido: ¿Parecía enfadado cuando te ha dicho que vengas a buscarme? ¿Te ha dicho si ha encontrado algo? ¿Algo sobre un talonario que ha cogido de la caravana de un cadáver? Me tragué mis preguntas. ¿Qué habría hecho Melford? Melford, decidí, diría que el Jugador no estaba a punto de matarme, no cuando media docena de personas sabían que iba de camino a su habitación. Melford se imaginaría que el Jugador buscaba información, y lo vería como una oportunidad para conseguir información él también.
Estábamos solo a cuatro puertas de la habitación del Jugador, así que me detuve.
– De todas formas, ¿qué saca el Jugador?
Bobby también se detuvo, aunque de mala gana. Me miró y miró la puerta de la habitación del Jugador, como si no pudiera creer que yo estuviera en un sitio y no en el otro.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que… él trabaja para Educational Advantage Media, ¿no? Pero esa compañía no forma parte de Enciclopedias Champion. ¿Cómo funciona todo esto?